Obedecer a Dios es querer lo mismo que Él, subraya el predicador del Papa

Ante Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia Romana

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 31 marzo 2006 (ZENIT.org).- La obediencia identifica nuestra voluntad con la de Dios y lleva a cumplimiento nuestra vocación de vivir «a su imagen y semejanza», recordó en la mañana de este viernes, ante el Papa y la Curia Romana, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M.Cap.

Para abordar la importancia del tema, el predicador de la Casa Pontificia –prosiguiendo con sus reflexiones cuaresmales sobre algunos aspectos de la Pasión de Cristo– propuso profundizar en la obediencia de Jesús hasta la muerte, «clave de lectura de toda la historia de la Pasión, de donde ésta toma sentido y valor».

Y es que «no es tanto la muerte de Cristo por sí misma lo que nos ha salvado, sino su obediencia hasta la muerte», expresó el padre Cantalamessa recordando a San Bernardo, quien decía que al Padre no es la muerte del Hijo lo que le complació, «sino la voluntad del que moría espontáneamente».

«La obediencia Dios la quiere por sí misma, el sacrificio lo quiere sólo indirectamente, como la condición que por sí hace posible y auténtica la obediencia –aclaró–. En este sentido, la Carta a los Hebreos dice que Cristo “con lo que padeció aprendió la obediencia”. La Pasión fue la prueba y la medida de su obediencia».

Y ésta fue «una interior, absoluta sumisión a Dios, llevada a cabo en una situación de extrema dificultad», recordó.

En la Capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico resonó entonces la advertencia de la Primera Carta de Pedro de boca del predicador del Papa: «Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas». Por ello concretó diversos aspectos de la obediencia a Dios en la vida cristiana

De hecho, «sólo si se cree en un “Señorío” actual y puntual del Resucitado en la Iglesia» se comprende «la necesidad y la importancia de la obediencia a Dios» y se presta «escucha a Dios que habla, en la Iglesia, a través de su Espíritu, el cual ilumina las palabras de Jesús y de toda la Biblia y les confiere autoridad, haciendo de ellas canales de la viviente y actual voluntad de Dios para nosotros», advirtió.

Pero «la obediencia espiritual a Dios –puntualizó el padre Cantalamessa– no disuade de la obediencia a la autoridad visible e institucional» –«en la Iglesia institución y misterio» están «unidos»–, sino que «la renueva, la refuerza y la vivifica».

En la Iglesia todo se ha construido a partir de la obediencia a Dios, por lo que ésta «no puede ser olvidada ni siquiera después de que ha concluido la construcción –subrayó–. En caso contrario todo entra en crisis».

El predicador de la Casa Pontificia hizo también hincapié en que «la obediencia a Dios es algo que se puede hacer siempre» y «que podemos hacer todos, tanto súbditos como superiores»: «hay que saber obedecer para poder mandar».

«Cuando viene una orden de un superior que se esfuerza por vivir en la voluntad de Dios, que ha orado antes y no tiene intereses personales que defender, sino sólo el bien del hermano, entonces la autoridad misma de Dios hace de contrafuerte de tal orden o decisión», expresó.

Con todo, en cuestiones de «cierta seriedad», «obedecer a órdenes y autoridades visibles se da sólo en ocasiones» (…); en cambio –siguió el padre Cantalamessa–, obedecer órdenes directamente de Dios «se da muy a menudo», y «cuanto más se obedece, más se multiplican» sus órdenes, «porque Él sabe que éste es el don más bello que puede dar, el que concedió a su Hijo predilecto, Jesús».

De esta forma, «cuando Dios encuentra un alma decidida a obedecer –alertó–, entonces toma su vida en sus manos, y pasa a ser ciertamente «Señor», «quien rige, quien gobierna determinando, se puede decir, momento a momento, los gestos, las palabras de esa persona, su modo de utilizar el tiempo, todo».

Es una suerte de «dirección espiritual –describió– que se ejerce a través de las buenas inspiraciones» y con mayor frecuencia aún en las palabras de Dios de la Biblia, gracias a la acción del Espíritu Santo.

Pero «¿por qué es tan importante obedecer a Dios? ¿Por qué a Dios le importa tanto ser obedecido? ¡Ciertamente no por el gusto de mandar y de tener súbditos!», exclamó el padre Cantalamessa.

«Es importante porque obedeciendo hacemos la voluntad de Dios, queremos las mismas cosas que quiere Dios –subrayó–, y así realizamos nuestra vocación originaria, que es la de ser “a su imagen y semejanza”. Estamos en la verdad, en la luz y como consecuencia en la paz».

Junto a Jesús, el padre Raniero Cantalamessa situó al «icono viviente de la obediencia», a María, quien «no sólo imitó la obediencia del Siervo, sino que la vivió con Él».

«¡Enséñanos, María, a cumplir la voluntad de Dios como la cumpliste tú!”», concluyó el predicador del Papa.

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ZENIT Staff

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