Sólo Dios pude saciar la sed de verdad y felicidad, asegura el Papa

Presenta a la Virgen María como signo para un mundo que vive como si Dios no existiera

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CASTEL GANDOLFO, miércoles, 16 de agosto 2006 (ZENIT.org).- Sólo Dios puede saciar la sed de verdad y felicidad de los hombres y mujeres de hoy, que en ocasiones dan la impresión de vivir como si no existiera, afirmó Benedicto XVI este miércoles.

En la audiencia general que concedió a varios miles de peregrinos este miércoles, en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo, el pontífice sintetizó en esta constatación el mensaje que lanza al mundo la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, celebrada por la liturgia el día anterior.

Como él mismo reconoció, se trata de una fiesta «muy querida por el pueblo cristiano, desde los primeros siglos del cristianismo», que celebra «la glorificación incluso corporal de esa criatura a la que Dios escogió como su Madre y que Jesús en la Cruz entregó como Madre a toda la humanidad».

Citando el Concilio Vaticano II, el Papa explicó que «la Asunción evoca un misterio» que afecta a todos los creyentes: «María antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo».

«Estamos tan sumergidos en las vicisitudes de todos los días que a veces olvidamos esta consoladora realidad espiritual, que constituye una importante verdad de fe», reconoció el obispo de Roma.

«¿Cómo es posible hacer que este signo luminoso de esperanza sea percibido cada vez más por la sociedad actual?», se pregunto.

«Hoy hay quien vive como si nunca debiera morir o como si todo acabara con la muerte –siguió diciendo–; algunos se comportan considerando que el hombre es el único artífice de su destino, como si Dios no existiera, llegando a negar, en ocasiones, que haya espacio para Él en nuestro mundo».

«Los grandes éxitos de la técnica y de la ciencia, que han mejorado notablemente las condiciones de vida de la humanidad, no ofrecen soluciones a las preguntas más profundas del espíritu humano».

«Sólo la apertura al misterio de Dios, que es Amor –aseguró–, puede saciar la sed de verdad y de felicidad de nuestro corazón, sólo la perspectiva de la eternidad puede dar auténtico valor a los acontecimientos históricos y sobre todo al misterio de la fragilidad humana, del sufrimiento y de la muerte».

De este modo, dijo a manera de conclusión, la contemplación de María en el cielo ayuda a comprender que «la tierra no es nuestra patria definitiva y que, si vivimos constantemente orientados hacia los bienes eternos, un día compartiremos su misma gloria».

«Por este motivo, a pesar de las miles dificultades cotidianas, no tenemos que perder la serenidad ni la paz –explicó–. El signo luminoso de la Asunción al cielo resplandece todavía más cuando parece que en el horizonte se agolpan sombras tristes de dolor y de violencia».

«Estamos seguros –concluyó–: desde lo alto, María sigue nuestros pasos con dulce trepidación, nos da serenidad en la hora de la oscuridad y de la tempestad, nos da seguridad con su mano maternal. Apoyados en esta convicción, continuamos con confianza nuestro camino de compromiso cristiano allá donde nos lleva la Providencia».

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ZENIT Staff

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