CASTEL GANDOLFO/JAFFNA, lunes, 21 agosto 2006 (ZENIT.org).- «Mi pensamiento se dirige a la querida nación de Sri Lanka, amenazada por el deterioro del conflicto étnico», expresó Benedicto XVI antes de rezar el Ángelus junto a miles de peregrinos el pasado 15 de agosto.

El combate de los rebeldes «Tigres de Liberación de la Patria Tamil» (LTEE, en sus siglas) por la independencia en el norte y este del país estalló en 1983. El resultado: la pérdida de 65 mil vidas, un millón de desplazados y un extenso daño a hogares e infraestructuras públicas, además del recelo entre diferentes etnias y comunidades religiosas.

Preludio de este sangriento choque fue el constante y fuerte movimiento nacionalista de raíz budista que generó en la minoría tamil la percepción de ser discriminada de la vida política, social, civil y cultural del país, de entre cuya población, de casi 20 millones de habitantes, el 70% es budista, el 15% hinduista, el 8% cristiano y el 7% musulmán. .

El enfrentamiento entre cingaleses -la mayoría de religión budista- y la minoría tamil -hinduista-, que sumió a la pequeña isla del subcontinente indio en dos décadas de guerra civil, prosiguió hasta la firma del «alto el fuego» en febrero de 2002, pero las violaciones de este acuerdo se suceden, alarmantemente en estos últimos meses.

Un grupo de sacerdotes católicos de la península de Jaffna -«postrada en la guerra», al norte de Sri Lanka-, lanzó el sábado un llamamiento a través de la Agencia del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras «AsiaNews»: «Nos encaminamos a la muerte en el silencio y el aislamiento total».

Se dirigen urgentemente así a la comunidad internacional pidiendo socorro para los habitantes de la península septentrional, atrapados por el toque de queda y el fuego cruzado de ejército cingalés y rebeldes tamiles.

Desde el anonimato por razones de seguridad, los presbíteros recuerdan que sólo desde el 11 de agosto, en los ataques aéreos y enfrentamientos, cerca de un centenar de civiles han muerto, y más de 150 han resultado heridos. Y los desplazados de la región en busca de refugio se cuentan por decenas de miles.

«En los últimos seis días la situación se ha deteriorado de manera drástica –dicen en el llamamiento, difundido el sábado-. Vamos hacia la muerte en el silencio y en el aislamiento total. ¿Es que el mundo quiere callar, olvidarse, no atendernos?».

«¿Cómo puede la comunidad internacional –sobre todo la Unión Europea, la Conferencia de donantes para Sri Lanka, los enviados de paz de Noruega y Japón- permanecer indiferente mientras personas inocentes y desarmadas son asesinadas? -se cuestionan-. Os lo rogamos: actuad a tiempo y salvadnos».

Recuerda la agencia del PIME que la Conferencia de donantes –encabezada por los Estados Unidos, la UE, Japón, Noruega- pidió un «alto el fuego» y la vuelta a las negociaciones el pasado 16 de agosto. Pero las esperanzas parecen lejos. El último boletín del ejército cingalés aseguraba que sólo la semana anterior habían muerto 100 soldados y 700 rebeldes.

Los puntos de acceso a las zonas septentrionales controladas por los LTTE fueron cerrados de improviso el pasado 11 de agosto, tras la explosión de violentos enfrentamientos en Jaffna.

A pesar del completo aislamiento que padece la zona con el resto de la región, los sacerdotes de Jaffna –corazón de la cultura para la etnia tamil- procuran distribuir ayuda. Los desplazados se refugian en iglesias, escuelas, edificios públicos y hasta bajo los árboles en las calles.

«No tienen fuerzas para ir a lugares más seguros porque hay toque de queda impuesto por el ejército, con pausas demasiado breves, que impiden cualquier movimiento», explican los sacerdotes.

Y también acusan al ejército –añade «AsiaNews»- de frenar los movimientos de las personas para «usarlas como escudos humanos contra los ataques de los Tigres tamiles».

La confederación católica mundial «Caritas Internationalis» (CI) denunció y expresó su dolor, en un comunicado del pasado 8 de agosto, por el asesinato, pocos días antes, de 17 tamiles miembros de la organización humanitaria francesa «Action Contre la Faim» («Acción contra el hambre») en Muttur, una localidad del distrito nordeste de Trincomalee, donde trabaja la organización en actividades de reconstrucción post-tsunami.

De esta forma CI manifestó de nuevo su firme condena a las acciones armadas que ponen en el punto de mira a agentes humanitarios.

El pasado mes de abril también dos trabajadores de «Caritas» fueron asesinados en la península de Jaffna en la explosión de una mina anti-persona al paso del camión en el que viajaban. Ambos agentes se ocupaban de programas del organismo católico para la rehabilitación post-tsunami, para mujeres y niños traumatizados, en el norte del país.

«Ya basta», expresó Duncan MacLaren, secretario general de CI (www.caritas.org), que reúne a 162 organizaciones católicas de asistencia, desarrollo y servicio social, presentes en más de 200 países y territorios.

«En muchas situaciones y diversos rincones del mundo, en estos momentos, la vida de personas inocentes y agentes humanitarios corren peligro porque son ignorados los principios fundamentales del Derecho Humanitario Internacional, estipulado para prevenir sufrimientos innecesarios a la población civil, salvar vidas y asegurar el acceso de la población a la asistencia médica y el transporte», denunció.