CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 15 diciembre 2006 (ZENIT.org).- El «rechazo presuntuoso» –como nunca antes visto– de Dios y los escándalos en torno a sus ministros son las causas que oprimen el corazón del creyente, para quien Cristo asegura su consuelo, explica el predicador del Papa.
Así se desprende de la bienaventuranza expresada por Jesús: «Bienaventurados los afligidos porque serán consolados» (Mt 5, 4). Sobre ella meditó en la mañana de este viernes el padre Raniero Cantalamessa OFM Cap. ante Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia, en preparación a la Navidad.
Para precisar cómo es llanto y cómo es la aflicción proclamados bienaventurados por Cristo, el padre Cantalamessa propuso centrarse en dos de los motivos por los que se llora en la Biblia y por los que lloró Jesús.
Por un lado, nunca la tristeza «del creyente por el rechazo presuntuoso de Dios a su alrededor ha tenido tanta razón de ser como hoy», alertó el sacerdote capuchino, pues «asistimos a un resurgimiento de un ateísmo militante y agresivo, con marca de origen científico o cientista».
Pero «la prueba de la existencia de Dios no se encuentra en los libros ni en laboratorios de biología, sino en la vida –apuntó–. En la vida de Cristo ante todo, en la de los santos y en la de los innumerables testigos de la fe».
«Se encuentra también en la tan despreciada prueba de los signos y milagros que Jesús mismo daba como prueba de su verdad y que Dios sigue dando, pero que los ateos rechazan a priori, sin tomarse siquiera la molestia de examinarla», lamentó.
Igualmente doloroso es para el creyente «el rechazo sistemático de Cristo en nombre de una investigación histórica “objetiva” que, en ciertas formas, se reduce a lo más “subjetivo” que se pueda imaginar», traducida en una «carrera para ver quién logra presentar un Cristo más a la medida del hombre de hoy, despojándole de toda prerrogativa trascendente», advirtió el predicador del Papa.
También existe «un segundo llanto en la Biblia sobre el que debemos reflexionar», propuso el padre Cantalamessa.
«La Iglesia ha llorado y suspirado en tiempos recientes por las abominaciones cometidas en su seno por algunos de sus propios ministros y pastores –señaló–. Ha pagado un precio elevadísimo por esto. Ha corrido a poner remedio, se ha dado reglas férreas para impedir que los abusos se repitan».
«Ha llegado el momento –sugirió–, tras la emergencia, de hacer lo más importante de todo: llorar ante Dios, afligirse como se aflige Dios; por la ofensa al cuerpo de Cristo y el escándalo a los más pequeños de sus hermanos, más que por el perjuicio y deshonor ocasionado a nosotros».
«Es la condición –consideró– para que de todo este mal pueda verdaderamente llegar el bien y se obre una reconciliación del pueblo con Dios y con los propios sacerdotes».
Y ello, por ejemplo, podría llevarse a cabo convocando «un día de ayuno y de penitencia, al menos a nivel local y nacional, donde el problema haya sido más fuerte, para expresar públicamente arrepentimiento ante Dios y solidaridad con las víctimas», manifestó el padre Cantalamessa.
«Me dan el valor de decir esto –reconoció– las palabras pronunciadas por el Santo Padre al episcopado de una nación católica en una reciente visita ad limina: “Las heridas causadas por estos actos son profundas, y es urgente la tarea de restablecer la esperanza y la confianza cuando éstas han quedado dañadas… De este modo la Iglesia se reforzará y será cada vez más capaz de dar testimonio de la fuerza redentora de la Cruz de Cristo”».
Además de Adviento, el padre Cantalamessa continuará con este ciclo de reflexión sobre las bienaventuranzas en la próxima Cuaresma.