TAIZÉ, jueves, 21 diciembre 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la «Carta de Calcuta» que ha escrito el Hermano Alois Loser, sucesor del hermano Roger como prior de la comunidad de Taizé. Será entregada a los 40.000 jóvenes que del 28 de diciembre al 1 de enero se reunirán en Zagreb para participar en el vigésimo noveno encuentro europeo de jóvenes animado por esta comunidad ecuménica.
Carta de Calcuta
Hace treinta años, el hermano Roger pasó un tiempo en Calcuta, con algunos hermanos y jóvenes de diversos continentes, viviendo en un barrio pobre y participando en el trabajo de la Madre Teresa con los niños y niñas abandonados y los moribundos. Allí compuso la Carta al pueblo de Dios, publicada luego en un encuentro de jóvenes en Notre-Dame de París. Con la Madre Teresa, escribió después varios mensajes y tres libros.
Esta presencia de 1976 fue la semilla de una larga relación de nuestra comunidad con los cristianos de la India. Visitas a través del país, dos encuentros intercontinentales en Madrás, constantes venidas de jóvenes indios a Taizé han marcado etapas. Y Calcuta ha continuado evocando en nosotros al mismo tiempo los desamparos humanos y los rostros de personas que allí dan su vida por los más pobres y hacen irradiar una luz.
Por eso pensé que era importante regresar a Calcuta y preparar allí un encuentro. Se reunieron 6.000 jóvenes, sobre todo asiáticos, del 5 al 9 de octubre de 2006. Se trataba de dar una nueva dimensión a la «peregrinación de confianza», de acompañar en su propia casa a los jóvenes asiáticos, de estar a su escucha, de sostener su esperanza. La Carta de Calcuta ha sido escrita a continuación de este encuentro, para ser publicada durante el encuentro europeo de Zagreb.
Al proseguir la «peregrinación de confianza a través de la tierra» que reúne a jóvenes de numerosos países, comprendemos cada vez más profundamente esta realidad: todos los humanos constituimos una sola familia y Dios habita cada persona, sin excepción.
En India, como en otras partes de Asia, hemos descubierto hasta qué punto la tan natural atención prestada a la presencia de Dios en toda la creación implica un respeto de cada persona y de lo que es sagrado para ella. Hoy, en las sociedades modernas, es tan importante reavivar la atención a Dios como el respeto por el hombre.
Para Dios, todo ser humano es sagrado. Cristo ha abierto sus brazos en la cruz para reunir a toda la humanidad en Dios. Él nos envía a transmitir el amor de Dios hasta los confines de la tierra, ante todo, mediante un diálogo de vida. Él no nos coloca jamás al nivel de una relación de fuerza con aquellos que no le conocen.
¡Tantos jóvenes a través del mundo están dispuestos a hacer más visible la unidad de la familia humana! Se dejan trabajar por una cuestión: ¿Cómo resistir a las violencias, a las discriminaciones, cómo saltar los muros del odio o la indiferencia? Estos muros existen entre los pueblos, los continentes, pero también muy cerca de cada uno de nosotros hasta en el interior del corazón humano. Entonces, tenemos una opción: elegir amar, elegir la esperanza.
Los inmensos problemas de nuestras sociedades podrían alimentar un derrotismo. Al elegir amar, descubrimos un espacio de libertad para crear un futuro para nosotros mismos y para aquellos que nos son confiados.
Con pocos medios, Dios nos hace creadores con él, incluso allí donde las circunstancias no son favorables. Ir hacia el otro, a veces con las manos vacías, escuchar, intentar comprender; y una situación bloqueada ya se puede transformar.
Dios nos espera en los que son más pobres que nosotros. « Eso que habéis hecho a uno de estos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (I).
En el Norte como en el Sur, inmensas desigualdades alimentan un miedo al futuro. Algunos, con coraje, dedican sus energías a modificar las estructuras de injusticia.
Todos, dejémonos interrogar sobre nuestro modo de vida. Simplifiquemos nuestra existencia. Y encontraremos una disponibilidad y una apertura de corazón para los demás.
Hoy existen múltiples iniciativas para compartir accesibles a cada uno. Un comercio imaginativo y más equitativo o los microcréditos han demostrado que el crecimiento económico y la solidaridad con los más pobres pueden ir de la mano. Hay quienes están atentos a que una parte de su dinero contribuya a restablecer una mayor justicia.
Para que nuestras sociedades tomen un rostro más humano, es preciso dar nuestro tiempo. Cada uno puede intentar escuchar y sostener aunque sólo sea a una persona: un niño abandonado, un joven sin trabajo ni esperanza, alguien desprovisto de medios, un anciano.
Elegir amar, elegir la esperanza. Al perseverar por este camino, descubrimos con asombro que, antes de iniciarlo, Dios nos ha escogido, a cada uno y cada una de nosotros: «No tengas miedo, te he llamado por tu nombre, eres mío. Soy tu Dios, cuentas mucho a mis ojos y te amo» (II).
En la oración nos ponemos, nosotros y aquellos que nos han sido confiados, bajo la mirada benévola de Dios. Él nos acoge tal como somos, con lo que es bueno, pero también con nuestras contradicciones interiores, incluso nuestras faltas. El Evangelio nos lo asegura: nuestras fragilidades pueden convertirse en una puerta a través de la cual el Espíritu Santo entra en nuestra vida.
Hace treinta años, el hermano Roger escribía en Calcuta: «La oración es para ti una fuente para amar. Con una infinita gratuidad, abandónate de cuerpo y de espíritu. Cada día, ahonda en algunas palabras de las Escrituras, para situarte ante otro que tú mismo, el Resucitado. En el silencio, deja nacer en ti una palabra viva de Cristo para ponerla enseguida en práctica.»
Y al dejar Calcuta, añadía:
«Partimos de nuevo después de haber descubierto, en el corazón de profundos desamparos, la vitalidad sorprendente de un pueblo y de habernos encontrado con testigos de un futuro distinto para todos. Para contribuir a este futuro, el pueblo de Dios tiene una posibilidad específica: repartidos por toda la tierra, puede construir en la familia humana una parábola del compartir. Esta parábola contendrá la fuerza suficiente para propagarse hasta quebrar las estructuras más inmóviles y crear una comunión en la familia humana» (III).
Esta llamada del hermano Roger toma hoy una nueva actualidad. Dispersos a través del mundo, los cristianos pueden sostener una esperanza para todos al vivir esta noticia inaudita: después de la resurrección del Cristo, nuestra humanidad ya no está fragmentada.
¿Cómo ser testigos de un Dios de amor en la tierra si dejamos que perduren nuestras separaciones entre cristianos? ¡Osemos ir hacia la unidad visible! Cuando nos giramos juntos hacia Cristo, cuando nos reunimos en una oración común, el Espíritu Santo ya nos une. Humildemente, en la oración, aprendemos sin cesar a pertenecernos los unos a los otros. ¿Tendremos el coraje de no seguir actuando sin tener en cuenta a los demás?
Cuanto más nos aproximamos a Cristo y a su Evangelio, más nos acercamos los unos a los otros.
Por la acogida recíproca, se realiza un intercambio de dones. El conjunto de estos dones es hoy necesario para hacer audible la voz del Evangelio. Los que han puesto su confianza en Cristo son llamados a ofrecer su unidad a todos. Y sobreviene la alabanza de Dios.
Entonces se realiza la hermosa parábola del Evangelio: el pequeño grano de mostaza se convierte en la mayor de las plantas del jardín, al punto que las aves del cielo vienen a anidar (IV). Arraigados en Cristo, descubrimos una capacidad de apertura hacia todos, también hacia quienes no pueden creer en él o los que son indiferentes. Cristo se ha hecho servidor de todos, no humilla a nadie.
Más que nunca, tenemos hoy posibilidades de vivir una comunión más allá de las fronteras de lo
s pueblos. Dios nos da su aliento, su Espíritu. Y nosotros le rogamos: «Guía nuestros pasos por el camino de la paz» (V).
1. Al inicio de su ministerio, el papa Benedicto XVI escribió: «Todos los hombres pertenecen a una única y misma familia» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz 2006)
En Calcuta, los cristianos son una minoría entre otras grandes religiones históricas. En India, tensiones entre religiones han podido conducir a graves violencias. Sin embargo, el respeto mutuo constituye lo esencial de las relaciones entre creyentes. Las fiestas de cada tradición son respetadas por las demás y pueden llegar a ser una ocasión para compartir.
2. Un joven padre de familia libanés nos escribía mientras que los bombardeos en Oriente Próximo se intensificaban por ambas partes: « ¡La paz del corazón es posible! Cuando se ha sido humillado, la tentación es querer responder humillando. A pesar del sufrimiento, a pesar del odio que se hace cada vez más fuerte, a pesar del deseo de venganza que sentimos en los momentos de debilidad, creo en esta paz. ¡Sí, la paz aquí y ahora! »
3. Varios hermanos de Taizé viven desde hace treinta años en Bangladesh, entre un pueblo casi totalmente musulmán. Comparten la existencia cotidiana de los más pobres y los más abandonados. Uno de ellos escribe: « Descubrimos cada vez más que los que son rechazados por la sociedad a causa de su debilidad y de su aparente inutilidad son una presencia de Dios. Si les acogemos, nos conducen progresivamente fuera de un mundo de hiper-competición hacia un mundo de comunión de los corazones. En la gran diversidad de religiones y culturas, nuestra presencia en Bangladesh quiere ser un signo de que el servicio a nuestros hermanos y hermanas vulnerables abre un camino de paz y de unidad. »
Lo que la Madre Teresa comenzó en Calcuta continúa irradiando a través de sus hermanas. Los cuidados y el amor llevados a los más pobres son signos claros del amor de Dios. Y tantas otras personas por todo el mundo se comprometen en un mismo camino de solidaridad: sin ellas, ¿dónde estaríamos sobre nuestra tierra?
4. Las desigualdades provocan antes que después violencias. El 20% de la población mundial, que habita en los países más desarrollados, utiliza el 80% de los recursos naturales de nuestro mundo. Una gestión responsable de los recursos de energía y agua potable se hace cada vez más urgente.
5. Con ocasión de los funerales del Hermano Roger, el prior de la Gran Cartuja, Marcellin Theeuwes, escribió: «Las circunstancias dramáticas de la muerte del Hermano Roger no son sino un revestimiento exterior que pone aún más de relieve la vulnerabilidad que cultivaba como una puerta preferida por Dios para venir a estar con nosotros.» (Ver también 2 Corintios 12,10.)
6. Un cristiano del siglo IV expresa bien cómo la oración y el compromiso son complementarios. Para él, participar en la Eucaristía lleva a una solidaridad con los pobres: « ¿Quieres honrar el cuerpo del Salvador? Aquel que dijo: Esto es mi cuerpo, ha dicho también: Me visteis hambriento y no me disteis de comer. Lo que no hicisteis con uno de los más humildes, ¡a mí me lo negasteis! Honra pues a Cristo compartiendo tus bienes con los pobres.» (San Juan Crisóstomo, Homilía 50 sobre Mateo)
7. Ya los cristianos de la primera generación, una pequeñísima minoría en el mundo, tenían esta certeza: Cristo ha destruido el muro de separación entre los pueblos al dar su vida sobre la cruz. (Ver Efesios 2,14-16.)
8. Un cristiano que vivió en Palestina en el siglo VI escribió: «Imaginad que el mundo es un círculo, que el centro es Dios, y que los radios son las diferentes maneras de vivir de los hombres. Cuando los que, deseando acercarse a Dios, marchan hacia el centro del círculo, se aproximan los unos a los otros al mismo tiempo que a Dios. Cuanto más se aproximan a Dios, más se acercan los unos a los otros. Y cuando más se acercan a los demás, más se aproximan a Dios» (Doroteo de Gaza, Instrucciones VI).
9. «Las relaciones de la Iglesia con las otras religiones están inspiradas por un doble respeto: respeto por el hombre en su búsqueda de respuestas a las preguntas más profundas de la vida, y respeto por la acción del Espíritu en el hombre. (…) Toda oración auténtica ha sido suscitada por el Espíritu Santo, que está misteriosamente presente en el corazón de todo hombre» (Juan Pablol II, «Redemptoris missio»).
Como cristianos, no podemos esconder que en el corazón de nuestra fe se encuentra Jesucristo, que nos religa de una manera única a Dios (Cf. 1 Timoteo 2,5). Pero, en vez de impedir un verdadero diálogo, este absoluto nos compromete, pues si Jesús es único, lo es por su humildad. Por esto, nunca podremos, en su nombre, mirar a los demás por encima del hombro, sino sólo acogerles y dejarnos acoger por ellos.
10. Por este camino, Dietrich Bonhoeffer se encuentra entre los que nos pueden sostener, él que, en las horas más sombrías del siglo XX, ha dado su vida hasta el martirio. Sólo algunos meses antes de su muerte, escribía en su prisión estas palabras que ahora cantamos en Taizé:
Dios, recoge mis pensamientos hacia ti.
Junto a ti la luz,
tú no me olvidas.
Junto a ti el socorro,
junto a ti la paciencia.
No comprendo tus caminos,
pero tú conoces el camino para mí
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(I) Mateo 25,40.
(II) II Isaías 43,1-4.
(III) Hermano Roger, Carta al Pueblo de Dios, 1976.
(IV) Ver Lucas 13,18-21.
(V) Ver Lucas 1,79.
[Traducción distribuida por la Comunidad de Taizé]