CASTEL GANDOLFO, lunes, 21 agosto 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus el domingo 6 de agosto junto a los peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo.
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Queridos hermanos y hermanas:
En este domingo el evangelista san Marcos refiere que Jesús se llevó a Pedro, Santiago y Juan a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, «como no puede dejarlos ningún batanero del mundo» (cf. Mc 9, 2-10). La liturgia nos invita hoy a fijar nuestra mirada en este misterio de luz. En el rostro transfigurado de Jesús brilla un rayo de la luz divina que él tenía en su interior. Esta misma luz resplandecerá en el rostro de Cristo el día de la Resurrección. En este sentido, la Transfiguración es como una anticipación del misterio pascual.
La Transfiguración nos invita a abrir los ojos del corazón al misterio de la luz de Dios presente en toda la historia de la salvación. Ya al inicio de la creación el Todopoderoso dice: «Fiat lux», «Haya luz» (Gn 1, 3), y la luz se separó de la oscuridad. Al igual que las demás criaturas, la luz es un signo que revela algo de Dios: es como el reflejo de su gloria, que acompaña sus manifestaciones. Cuando Dios se presenta, «su fulgor es como la luz, salen rayos de sus manos» (Ha 3, 4). La luz -se dice en los Salmos- es el manto con que Dios se envuelve (cf. Sal 104, 2). En el libro de la Sabiduría el simbolismo de la luz se utiliza para describir la esencia misma de Dios: la sabiduría, efusión de la gloria de Dios, es «un reflejo de la luz eterna», superior a toda luz creada (cf. Sb 7, 27. 29 s). En el Nuevo Testamento es Cristo quien constituye la plena manifestación de la luz de Dios. Su resurrección ha derrotado para siempre el poder de las tinieblas del mal. Con Cristo resucitado triunfan la verdad y el amor sobre la mentira y el pecado. En él la luz de Dios ilumina ya definitivamente la vida de los hombres y el camino de la historia. «Yo soy la luz del mundo -afirma en el Evangelio-; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12).
¡Cuánta necesidad tenemos, también en nuestro tiempo, de salir de las tinieblas del mal para experimentar la alegría de los hijos de la luz! Que nos obtenga este don María, a quien ayer, con particular devoción, recordamos en la memoria anual de la dedicación de la basílica de Santa María la Mayor. Que la Virgen santísima consiga, además, la paz para las poblaciones de Oriente Próximo, martirizadas por luchas fratricidas. Sabemos bien que la paz es ante todo don de Dios, que hemos de implorar con insistencia en la oración, pero en este momento queremos recordar también que es compromiso de todos los hombres de buena voluntad. ¡Que nadie se substraiga a este deber!
Por tanto, ante la amarga constatación de que hasta ahora se han desoído las voces que pedían un alto el fuego inmediato en aquella martirizada región, siento la urgencia de renovar mi apremiante llamamiento en ese sentido, pidiendo a todos que den su contribución concreta a la construcción de una paz justa y duradera. Encomiendo este renovado llamamiento a la intercesión de la Virgen santísima.
[Al final del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas]
Dirijo ahora el tradicional saludo a los peregrinos extranjeros que han venido para unirse a nuestra oración. En este domingo en que se celebra la fiesta de la Transfiguración no puedo por menos de recordar aquel otro domingo análogo en el que los peregrinos que vinieron a Castelgandolfo para el Ángelus dominical no pudieron participar en la plegaria mariana con el Papa Pablo VI porque sus condiciones de salud se habían agravado en aquellas horas: como sabéis, en la tarde de aquel 6 de agosto de 1978 ese gran Pontífice se durmió en el Señor. Lo recordamos en este aniversario con corazón agradecido a Dios, que lo donó a su Iglesia en los años tan importantes del Concilio y del posconcilio.
[En español]
Saludo a los peregrinos de lengua española que se unen a esta oración del Ángelus. Invito a todos a contemplar la gloria divina que resplandece en Cristo, en el misterio de su Transfiguración que hoy celebramos, para fortalecer la fe y alentar la esperanza. Esa esperanza que nos hace perseverar en la búsqueda de la paz. Feliz domingo.
[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]