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Señores cardenales;
queridos amigos de la Unión Cristiana de Dirigentes de Empresa de Italia

Me alegra acogeros y dirigiros a cada uno mi cordial saludo. Saludo en particular al cardenal Ennio Antonelli, que ha interpretado los sentimientos comunes. Le doy las gracias por su discurso; agradezco también al presidente de la Unión las amables palabras con las que ha introducido nuestro encuentro, presentando las motivaciones y el estilo de vuestro compromiso personal y asociativo. De modo especial, me ha impresionado el propósito que habéis manifestado de tender a una ética que vaya más allá de la simple deontología profesional, aunque en el contexto actual eso ya sería bastante.

Esto me ha hecho pensar en la relación entre justicia y caridad, a la que dediqué una reflexión específica en la segunda parte de la encíclica "Deus caritas est" (cf. nn. 26-29). El cristiano está llamado a buscar siempre la justicia, pero lleva en sí el impulso del amor, que va más allá de la misma justicia. El camino realizado por los laicos cristianos, desde mediados del siglo XIX hasta hoy, los ha llevado a tomar conciencia de que las obras de caridad no deben sustituir el compromiso en favor de la justicia social. La doctrina social de la Iglesia, y sobre todo la acción de numerosas asociaciones de inspiración cristiana, como la vuestra, muestran cuán largo ha sido el camino recorrido por la comunidad eclesial a este respecto.

En estos últimos tiempos, también gracias al magisterio y al testimonio de los Romanos Pontífices, y en especial del amado Papa Juan Pablo II, a todos nos resulta más claro que la justicia y la caridad son dos aspectos inseparables del único compromiso social del cristiano. De modo particular, a los fieles laicos les compete trabajar por un orden justo en la sociedad, participando personalmente en la vida pública, cooperando con los demás ciudadanos bajo su responsabilidad personal (cf. "Deus caritas est", 29). Precisamente al obrar así, están animados por la "caridad social", que los impulsa a estar atentos a las personas en cuanto tales, a las situaciones de mayor dificultad y soledad, y también a las necesidades no materiales (cf. ib., 28).

Hace dos años, gracias al Consejo pontificio Justicia y paz, se publicó el "Compendio de la doctrina social de la Iglesia". Se trata de un instrumento formativo muy útil para todos los que quieren dejarse guiar por el Evangelio en su actividad laboral y profesional. Estoy seguro de que ya ha sido objeto de atento examen también por vuestra parte, y deseo que, tanto para cada uno de vosotros como para las secciones locales de la UCID, se convierta en un punto de referencia constante al examinar las cuestiones, al elaborar los proyectos, al buscar las soluciones para los complejos problemas del mundo del trabajo y de la economía. En efecto, precisamente en este ámbito realizáis una parte irrenunciable de vuestra misión de laicos cristianos y, por tanto, de vuestro camino de santificación.

Además, he leído con interés la "Carta de valores" de los jóvenes de la UCID, y me complace el espíritu positivo y de confianza en la persona humana que la anima. Cada "creo" va acompañado de un "me comprometo", buscando así la coherencia entre una fuerte convicción y un consiguiente esfuerzo operativo. En particular, he apreciado el propósito de valorar a toda persona por lo que es y por lo que puede dar, según sus talentos, rechazando toda forma de explotación; así como la importancia reconocida a la familia y a la responsabilidad personal.

Se trata de valores que, por desgracia, también a causa de las actuales dificultades económicas, a menudo corren el riesgo de no ser puestos en práctica por los empresarios que carecen de una sólida inspiración moral. Por eso es indispensable la aportación de todos los que toman su inspiración moral de su formación cristiana, que, con mayor razón, jamás se ha de considerar ya plenamente adquirida, sino que debe alimentarse y renovarse siempre.

Queridos amigos, dentro de pocos días celebraremos la solemnidad de san José, patrono de los trabajadores. Seguramente siempre ha sido venerado por vuestra asociación a lo largo de su historia. Yo, que también llevo su nombre, me alegro hoy de poder presentároslo no sólo como protector e intercesor celestial de toda iniciativa benemérita, sino también como confidente de vuestra oración, de vuestro compromiso ordinario, en el que ciertamente se alternan satisfacciones y desilusiones, de vuestra diaria y —diría— tenaz búsqueda de la justicia de Dios en las cosas humanas.

Precisamente san José os ayudará a poner en práctica la exigente exhortación de Jesús: "Buscad primero el reino de Dios y su justicia" (Mt 6, 33). Que también os asista siempre la Virgen María, así como los grandes testigos de la caridad social, que han difundido con su enseñanza y su acción el evangelio de la caridad. Por último, que os acompañe la bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros, aquí presentes, y de buen grado extiendo a todos los socios y a vuestros familiares.

[© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana
Traducción del original italiano realizada por la Santa Sede]