ROMA, sábado, 25 marzo 2006 (ZENIT.org).- El papel de la Iglesia católica en la promoción de la paz es el tema de un libro publicado recientemente por el cardenal Renato Martino. El pequeño volumen, en forma de amplio ensayo, se titula «Pace e Guerra» y por ahora sólo está publicado en italiano por la editorial Cantagalli.
El cardenal Martino, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz, comienza con un repaso de los conceptos bíblicos y teológicos clave antes de abordar la consideración de los problemas contemporáneos.
El cardenal Martino sostiene que la guerra, y la violencia en general, son vistas en la Biblia como un grave mal y, dada la imposibilidad de eliminarlo totalmente, se nos urge a que limitemos su alcances y sus consecuencias negativas.
La otra cara de la moneda, la paz, ha sido tema de consideración tanto en la Biblia como en la reflexión teológica. Es vista no sólo como la ausencia de conflicto, sino también como la realización de una relación plena con los demás y con Dios. Durante muchos siglos la mayor parte de los escritos de los teólogos sobre la cuestión de la guerra y de la paz se centraban en el desarrollo de una serie de normas que regulasen el uso de la violencia. Pero el cardenal Martino cita textos que muestran que también encuentran lugar en sus escritos consideraciones espirituales más amplias.
La paz, explica el cardenal, es un don de Dios, pero que requiere nuestra cooperación. Somos libres de aceptar o rechazar este ofrecimiento. Desgraciadamente, la historia demuestra con claridad que la guerra y la violencia han estado presentes con demasiada frecuencia, y para muchos lograr la paz parece un sueño imposible.
Volviendo a la situación contemporánea, el cardenal Martino afirma que la enorme capacidad destructora de la guerra moderna hace difícil justificar el uso de la fuerza armada. Por esta razón la Iglesia, en los últimos tiempos, ha estado a favor de usar medios no violentos para resolver los problemas. No obstante, añade, esta es una estrategia que requiere mucho tiempo para mostrar resultados positivos, y para muchos puede parecer una respuesta insuficiente a las urgentes situaciones de injusticia a corto plazo.
Verdad vital
Pero sería un error, continúa el cardenal, restringir el debate sobre la guerra y la violencia a un mera consideración sobre la cuestión inmediata de si implicarse o no en un conflicto específico. La paz, de hecho, es un proyecto a largo plazo que abriga muchos factores.
Para lograr la paz necesitamos trabajar por el bien común universal y esforzarnos continuamente en educar en la paz. También es importante la cuestión de la verdad, en el sentido de que la paz no es sólo un fenómeno negativo – la ausencia de conflicto – sino que se logra cuando vivimos de acuerdo a las exigencias de la ley natural. La verdad se convierte en vital cuando se comprenden estas exigencias, además de una adecuada comprensión de la naturaleza de la dignidad humana, que, a su vez, trae consigo la conciencia de pertenecer a una comunidad.
El cardenal Martino también reflexiona sobre la naturaleza de la guerra en un mundo cada vez más globalizado. La combinación de los medios de comunicación modernos y del poder que otorga la tecnología incluso a un pequeño número de terroristas significa que la presencia de la violencia y la guerra se convierten en una realidad que afecta cada vez más a nuestra conciencia. Incluso los conflictos locales y las guerras civiles en países lejanos llegan directamente a los salones de nuestros hogares.
No obstante, un mundo globalizado también hace más fácil que quienes están a favor de la paz difundan su mensaje y movilicen a la opinión pública. De igual forma, se ha vuelvo más fácil promover el diálogo sobre una base global y promover el trabajo de las agencias e instituciones internacionales que buscan evitar o limitar los conflictos.
La Iglesia, por su parte, ofrece a este mundo globalizado el mensaje de Dios, Creador y Padre, que nos llama a formar una familia unida en la que se reconozca a todos teniendo los mismos derechos y deberes, basados en nuestra común dignidad humana.
La parte conclusiva del libro distingue entre pacifismo y el trabajo por la paz. El pacifismo, a pesar de sus aspectos positivos, corre el riesgo de convertirse en una ideología intolerante que es insensible a la complejidad de los problemas, sostiene el cardenal Martino. Lo que se necesita, y por lo que trabajó el Papa Juan Pablo II, es un compromiso a favor de la paz.
Un mito del liberalismo
El papel de la religión en la esfera de las relaciones entre estados ha sido el tema de un libro del 2005 de Scout M. Thomas, de la Universidad de Bath, en Inglaterra. «The Global Resurgence of Religion and the Transformation of Internacional Relations» (Palgrave) considera cómo la religión desafía los conceptos tradicionales sostenidos por muchos eruditos sobre cómo funcionan los estados y la sociedad internacional.
La «mitología política del liberalismo», observa Thomas, «es el mito del estado moderno secular como nuestro salvador de los horrores de las guerras modernas de religión o de clases entre civilizaciones». Además, los ataques terroristas llevados a cabo el 11 de septiembre del 2001, y desde entonces, también han suscitado preocupación por la amenaza del fundamentalismo religioso.
Pero, en parte, las preocupaciones expresadas sobre el papel de la religión al exacerbar los conflictos se deben al hecho de que los eruditos han dado la señal de alarma dado que su visió0n ya no está distorsionada por las limitaciones del materialismo, el positivismo y el marxismo. La religión ha sido siempre una parte de la política, como es parte de la sociedad y de la cultura en general, precisa Thomas.
Al mismo tiempo es evidente que estamos en medio de una suerte de resurgimiento global de la religión. Esto, sostiene Thomas, se debe a una crisis de la modernidad, en la que la fe en la capacidad de la ciencia y la tecnología de resolver todos los problemas ya no es tan firme. Esto se ha visto acompañado de un cambio en la naturaleza de los conflictos en los últimos años, de modo que las divisiones internas son ahora más comunes que las guerras entre estados. En estos conflictos civiles los factores étnicos y religiosos tienden a jugar un papel mayor.
Poder espiritual y poder estatal
Aunque la religión puede ser causa a veces de división, Thomas también observa que diversos grupos y tradiciones religiosas han ayudado en el área de la resolución de conflictos. El papel creciente de lo que denomina «diplomacia de fundamento religioso» no un borroso idealismo. Más bien, se combina un doble realismo: uno que toma en consideración los problemas y divisiones políticas; y otro que es consciente de «los fines divinos del mundo».
Esta diplomacia intenta incorporar la religión a las herramientas del poder estatal y rechaza el racionalismo secular. También tiene como objetivo un cambio de la sociedad de mayor alcance, al transformar las relaciones de las personas con Dios y con los demás.
Thomas se pregunta: ¿Qué aporta la religión a la mesa de negociación? Y responde:
— Motivos para la paz arraigados en una identidad y sensibilidad religiosa profunda.
— Los líderes e instituciones religiosas están familiarizados con los problemas locales y se encuentran en buena posición para actuar como mediadores.
— Las oraciones y actos rituales de la religión pueden proporcionar medios útiles en el proceso curativo y de reconciliación.
— Debido a su autoridad espiritual, los líderes religiosos tienen una capacidad única para reconciliar a los grupos.
Thomas dedica un capítulo a argumentar sobre el hecho de que la religión puede jugar un papel vital en los proyectos de construcción de la sociedad civil y d
e promoción de la democracia. En el pasado, observa, los gobiernos occidentales solían apoyar a una limitada serie de organizaciones, principalmente en el área de los derechos humanos y la educación cívica, en su intento de promover la democracia.
Sin embargo, estos intentos solían fallar, o tenían sólo un éxito limitado. Una forma de actuar que tendría más éxito, sostiene Thomas, integraría los valores religiosos en estos esfuerzos, puesto que construir una comunidad y una vida pública requiere el apoyo de los elementos culturales y religiosos locales.
Se dedica otro capítulo a examinar la interacción entre religión y desarrollo económico. Un desarrollo acertado, mantiene Thomas, sólo puede ocurrir si el cambio social y económico corresponde con la base moral de la sociedad. Según parece, religión y espiritualidad tienen un papel vital que jugar en un mundo postmoderno.