CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 29 marzo 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI explicó este jueves a un grupo de parlamentarios que la tradición cristiana, como la que se encuentra en las raíces de los países europeos, es una riqueza y no una amenaza para la sociedad.
El Papa profundizó sobre las cuestiones de una cierta «intransigencia laicista» que se está extendiendo en occidente al recibir a unos quinientos parlamentarios del Partido Popular Europeo, de inspiración cristiana, que han celebrado en Roma su congreso continental y que este año conmemoran el trigésimo aniversario de su fundación.
«Si valora sus raíces cristianas, Europa será capaz de dar un rumbo seguro a las opciones de sus ciudadanos y de sus pueblos, reforzará su conciencia de pertenecer a una civilización común y alimentará el compromiso de afrontar los retos del presente para lograr un futuro mejor», afirmó el Santo Padre en el discurso que pronunció en inglés.
En este sentido manifestó su aprecio por el hecho de que el Partido Popular Europeo, el grupo parlamentario más grande en el Europarlamento de Estrasburgo, haya reconocido la herencia cristiana de Europa en los debates que han tenido lugar con motivo de la estancada redacción del Tratado Constitucional europeo.
Esta tradición, aseguró, «ofrece valiosas orientaciones éticas para la búsqueda de un modelo social que responda adecuadamente a las exigencias de una economía globalizada y de los cambios demográficos, asegurando el crecimiento y el empleo, la protección de la familia, igualdad de oportunidades para la educación de los jóvenes y la atención por los pobres».
El sucesor de Pedro constató que en el viejo continente se ha difundido en el viejo continente un cultura «que relega a la esfera privada y subjetiva la manifestación de las propias convicciones religiosas».
«Las políticas cimentadas en este fundamento no sólo implican el repudio del papel público del cristianismo, sino que más en general excluyen el compromiso con la tradición religiosa de Europa, sumamente clara a pesar de sus variaciones confesionales, convirtiéndose en una amenaza para la misma democracia, cuya fuerza depende de los valores que promueve», advirtió.
Según el obispo de Roma, la tradición cristiana «en su así llamada unidad polifónica, transmite valores que son fundamentales para el bien de la sociedad» de manera que «la Unión Europea sólo podrá verse enriquecida en su compromiso con ella».
«Sería un signo de inmadurez, o incluso de debilidad, oponerse a ella o ignorarla, en vez de dialogar con ella», reconoció.
En este contexto, denunció «la existencia de una cierta intransigencia laicista que es enemiga de la tolerancia y de una sana concepción laica del estado y de la sociedad».
El pontífice manifestó asimismo su complacencia al constatar que Tratado Constitucional de la Unión Europea prevé «una relación estructurada y continua con las comunidades religiosas, reconociendo su identidad y su contribución específica».
Para algunos de los países ex comunistas que acaban de adherir a la Unión se trata de un elemento nuevo.
«Confío en que la efectiva y correcta aplicación de esta relación comience ahora con la cooperación de todos los movimientos políticos independientemente de las posiciones de partido», confesó.