SAN PEDRO SULA, sábado, 7 octubre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comunicado que emitió monseñor Rómulo Emiliani, obispo auxiliar de San Pedro Sula, en calidad de responsable de la Comisión de Pastoral de Social de la diócesis.
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El ideal de un gobierno debería ser el poder decir a las miles de personas que huyen a los Estados Unidos : «No se vayan, no nos dejen, que aquí en Honduras hay para todos». El éxodo masivo que se da en nuestro país es tan impactante que se parece al que se da en las naciones que están sometidas a guerras civiles. ¿Por qué se han ido casi un millón de hondureños a los Estados Unidos, viviendo muchos de ellos situaciones difíciles, degradantes e inclusive perdiendo la vida en el camino? Para responder esto habría que formular otras preguntas como: ¿Por qué hay tantas personas sin la preparación básica para ganarse el pan honradamente y por qué faltan tantos empleos? ¿ Por qué hay un déficit tan grande en los servicios básicos de agua potable, vivienda y salud? ¿Por qué hay tanta desnutrición en los niños y niñas de nuestra patria? ¿ Por qué en definitiva hay hambre en Honduras?. Esto sucede porque se le ha arrancado a la gente su derecho de vivir dignamente. Todo un sistema económico, político y social que ha marginado secularmente a millones de personas del gozo equitativo del Bien Común, se ha consolidado como un tumor maligno que está matando el bienestar y la esperanza de nuestro pueblo. El pecado personal y colectivo de egoísmo ha saturado las mentes y corazones de muchos que han caído en corrupción, promoviendo estructuras injustas que violentan el derecho de las mayorías a participar en los bienes de la sociedad. Hay mucha violencia en nuestra patria; asaltos y robos a mano armada, maltrato familiar y un enorme número de asesinatos. La injusticia social es otra forma de violencia que arrebata a la gente su derecho a vivir dignamente y que los condiciona a vivir en la extrema pobreza. Como consecuencia de esto la apatía y el fatalismo de muchos que se han acostumbrado a vivir en su pobreza y que no agudizan los sentidos para salir de tal situación, resignados a vivir de manera infrahumana. Todo esto ha provocado un estancamiento social que ha paralizado el crecimiento integral de nuestro pueblo.
¿Por qué pues se han ido este millón de hondureños? Por la desesperación de no ver alternativas ni futuro adecuado para ellos. Al irse a otra realidad, un porcentaje menor logra con éxito estabilizarse y mandan remesas que ayudan mucho al país. Pero el precio que pagan es muy grande, sobre todo por la separación muy larga de sus familias. Además, el ambiente de una sociedad del primer mundo, individualista, competitiva y permisiva en cuanto a los anti valores, les borra en muchos casos los valores espirituales y culturales de sus lugares de orígen. Estados Unidos, por ser un país grande y complejo en sus estructuras, por su propia dinámica social, aporta con fuerza a los emigrantes sus grandes valores y también sus lacras morales y sociales. Nuestra gente no está preparada para el gran shock cultural con ese gran país, en parte por la misma debilidad en la formación humana y espiritual de los que se van. Igualmente pasa con la migración interna, aunque en menor grado. Los que vienen a las grandes ciudades de nuestros campos, en pocos años rompen los «hilos» que los unían a los valores tradicionales de nuestros pueblos, y caen en un indiferentismo religioso y en un relativismo moral. Nos duele, por otro lado, los miles y miles que no pueden ver cumplir su «sueño americano» y mueren en el camino, o vuelven mutilados por accidentes, o son rebotados por las autoridades norteamericanas, trayendo su carga de frustración y dolor a Honduras. Entre ellos vienen muchos jóvenes contaminados por la violencia de las maras o por las adicciones.
Ahora bien, tenemos que admirar a aquellos que habiéndose ido, han podido mantenerse anclados en sus valores y han crecido espiritualmente. Hemos podido constatar en ciudades de Estados Unidos hondureños exitosos, que viviendo el Evangelio, han podido comenzar de nuevo en esa sociedad y están aportando mucho a esa realidad. Inclusive una parte significativa de ellos han podido llevarse a sus familias. También tenemos que decir que lo que los hondureños y latinoamericanos están dando a Estados Unidos, no es solamente un trabajo que ha ayudado a levantar más la economía de ese país, sino han aportado la riqueza cultural y espiritual de América Latina y El Caribe, enriqueciendo a la sociedad norteamericana y a la Iglesia Católica con una nueva vitalidad propia de nuestros pueblos. Reconocemos también que las remesas que mandan esta generación de hondureños mantiene en parte la economía de nuestro país, en contraste con los miles de millones de lempiras que han salido para los bancos extranjeros de gente pudiente e inconsciente que prefiere invertir en otros países lo que ganaron aquí.
¿NOSOTROS QUÉ PEDIMOS ANTE EL GRAN DRAMA DE LA MIGRACIÓN?
1. Urgen más fuentes de trabajo en nuestro pueblo. Hay que acelerar las inversiones públicas y privadas que generen nuevos empleos. Atraer la inversión sana extranjera y la nuestra, haciendo hincapié que invertir en el país es parte de un compromiso moral para aquellos que han hecho sus capitales gracias a nuestro pueblo. Atenta al bien común sacar todo el dinero que se ha ganado aquí y depositarlo en bancos extranjeros, sabiendo que urgen inversiones para promover más la mano de obra nacional.
2. Tenemos que capacitar con formación académica, instrucción en oficios industriales y agropecuarios a nuestros hermanos para poder trabajar de una manera productiva y competitiva. Aquí también hay que ver los programas exitosos que a nivel internacional hay ayudado a elevar la economía de otros países. Pedir ayuda técnica y económica de aquellas naciones que han triunfado en este campo es urgente. ¿Cómo se levantaron países devastados por la segunda guerra mundial, como Alemania, Japón, Francia?. ¿Cómo países asiáticos en menos de cuarenta años han pasado de economías rurales y de producción artesanal a ser naciones altamente competitivas?. Copiar lo bueno y adaptarlo en el marco de una economía más humana donde se respete la dignidad de las personas es la clave.
3. Impulsar la producción nacional, sobre todo en el área de la micro y mediana empresa, con estrategias y programas científicamente elaborados, para levantar el crecimiento económico de nuestro pueblo.
4. El gobierno tiene que con urgencia que invertir más en lo social, sabiendo que nuestro pueblo vive un calvario por no tener los servicios básicos asegurados. Hay que invertir más en salud, sabiendo que el alto costo de medicinas y el estado actual de nuestros hospitales públicos impiden que muchas personas tengan acceso a la recuperación física adecuada. Además es necesario construir más hospitales para enfermos mentales, en vista del creciente número de pacientes que no tienen la atención necesaria. El déficit de vivienda exige programas agresivos de construcción de casas para personas de escasos recursos. El servicio de agua potable y el de energía eléctrica debe ser accesible para el pueblo. Las vías de comunicación como carreteras y caminos de penetración deben estar en las mejores condiciones para el transporte de personas y productos. Los planes de desarrollo del gobierno deben incluir la atención a las mayorías marginadas que viven en condiciones infrahumanas.
5. Debe aplicarse la ley a todos los que evaden impuestos, favorecen el contrabando y aplican mordidas en contratos públicos y privados, sabiendo que lo que es corrupción afecta la vida moral y económica de nuestros pueblos. La justicia tiene que ser para todos y expedita, evitando esa gran mora judicial que deja en los presidios a personas muchos años sin juicio. Cuando existe anarquía en el cumplim
iento de la ley y las obligaciones que exige el Bien Común, la inseguridad se hace más palpable y el desorden provoca muchas víctimas inocentes, haciendo que el pueblo no crea en nadie y en algunos casos, aplique la justicia por su propia mano.
6. Debe protegerse de manera radical nuestros bosques en vista de la tan vertiginosa depredación que afecta ya todo nuestro sistema ambiental, provocando sequías y graves inundaciones.
Nuestro Señor Jesucristo, quien experimentó con dolor la marginación al vivir como emigrante cuando su madre y José lo llevaron a Egipto por culpa de la persecución de Herodes, sufre en nuestro pueblo que ha huido por el estrago del hambre. El no quiere que siga este éxodo sin sentido de nuestra gente y nos urge a unirnos y trabajar por eliminar las causas de este drama. También nos pide que asistamos más a aquellos que vienen derrotados por la deportación y no encuentran aquí solución a su problema. Pedimos pues a nuestro gobierno, la empresa privada y todas las fuerzas vivas de nuestro país que hagamos realidad el sueño de que no tenga nuestro pueblo que irse, porque aquí no hay futuro. El drama de la emigración es tan grande que nos debería llenar de dolor y vergüenza y obligarnos a buscar soluciones eficaces a corto y largo plazo.
Comunicado dado en la ciudad de San Pedro Sula el día 19 de julio del 2006.
+Monseñor Rómulo Emiliani cmf.
Responsable de la Comisión de Pastoral de Social de la Diócesis de San
Pedro Sula.