GINEBRA, miércoles, 12 diciembre 2007 (ZENIT.org).- A los sesenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, muchos miembros de la familia humana siguen lejos de disfrutarlos, alerta el observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de la ONU y ante las instituciones especializadas en Ginebra.
El arzobispo Silvano Tomasi intervino el lunes –jornada dedicada a los Derechos del Hombre– en esa sede, en el lanzamiento del año que marcará la celebración de la histórica adopción de Declaración, el 10 de diciembre de 1948, por la Asamblea General de la Naciones Unidas.
Un documento clave, considera el prelado, como punto de referencia para el debate intercultural sobre la libertad y la dignidad humana en el mundo y como ley básica consuetudinaria para cualquier cuestión sobre los derechos humanos.
Pero los derechos contenidos en la Declaración no proceden de Estados o instituciones, precisó el arzobispo Tomasi, sino que «son inherentes a toda persona».
Y es que «la dignidad humana está más allá de cualquier diferencia y une a todos los seres humanos en una familia» –aclaró–, por lo que requiere de «instituciones políticas y sociales para promover el desarrollo integral de toda persona, como individuo y en su relación con la comunidad».
Y aunque involucra a la democracia y a la soberanía, a la vez la dignidad humana va también más allá de estas realidades: «implica a todos los actores –advirtió–, gubernamentales y no gubernamentales, comunidades creyentes o no, miembros de la sociedad de carácter público o privado, a trabajar por la libertad, la igualdad y la justicia social para todos los seres humanos, respetando el mosaico cultural y religioso mundial».
La dignidad humana es la «base indispensable que sostiene la interrelación e indivisibilidad de los derechos humanos, sociales, civiles y políticos, culturales y económicos», y, añadió el prelado, es el eje que impide que los derechos reconocidos en la Declaración Universal sufran vaivenes históricos o interpretativos.
La consideración de la «dignidad humana» –ejemplificó– resuelve «el importante debate de la relación entre libertad de expresión, por un lado, y el respeto de la religión y de los símbolos religiosos de los demás».
«Sólo puedo incrementar mi propia dignidad, o sea, disfrutar plenamente los derechos humanos, cuando respeto la dignidad de los demás -dijo el arzobispo Tomasi en la sede internacional de Ginebra–. Libertad de religión para todos, y educación para implementar tal libertad», es el «camino principal para respetar todos los credos y convicciones».
Así también la «dignidad humana» se revela como la «base de la implementación de todos los derechos humanos, y a la vez, como punto de referencia para identificar intereses nacionales, evitando de tal modo el «doble peligro» del individualismo extremo y del colectivismo», puntualizó.
En este contexto, el arzobispo Tomasi señaló en la dignidad humana el criterio normativo ante «la adopción de medidas en cualquier campo donde la persona humana se exprese, en el trabajo y en la economía, ciencia, seguridad y salud», entre otros.
Con todo, «sesenta años después de la Declaración, muchos miembros de la familia humana están aún lejos de disfrutar de sus derechos y necesidades básicas», alertó el prelado.
Por ello, el aniversario que se celebra «puede evidenciar que cada persona, como individuo o como miembro de una comunidad, tiene el derecho y la responsabilidad de defender e implementar todos los derechos humanos», manifestó.
E hizo hincapié en que la Declaración reconoce en el respeto de los derechos humanos la fuente de la paz.
Y ésta «no se concibe sólo como la ausencia de violencia, sino que incluye la cooperación y la solidaridad, a nivel local e internacional, como un camino necesario para promover y defender el bien común de todos los pueblos», concluyó.
Por Marta Lago