“Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 1,14)
Estimados hermanos y hermanas:
La celebración de la Navidad del Señor nos concede una nueva ocasión para reflexionar y gustar del gran amor que Dios nos tiene y que se manifestó de un modo excelso cuando se encarnó Jesucristo, presencia que llena de gozo a los que lo reciben y hace brotar de nuestros corazones el deseo de proclamar la ternura de Dios, como lo hizo Zacarías cuando dijo “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo” (Lc 1,68).
La Navidad también nos compromete con el anuncio de los ángeles “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (Lc 1,14). Este mensaje resuena cada vez más fuerte sobre todo cuando nuestro querido Perú no sale aún de la espiral de violencia, de desconfianza, de inseguridad, de falta de mayor amor fraterno. En estas circunstancias es cuando la presencia del Niño de Belén reaviva la luz de la esperanza para enseñarnos que la verdadera paz brota del corazón de Dios y se transmite al corazón del hombre que lo quiere acoger “a cuantos lo recibieron, …, les dio capacidad de ser hijos de Dios” (Jn 1,12): esto es, capacidad de amar.
La paz que nos trae Jesús es la que profetizó Isaías cuando dijo que su nombre es “Príncipe de la paz,… establecerá y afianzará el trono y el reino de David sobre el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre” (Is 9,5-6). Por eso la paz de Dios que se proclama no puede estar separada de la justicia, porque mientras se acreciente la desigualdad entre seres humanos, entre los que tienen acceso a la justicia y los que no, entre los que tienen oportunidades y los que carecen de todo, no podrá haber paz duradera. La paz se convierte así en el imperativo para toda persona de buena voluntad que lo impulsa a trabajar con más empeño en la construcción de una sociedad más fraterna y justa.
No debemos olvidar que la Navidad también nos manifiesta esa dimensión tan profunda del Amor de Dios que se hace entrega, es Dios que se da a su pueblo, donación que llegará a su culmen en el sacrificio de la cruz; por eso un signo inequívoco de la experiencia cristiana será dar sin esperar nada a cambio, especialmente en Navidad. La virtud del desprendimiento, que nos exige manifestarla en gestos concretos, es un bálsamo para los más necesitados, es una ayuda eficaz para nuestro prójimo, y es un instrumento de amor y de solidaridad. La Navidad es también capacidad de perdón, de perdonar y de ser perdonados, de reconciliación.
Finalmente quiero expresar mi sincero deseo para que la luz que brilló en la Noche Santa de Belén, nos ilumine también en esta Navidad; que el Niño Dios nazca en cada uno de nosotros, que nos conceda la alegría perfecta, fruto de la paz interior y del amor fraterno y que el Nuevo Año sea para todos portador de gran esperanza en un Perú mejor.
+ MIGUEL CABREJOS VIDARTE, OFM.
Arzobispo de Trujillo
Presidente de la Conferencia Episcopal del Perú
Miembro de la Pontificia Comisión para América Latina
Lima, Diciembre de 2006
ZS06122302
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