ROMA, viernes, 22 diciembre 2006 (ZENIT.org).- El nacimiento viviente, representado por primera vez en la historia por san Francisco de Asís, lejos de ser un símbolo intolerante, buscaba reconstruir Tierra Santa en occidente, explica un experto.
El padre Pietro Messa OFM, director de la Escuela Superior de Estudios Medievales Franciscanos de la Universidad Pontificia «Antonianum» de Roma, ha analizado en declaraciones concedidas a Zenit el origen de esta representación navideña, que realizó el «Poverello» en Greccio, en 1223.
El fraile cita la fuente más antigua que se conserva de aquel acontecimiento, la «Vida» de san Francisco, escrita por Tomás de Celano, con motivo de la canonización, que tuvo lugar en 1228, dos años después de su fallecimiento.
En Greccio, localidad del centro de Italia, según el escrito, Francisco explicó así su idea: «deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno»
Tomás de Celano escribió que por esta iniciativa de san Francisco, «Greccio se convirtió en un nuevo Belén». Inmediatamente la costumbre de la representación del nacimiento se extendió por Italia y Europa, en particular gracias al impulso de los franciscanos.
El estudioso hace una constatación: san Francisco fue el creador del nacimiento viviente, tal y como es conocido hoy día, signo de identidad cristiano, y al mismo tiempo se encontró con el sultán musulmán Malek-al-Kamil, primogénito del hermano y sucesor del famoso Saladito, convirtiéndose en un símbolo histórico del diálogo.
«Con el lenguaje de hoy –indica el fraile– podemos decir que Francisco supo conjugar identidad y diálogo de una manera única».
Por este motivo, ante quienes quieren quitar el nacimiento de lugares públicos y escuelas por considerar que es un símbolo intolerante, el padre Pietro Messa recomienda «cultura y formación».
Con la cultura y la formación, añade, se puede «conocer y comprender la realidad pasada y presente en su globalidad, en ocasiones contradictoria, dejando a un lado frases simplistas».
«San Francisco hoy propone una identidad cortés, o por decirlo con otros términos, una fe íntegra, como antídoto ante todo integrismo, comprendido como la absolutización de una parte que rompe la armonía de la verdad total, que es sinfónica».
«El desafío está en encontrar signos que expresen todo esto y el nacimiento, bien comprendido, puede ser uno de éstos», concluye.