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Señor cardenal;
queridos hermanos:
Al final de estos días de gracia, es obligado y hermoso por parte del Papa decir: ¡gracias! Gracias, ante todo, al Señor, que nos concedió este período de renovación física y espiritual. Gracias a usted, señor cardenal, que, siguiendo el itinerario de san Marcos, nos guió a lo largo del camino con Jesús hacia Jerusalén.
Al comienzo, usted nos hizo comprender inmediatamente el carácter profundamente eclesial de este «sacramentum exercitii». Nos hizo comprender que no se trataba de un retiro individual, privado. Con el «sacramentum exercitii», realizamos nuestra solidaridad con la Iglesia en el «exercitium» sacramental común, y así asumimos nuestra responsabilidad de pastores. No podemos llevar al mundo la buena nueva, que es Cristo mismo, si no estamos nosotros mismos en profunda unión con Cristo, si no lo conocemos en profundidad y de modo personal, si no vivimos de su Palabra.
Además del carácter eclesiástico y eclesial de estos ejercicios, usted mostró también su carácter cristológico. Nos hizo estar atentos al Maestro interior; nos ayudó a escuchar al Maestro que habla con nosotros y en nosotros; nos ayudó a responder, a hablar con el Señor, escuchando su palabra.
Nos guió por ese camino «catecumenal» que caracteriza el evangelio de san Marcos, en una peregrinación común junto con los discípulos hacia Jerusalén, y nos dio de nuevo la certeza de que en nuestra barca —a pesar de todas las tempestades de la historia— está Cristo. Nos enseñó de nuevo a ver en el rostro sufriente de Cristo, en su cabeza coronada de espinas, la gloria del Resucitado. Le estamos agradecidos por esto, señor cardenal, y con nueva fuerza y nueva alegría podemos peregrinar con Cristo y con los discípulos hacia la Pascua.
Durante todos estos días mi mirada se dirigió necesariamente a esta representación del anuncio a María. Lo que me fascinó fue ver que el arcángel Gabriel tiene en la mano un rollo, que pienso que es el símbolo de la Escritura, de la palabra de Dios. Y María está de rodillas dentro del rollo. María está en el rollo, es decir, vive en la palabra de Dios, con toda su existencia vive dentro de la Palabra. Está como impregnada de la Palabra. Así, todo su pensamiento, toda su voluntad y todas sus acciones están impregnados y formados por la Palabra. Al habitar ella misma en la Palabra, puede convertirse también en la «Morada» nueva de la Palabra en el mundo.
Señor cardenal, al final, silenciosamente, sólo con estas alusiones, nos guió por un camino mariano. Este camino mariano nos llama a insertarnos en la palabra de Dios, a poner nuestra vida dentro de la palabra de Dios, y a dejar que esta Palabra impregne nuestro ser, para que después podamos ser testigos de la Palabra viva, de Cristo mismo en nuestro tiempo.
Así, con nueva valentía, con nueva alegría nos encaminamos hacia la Pascua, hacia la celebración del misterio de Cristo, que es siempre más que una celebración o un rito: es presencia y verdad. Y pidamos al Señor que nos ayude a seguirlo, para ser así también guías y pastores de la grey que se nos ha encomendado.
Gracias, señor cardenal. Gracias, queridos hermanos.
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