La fe y la ciencia son aliadas en la defensa de la vida

Habla monseñor Aguilar presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Familiar de México

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MÉXICO, miércoles, 22 marzo 2006 (ZENIT.orgEl Observador).- El próximo sábado, 25 de marzo, día en que la Iglesia recuerda el anuncio del ángel a la Virgen María, los países de Latinoamérica celebrarán el Día del Niño por Nacer o Jornada de la Vida.

En esta entrevista concedida por monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, obispo electo de Tehuacán y presidente de la Comisión de Pastoral Familiar de la Conferencia del Episcopado Mexicano, explica la trascendencia de esta iniciativa que tuvo por gran promotor a Juan Pablo II.

–¿Cuál es la importancia del Día de la Vida? ¿Qué se quiere recordar con esta celebración?

–Monseñor Aguilar Martínez: La vida es un don maravilloso que Dios nos ha concedido; es un bien fundamental y base de todos los demás bienes y valores de la persona; sencillamente, si no vivimos, no tienen caso los demás bienes y valores.

Esta realidad espléndida debe ser celebrada y de hecho lo hacemos muchas veces, por ejemplo, cada año cuando festejamos nuestro cumpleaños. Desafortunadamente en los últimos tiempos vamos viendo que se intenta difundir una forma de pensar y de actuar que no contempla la vida de cada ser humano en todas las fases de su existencia como un bien que admirar, proteger y promover, sino que en ocasiones se ve como una realidad sujeta al arbitrio y a las decisiones de otros. Con el «Día de la Vida», la Iglesia quiere propiciar una toma de conciencia sobre el valor de cada vida humana en todas las circunstancias y etapas en que ésta pueda encontrarse; que nos lleve a dar gracias a Dios por este espléndido don y a hacernos responsables de gestionarla, de protegerla, de vivirla, de acuerdo a esta toma de conciencia. Es una magnífica ocasión para meditar en las respuestas cristianas frente a los diversos desafíos que la vida misma del hombre sobre la tierra va planteando a su inteligencia, por ejemplo con la bendición del avance de las ciencias, cuestiones como el ejercicio responsable de la sexualidad y la paternidad, el aborto, la utilización de células troncales, la asistencia técnica a la procreación, el modo de relacionarnos con los seres humanos, nuestros iguales, en la etapa embrionaria y previa a la implantación, el cuidado de la salud, de los enfermos terminales, la terapia del dolor y un largísimo etcétera.

–¿Hay contradicción entre lo que nos dice la Iglesia y la ciencia?

–Monseñor Aguilar Martínez: Actualmente la palabra ciencia se aplica casi exclusivamente a las llamadas ciencias empíricas, es decir aquellas áreas del saber humano que se basan en su metodología de investigación con el método experimental. Es sabido que tal método se basa en la reproducción artificial de los fenómenos que se observan en la naturaleza para verificar hipótesis en base a las cuales se formulan nuevas hipótesis, que al verificarse generan nuevos conocimientos. Las ciencias empíricas están sujetas, pues, a verificaciones de hechos y sus resultados son medibles, cuantificables y dan lugar a la tecnología.

La fe, por su parte, es la respuesta libre y racional que una persona da a la manifestación gratuita de Dios, que llamamos revelación. Es decir, Dios se comunica, comunica su misterio, su voluntad salvífica, y el ser humano, aceptando libremente esta comunicación amorosa de Dios, responde con la fe, que es un acto racional y afectivo de adhesión a Él.

Como se puede ver en lo que acabamos de decir, existe un nexo fortísimo entre la fe y la ciencia. Ambos son saberes racionales, si bien en el caso de la fe, la inteligencia rinde un homenaje a Dios, aceptando su auto comunicación a pesar de que el misterio en cuanto tal muchas veces rebase la capacidad racional del hombre, sin embargo, los términos mismos del misterio son siempre racionales y de hecho la teología es la forma como la fe se profundiza mediante la razón y la inteligencia humana.

Además, Dios es la máxima racionalidad, es la fuente de la racionalidad, es el creador de todo y el que posibilita la comprensión de todo. De ahí que podemos afirmar que tanto las ciencias como la fe tienen una misma fuente y un mismo instrumento, si bien son formas y metodologías distintas de buscar la verdad. Ambas se ayudan para alcanzar la verdad y en cuanto sus adquisiciones son verdaderas, no puede haber contradicción entre ellas.

Cuando la Iglesia enseña cuestiones morales relativas a la ciencia, lo hace basada tanto en los datos empíricos que aportan las ciencias, como en la correcta interpretación de ellos en sus dimensiones humanas y en sus repercusiones espirituales. De ahí que sea falsa la acusación que frecuentemente se hace de que la Iglesia enseña únicamente basada en una fe subjetiva, entendiendo la fe como una especie de experiencia psicológica emotiva carente de racionalidad.

Más aún, las ciencias experimentales, por su misma naturaleza son reductivas, es decir, siendo válido su método y verdaderos sus conocimientos, sólo están basados en una partecita de lo real; o sea, lo que se puede medir y verificar cuantitativamente. Pero la realidad es mucho más grande que eso, de ahí que la ciencia tenga necesidad de una reflexión, de una orientación, incluso que le indique ciertos límites para que sus adquisiciones y sus aplicaciones no vayan en contra del hombre, al que quieren y deben servir. A este propósito, la Iglesia tiene una importante aportación que dar, pues Ella es experta en humanidad y debe, por fuerza, dar una orientación a quienes son creyentes, una orientación que, como es racional, según se ha dicho, puede ser recibida y aceptada por todo hombre que busque sinceramente el bien, aunque no tenga la gracia de la fe.

–¿Por qué a veces se piensa que lo que dice la Iglesia contradice los hallazgos de la investigación científica tales como la clonación, la reproducción asistida y la manipulación de embriones?

–Monseñor Aguilar Martínez: La mayoría de las veces, por el prejuicio de que la enseñanza de la doctrina de la Iglesia obedece únicamente a una serie de postulados formulados con base a experiencias subjetivas que se pretendería fuesen aceptadas acríticamente; es decir, impuestas dogmáticamente. Sin embargo, en la respuesta anterior hemos dicho que no es así. Ni la fe es sólo una aceptación acrítica de un dogma basado en experiencias subjetivas o impuesto por las autoridades de la Iglesia; ni tampoco todo lo que dicen las ciencias empíricas, por el hecho mismo de que sean hallazgos ciertos o posibilidades reales de manipulación y dominio de la naturaleza, son por eso mismo buenas y válidas. Tengamos en cuenta las lecciones que nos da la historia, en donde algunos de los hallazgos de las ciencias empíricas se obtuvieron mediante investigaciones y experimentaciones abusivas que no debieron tener lugar. Piénsese en los abusos ocurridos en el régimen nazi condenados en Nüremberg. Actualmente en los temas que se han señalado podríamos estar frente a posibilidades técnicas que el conocimiento científico actual nos permitiría realizar, pero que no serían totalmente respetuosas de la verdad del ser humano.

–¿Qué pierde una sociedad que no respeta el valor de la vida en todas sus dimensiones? ¿Cuál es la importancia de que los gobernantes tengan claro conocimiento del verdadero valor de la vida humana?

–Monseñor Aguilar Martínez: El Estado constitucional moderno está basado en el acuerdo para proteger, respetar y promover la vida de cada uno de los ciudadanos. Cuando se pierde el respeto fundamental del valor de la vida, introduciéndose categorías de seres humanos cuya vida puede ser manipulada o vulnerada, se destruye el mismo estado de derecho. Pensemos, por ejemplo, que una de las adquisiciones de la humanidad después de la Revolución Francesa, ha sido justamente el principio de la igualdad fundamental de todos los seres huma
nos; pues bien, cuando se permite que unos seres humanos determinen la existencia o no de otros seres humanos e incluso sus características o su destino, por ejemplo mediante la producción de seres humanos a través de la clonación para fines de investigación; o cuando, de entre varios embriones, se seleccionan unos para ser implantados y a otros se les deja en congelación o se les destina a investigación o a su destrucción, luego de obtener de ellos células troncales, etc.; en estos casos se destruye el principio fundamental de la igualdad de todos los seres humanos, es un modo de volver a la esclavitud y al dominio de unos sobre otros.

En resumen, una sociedad que no respeta el valor de la vida, pierde el valor principal y fundamental, pierde la humanidad. Pierde un punto de referencia intangible que marca un límite ético, el cual posibilita una convivencia social ordenada y pacífica.

Por otra parte, un gobernante que quiere servir de verdad al bien común de la Nación, por ello mismo debe tener claro el valor de la vida humana, como algo no negociable. Un gobernante, un legislador, un juez no deberían permitir que se aprobaran fármacos, técnicas, investigaciones que no demuestren de manera suficiente ser respetuosos de la dignidad y el valor de la vida de cada ciudadano, independientemente del estado de su desarrollo en que se encuentre, o de su situación de vulnerabilidad, dependencia o grave disminución a causa de la enfermedad. Una sociedad prueba su grado de civilidad, en cuanto tiene la capacidad de proteger a sus miembros más vulnerables.

–Sabemos que el hombre está continuamente en búsqueda, pero no siempre encuentra aquello que llena todo su ser, ¿cuál debe ser la disposición del ser humano para encontrar el sentido más profundo de su vida?

–Monseñor Aguilar Martínez: A una persona que quiera encontrar el sentido más profundo de su vida, yo le aconsejaría que tuviera la disposición básica de dejarse interpelar por la realidad, de estar abierto a la verdad y también dejarse guiar escuchando en su interior. Dios ha creado todas las cosas y al mismo ser humano, la realidad está ahí para ser descubierta e interpretada; también, y ése es el honor que Dios nos dio, para llevarla a su perfección utilizando nuestra inteligencia y nuestra libertad dejándonos guiar por la sabiduría divina, sabiduría que encontramos en la inteligibilidad de la misma realidad. Hoy muchos creen que la realidad carece de significados, que éstos sólo son atribuidos por los hombres, lo cual se realiza de manera frecuentemente arbitraria o utilitarista. Las cosas no son así, la realidad está ahí porque Alguien la pensó y eso le confiere su inteligibilidad, por ello tiene una verdad y un sentido, ciertamente no totalmente determinado, sino abierto a múltiples posibilidades y, por eso, el mismo hombre y la naturaleza ha sido confiada al propio hombre que, de acuerdo a su semejanza con Dios, debería conducirla, usarla, perfeccionarla con sabiduría y amor. Particularmente el hombre está confiado al propio hombre. Hace falta silencio observador, capacidad contemplativa, capacidad de admiración ante la realidad y ante sí mismo… «Prodigio soy de tus manos» dice el salmista, lleno de admiración ante sí mismo; ello supone una auto comprensión en el amor. En el amor de Aquel que le creó en y para el amor. De esto nos ha hablado de manera profunda y hermosa el Papa Benedicto XVI en su encíclica, «Dios es amor».

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ZENIT Staff

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