MOSCÚ/BUDAPEST, jueves, 29 marzo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el intercambio de cartas entre el cardenal Peter Erdő y Alejo II, patriarca de Moscú, con motivo del 50 aniversario de la revolución húngara de 1956.
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A Su Santidad
Alejo II
Patriarca de Moscú y de toda Rusia
7 febrero 2006
Su Santidad:
En nombre de toda la comunidad católica de Hungría auguro a Su Santidad, y a toda la Iglesia Ortodoxa rusa, que la Gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros.
Este año, Hungría celebra el 50 aniversario de la revolución de 1956. Además de homenajear a los caídos, la Iglesia católica ha puesto la esperanza en el centro de esta conmemoración; hemos proclamado, este año, Año de oración por la renovación espiritual de nuestra nación. La enseñanza de Cristo sobre la reconciliación asume un papel significativo en esta renovación, así como la superación de la desesperación y el reconocimiento respetuoso de nuestro pueblo y de los pueblos de otras naciones. El hombre es criatura de Dios. Las lenguas, las culturas, las comunidades, el único y particular genio de las naciones, manifestados a través de la historia en el proceso de superación de las dificultades de la vida, tienen gran valor para la humanidad entera y a los ojos del Creador.
Fue un momento inolvidable y edificante para todos aquel 12 de noviembre de 1992, cuando el líder del pueblo ruso expresó su remordimiento al pueblo húngaro por los acontecimientos de 1956. Recordando este noble gesto, nos hemos sentido movidos a expresar nuestro gran amor y respeto por el pueblo ruso. Admiramos las magníficas obras de la cultura, el arte y la literatura rusos, que son un tesoro eterno para la humanidad. Algunas de ellas representan la profundidad y la riqueza del ánimo humano en modo único, sin par a nivel mundial. Somos fuertemente deudores a la riqueza espiritual y cultural del cristianismo ruso y a la memoria y el ejemplo de aquellos cristianos rusos que testimoniaron, sufrieron e incluso dieron la vida por su fe. Al mismo tiempo, expresamos nuestro dolor y pedimos la misericordia divina por todo el dolor y el sufrimiento que algunos húngaros pudieron haber provocado a los rusos en el curso de la historia.
La visita de Su Santidad a Esztergom el 5 marzo de 1994 ocupa un puesto especial en la historia de la Iglesia húngara. En el centro espiritual de la Iglesia húngara hemos implorado la gracia de nuestro Señor Jesucristo para acompañar a Su Santidad y bendecir su servicio, para que bajo su guía las cicatrices de la historia puedan curarse y el cristianismo ruso pueda ser renovado en su fe en Cristo y en su seguimiento. Esta misma renovación espiritual y esta reconciliación a través de la fe y la solidaridad están en el corazón de la Iglesia húngara. Pido las oraciones de Su Santidad para que nuestro pueblo pueda crecer ulteriormente en este renovado espíritu de reconciliación, solidaridad y esfuerzo cooperativo, para que todos puedan contribuir a la realización integral de los pueblos europeos a través del respeto y el amor recíprocos y mediante las virtudes y valores humanos y cristianos.
Pedimos la bendición del Señor de la historia y la intercesión de la Virgen Madre de Dios para la obra apostólica de Su Santidad, la comunidad de la Iglesia ortodoxa rusa y toda la Nación rusa.
Péter Erdő
Cardenal, Arzobispo de Esztergom-Budapest
Primado de Hungría
Presidente de la Conferencia de los Obispos Católicos de Hungría
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Al Reverendísimo Cardenal Erdő
Arzobispo de Esztergom-Budapest
Primado de Hungría
Presidente de la Conferencia de los Obispos Católicos de Hungría
Su Eminencia,
Muchas gracias por su carta de 7 de febrero de 2006, en la que expresa respeto por el pueblo ruso y por la Iglesia ortodoxa rusa.
El aniversario de los trágicos acontecimientos de 1956 es ciertamente una ocasión para pensar todavía en el pasado, presente y futuro del pueblo de Hungría y de Rusia.
En el siglo XX hubo muchas graves pruebas contra nuestras naciones. Entre las víctimas de la violenta persecución realizada por el régimen ateo hubo muchos miembros del clero y muchos laicos de la Iglesia ortodoxa rusa. Su vida fue coronada por el triunfo de la confesión y del martirio. Millones de personas murieron en acción durante la Segunda Guerra Mundial. Los restos de los soldados rusos yacen en numerosos cementerios diseminados por el suelo húngaro, mientras que miles de soldados húngaros han encontrado su última morada en territorio ruso.
En el periodo postbélico, la historia de nuestras naciones ha visto a menudo episodios amargos, y entre ellos están los eventos de 1956. El recuerdo de aquellos eventos llena nuestro corazón de dolor y de sincero pesar.
Las heridas infligidas por las revueltas históricas del pasado pueden curarse sólo con la oración, el arrepentimiento y la reconciliación. Elevando una oración por todos aquellos que han sufrido de modo inocente, la Iglesia de Cristo pide a los contemporáneos un «cambio mental» y una renovación interior. Les llama a construir aquella «ciudad futura» que, según San Pablo, es el objetivo de todos los cristianos (Cf. Hebreos 13,14). Aprecio por tanto su deseo de hacer de este año un año de renovación espiritual de la Nación húngara.
Espero que esta renovación implique también a los húngaros ortodoxos, al clero y a los fieles de las iglesias bajo la diócesis húngara del Patriarcado de Moscú. Es gratificante para mí constatar que usted y nuestra diócesis húngara han establecido relaciones buenas y cordiales. Querría aprovechar esta oportunidad para invitarle a la Catedral de la Dormición, en la plaza Petőfi de Budapest, donde se conserva escrupulosamenteve y se desarrolla la original tradición espiritual y litúrgica de la ortodoxia húngara.
Su Eminencia, las relaciones entre Rusia y Hungría se están actualmente desarrollando. Es prueba de ello, entre otras cosas, la restitución de la Biblioteca Sárospatak, llevada fuera de Hungría por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y que se reencontró en Rusia como trofeo de guerra en los años postbélicos. Este evento es un acto de restauración de la justicia histórica, y estamos profundamente satisfechos por ello.
Concluyendo, permítame augurarle la ayuda de Dios en su servicio a la Iglesia de Cristo y augurar bienestar y prosperidad a su rebaño salvado por Dios y a todo el pueblo húngaro.
Con afecto en Cristo,
+ Alejo
Patriarca de Moscú y de toda la Rusia