ROMA, lunes, 18 diciembre 2006 (ZENIT.org).- Un libro recoge los documentos fundamentales del magisterio de la Iglesia sobre la inculturación de la fe. Zenit ha entrevistado a uno de sus autores para comprender las implicaciones de la inculturación, el profesor Luis Martínez Ferrer.
«Inculturación. Magisterio de la Iglesia y documentos eclesiásticos» presenta textos de varios papas, del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), del Concilio Vaticano II, del Consejo Pontificio para la Cultura y de la Comisión Teológica Internacional.
El libro está publicado en Costa Rica por la Editorial Promesa y está coeditado con Ricardo Acosta Nassar y prologado por el cardenal Paul Poupard, presidente de los Consejos Pontificios de Cultura y Diálogo Interreligioso.
El profesor Ferrer explica a Zenit que «la dignidad de una cultura se mide por su capacidad de apertura hacia la verdad» y afirma que «la fe debe informar las culturas, y no viceversa. La prioridad es de la persona y de la fe».
Martínez Ferrer (Madrid, 1964) es profesor de Historia de la Iglesia Moderna en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma. Es Doctor en Teología y Doctor en Historia de América.
–¿Juan Pablo II fue el primero en acuñar «inculturación», o es un término que proviene ya del Concilio Vaticano II?
–Martínez: Como Romano Pontífice, es el primero en utilizar el vocablo en un discurso a la Pontificia Comisión Bíblica (1979), donde se refería a la inculturación como «un hermoso neologismo», que «expresa muy bien uno de los componentes del gran misterio de la Encarnación».
A lo largo de su amplio y fecundo pontificado, se ha referido innumerables veces a la inculturación, realizando un verdadero magisterio al respecto.
Sin embargo, el concepto ya era más o menos conocido en ambientes misionológicos desde finales de los años cincuenta del siglo XX.
Sin referirse al «término», la realidad de la inculturación está presente, en diversa medida, en algunos documentos del Vaticano II: «Sacrosanctum Concilium», «Lumen gentium», «Gaudium et spes», «Ad gentes». No podemos tampoco olvidar las encíclicas de Pablo VI «Ecclesiam suam» (1964) y «Evangelii nuntiandi» (1975), donde se afronta claramente este argumento.
–¿A qué se refiere la inculturación?
–Martínez: La definición clásica la da Juan Pablo II en la encíclica «Slavorum apostoli» (1985) nº 21, escrita para conmemorar la acción misionera de los santos Cirilo y Metodio (siglo IX) en los países eslavos: «En la obra de evangelización que ellos llevaron a cabo como pioneros en los territorios habitados por los pueblos eslavos, está contenido, al mismo tiempo, un modelo de lo que hoy lleva el nombre de ‘inculturación’ –encarnación del Evangelio en las culturas autóctonas– y, a la vez, la introducción de éstas en la vida de la Iglesia».
Es interesante señalar que la palabra inculturación se utiliza para designar un fenómeno histórico efectivamente real, precedente a su conceptualización.
Cabe subrayar también que la inculturación presenta dos facetas, complementarias y recíprocamente necesarias: la encarnación del Evangelio en una cultura determinada (dimensión local), y a la vez la introducción de esa cultura en el concierto general de toda la Iglesia (dimensión universal).
–¿Por qué a veces se entiende de manera inadecuada este concepto de inculturar la fe?
–Martínez: A mi modo de ver, el problema viene cuando se desarrolla unilateralmente la dimensión local: la presentación del mensaje evangélico (en sí mismo universal) en las categorías de una cultura autóctona, pero cerrada en sí misma.
En este caso, por desgracia frecuente, la cultura local es la que marca la pauta, y es la fe la que se debe adaptar, y no al revés. Lo cual es un enorme error antropológico, pues la cultura local está al servicio de la persona, y no al revés. Y un error teológico, pues la fe debe informar las culturas, y no viceversa. La prioridad es de la persona y de la fe.
–¿Qué quiere decir que la inculturación es incompatible con una absolutización de las culturas?
–Martínez: Como ha recordado quien fuera Cardenal Ratzinger en varias ocasiones, las culturas, en sí mismas, son sistemas que van evolucionando a lo largo de la historia.
La dignidad de una cultura se mide por su capacidad de apertura hacia la verdad, para bien de los integrantes de esa cultura. Si una cultura concreta se absolutiza, se cierra a cualquier influjo exterior, se empobrece tremendamente y, tarde o temprano, entra en decadencia.
–¿Cuál es el mayor valor de este libro recopilatorio sobre magisterio e inculturación?
–Martínez: En muchas regiones de América Latina la cuestión de la inculturación es una verdadera prioridad pastoral.
En el libro ofrecemos un estupendo prólogo del Cardenal Poupard y dos introducciones que pueden orientar a los diversos agentes de pastoral.
Pero, sobre todo, presentamos a todos los interesados, reunidos en un volumen, un conjunto de escritos del magisterio (Concilio Vaticano II, Papas, etc.), y de documentos eclesiásticos no magisteriales (organismos vaticanos, CELAM, etc.), que pueden muy bien ayudar a encauzar el hermoso reto de la inculturación.