Palabras del Papa a la comunidad de «Villa Nazaret»

CIUDAD DE VATICANO, martes, 5, diciembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió el 11 de noviembre Benedicto XVI a la comunidad de «Villa Nazaret» con ocasión del sexagésimo aniversario de su fundación.

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Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra estar hoy en medio de vosotros para celebrar el 60° aniversario del origen de la institución, que nació de la sabia intuición del entonces monseñor Domenico Tardini, sucesivamente guiada por el cardenal Antonio Samoré, y por nuestro cardenal Silvestrini, con la contribución de amigos del mundo de la escuela, de la cultura y del trabajo, así como de bienhechores italianos y americanos.

Os saludo con afecto a todos, estudiantes, ex alumnos, amigos, así como a todas vuestras familias; y os agradezco la cordial acogida. Saludo en particular al cardenal Achille Silvestrini, presidente de la Fundación Sagrada Familia de Nazaret, y le doy las gracias por las palabras con que me ha presentado esta obra educativa y eclesial a la que dedica tanta inteligencia y amor.

Saludo a la vicepresidenta, profesora Angela Groppelli, psicóloga, que desde hace más de cincuenta años se prodiga por Villa Nazaret; al arzobispo Claudio Maria Celli; a los obispos y sacerdotes que han derramado o derraman sobre ella los dones de la vida espiritual; a los miembros del consejo de la Fundación y de la asociación laical «Comunidad Domenico Tardini», con el vicepresidente Pier Silverio Pozzi; y a todos los socios.

Villa Nazaret es una gran realidad, que sigue desarrollándose gracias al compromiso de los estudiantes en período de formación, y luego a la inserción profesional y a las nuevas familias que se van formando. Se trata de una gran familia, a la que deseo saludar con especial afecto paterno.

Villa Nazaret, por la que durante sus sesenta años de vida han pasado varias generaciones de niños y jóvenes, se propone desarrollar la inteligencia de sus alumnos respetando la libertad de la persona, orientada a ver en el servicio a los demás la auténtica expresión del amor cristiano. Villa Nazaret quiere formar a sus jóvenes para tomar decisiones valientes, con una actitud de apertura al diálogo, con referencia a la razón purificada en el crisol de la fe, pues la fe puede ofrecer perspectivas de esperanza a todo proyecto que se interese por el destino del hombre. La fe escruta lo invisible y por eso es amiga de la razón, que se plantea los interrogantes esenciales de los que espera sentido nuestro camino en esta tierra.

A este respecto, nos puede iluminar la pregunta que, según el relato de san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, el diácono Felipe hizo al etíope con quien se encontró en el camino de Jerusalén a Gaza: «¿Entiendes lo que vas leyendo?» (Hch 8, 30). El etíope contestó: «¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía?» (Hch 8, 31). Entonces Felipe le habló de Cristo. Así el etíope descubrió que la respuesta a sus interrogantes era la persona de Cristo, anunciado por el profeta Isaías con palabras veladas. Por consiguiente, es importante que alguien se acerque a quien está en camino y le anuncie «la buena nueva de Jesús», como hizo Felipe.

Esa escena insinúa la «diaconía» que la cultura cristiana puede realizar para ayudar a las personas que buscan a descubrir a Aquel que está oculto en las páginas de la Biblia y en las vicisitudes de la vida de cada uno. Pero no conviene olvidar la afirmación del Señor de que es él mismo quien tiene hambre, tiene sed, es acogido, vestido y visitado en todas las personas necesitadas (cf. Mt 25, 31-46). Por tanto, también está «oculto» en esas personas y acontecimientos.

Sé que vosotros, queridos amigos, soléis meditar sobre estos y otros textos semejantes de la Biblia. Se trata de palabras que os acompañan en vuestras jornadas. Uniendo entre sí estas imágenes y estas enseñanzas, podéis comprender claramente cómo la verdad y el amor son inseparables. Ninguna cultura puede sentirse satisfecha de sí misma hasta que no descubra que debe estar atenta a las necesidades reales y profundas del hombre, de todo hombre.

En Villa Nazaret podéis experimentar cómo la palabra de Dios requiere una escucha atenta y un corazón generoso y maduro para vivirla en plenitud. Los contenidos de la revelación de Jesús son concretos y un intelectual cristianamente inspirado debe estar siempre dispuesto a comunicarlos cuando dialoga con los que buscan soluciones capaces de mejorar la existencia y de responder a la inquietud que abruma a todo corazón humano.

Ante todo, es preciso mostrar la correspondencia profunda que existe entre las instancias que brotan de la reflexión sobre las vicisitudes humanas y el Logos divino que «se hizo carne» y «puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Así se crea una convergencia fecunda entre los postulados de la razón y las respuestas de la Revelación, y precisamente de aquí brota una luz que ilumina el camino por el que cada uno debe orientar su compromiso.

En el contacto diario con la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia se desarrolla vuestra maduración en los ámbitos humano, profesional y espiritual, y así podéis penetrar cada vez más en el misterio de la Razón creadora que sigue amando al mundo y dialogando con la libertad de las criaturas. Un intelectual cristiano ―y seguramente eso es lo que quieren ser los que salen de Villa Nazaret― debe cultivar siempre en sí mismo el asombro ante esta verdad fundamental. Eso facilita la dócil adhesión al Espíritu de Dios y, al mismo tiempo, impulsa a servir a los hermanos con pronta disponibilidad.

En estas palabras de san Pablo a la comunidad cristiana que vivía en Filipos podéis descubrir cuál ha de ser el «estilo» de vuestro compromiso: «Hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta» (Flp 4, 8). Precisamente desde esta perspectiva podéis entablar un diálogo fecundo con la cultura, y dar vuestra contribución para hacer que muchas personas encuentren la respuesta en Jesucristo. También vosotros sentíos movidos por el Espíritu de Jesús, como sucedió al diácono Felipe, que escuchó estas palabras: «Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza. Está desierto» (Hch 8, 26).

También hoy, queridos jóvenes, no son pocos los «caminos desiertos» que os tocará recorrer en vuestra vida de creyentes. Precisamente en ellos podréis acercaros a quienes buscan el sentido de la vida. Preparaos para estar también vosotros al servicio de una cultura que favorezca el encuentro de fraternidad del hombre con el hombre y el descubrimiento de la salvación que nos viene de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, Villa Nazaret, desde el inicio, ha sido siempre objeto de especial benevolencia por parte de mis venerados predecesores, comenzando por el siervo de Dios Pío XII, que la vio nacer, hasta el siervo de Dios Juan Pablo II, que os fue a visitar hace diez años, con ocasión del 50° aniversario de la fundación. Esta benevolencia de los Papas ha alimentado y debe seguir alimentando vuestro vínculo espiritual con la Santa Sede.

Al mismo tiempo, este vínculo de estima y afecto os compromete a caminar fielmente siguiendo las huellas de aquel gran «hombre de Dios» que fue el cardenal Domenico Tardini. Con sus palabras y su ejemplo os exhorta a ser particularmente sensibles, atentos y receptivos con respecto a las enseñanzas de la Iglesia.

Con estos sentimientos, a la vez que invoco sobre vosotros la protección especial de la Virgen «Mater Ecclesiae», os aseguro a cada uno un recuerdo en la oración, y con afecto os bendigo a todos, comenzando por vuestros numerosos niños.

[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2006 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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