ROMA, lunes, 14 abril 2008 (ZENIT.org).- Estados, organizaciones internacionales, toda la sociedad civil y sus formas asociativas, así como las grandes religiones: el llamamiento a colaborar por la solidaridad entre los seres humanos y por la paz en el mundo no excluye a nadie, advierte el presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz.
Es una de las claves de las conclusiones que ofreció el cardenal Renato Martino al término del seminario internacional que, sobre el tema «Desarme, desarrollo y paz. Perspectivas para un desarme integral», ha promovido su dicasterio en Roma, el 11 y 12 de abril.
«Cuestiones muy complejas» cuyo análisis, estos dos días, ha buscado «abrir un diálogo», pues existen «nuevas problemáticas sobre las que es necesario cultivar colaboraciones estrechas, intensas y fecundas», respetando las diversas sensibilidades, pero con la certeza de la «convicción común de que la dignidad humana hay que defenderla siempre», subraya el purpurado.
«El conflicto en general y la guerra en particular están modificando su propia fisonomía –ejemplifica–. Son más horizontales que verticales, más difundidos que concentrados, más fragmentados que unitarios, más cotidianos que excepcionales, más próximos que lejanos, más inmateriales (y hasta virtuales) que materiales».
Juan XXIII afirmó hace cuarenta y cinco años en «Pacem in terris» el fundamento del «desarme de los corazones» para la consecución de la paz; con el seminario, el dicasterio subraya esta realidad: «Sin una conversión de los corazones a lo bueno y a lo justo, difícilmente se podrá realizar una reducción y, en definitiva, una eliminación del armamento», se lee en las conclusiones el cardenal Martino.
El punto de partida del análisis de las implicaciones éticas y religiosas del desarme, del desarrollo y de la paz arroja, entre otras consideraciones, el deber de «los Estados y de las organizaciones internacionales de renovar su compromiso por un desarrollo integral y solidario de la humanidad», objetivo «necesario para la convivencia pacífica y ordenada de la familia humana».
Igualmente se desprenden algunas alertas, tales como la dificultad –derivada de la globalización y del progreso científico-técnico– de «distinguir la economía civil de la militar en sentido estricto», o sea, «el creciente fenómeno del «dual use» de bienes y conocimientos».
Se añade que «los Estados, precisamente en la incertidumbre provocada por la globalización y fenómenos como el terrorismo a escala global, han retomado una siniestra carrera armamentística y parecen perder confianza en el diálogo, en el multilateralismo y en la cooperación internacional a todos los niveles en el sector del desarme», subraya el cardenal Martino.
Pero son precisamente estos aspectos que reclaman confianza –aspectos que ha querido recalcar el dicasterio con este seminario internacional– los que ponen los cimientos para «un auténtico proceso de desarme, para la afirmación de los derechos humanos y de la paz en la comunidad internacional», puntualiza.
«Los desafíos son múltiples y todos estamos llamados, en la propia condición y papel en la sociedad, a colaborar por la solidaridad entre los seres humanos y por la paz en el mundo», declara el cardenal Maritno.
Ante todo –indica– «los Estados y las organizaciones internacionales, en su papel de responsables del destino de los pueblos y de la humanidad»; también «toda la sociedad civil, en especial quienes de manera organizada están comprometidos en la promoción del desarme, del desarrollo y de la paz, como las organizaciones no gubernamentales», las cuales «merecen mayor atención de la comunidad internacional».
Asimismo «hay que reafirmar el papel de las grandes religiones –recuerda el presidente del dicasterio–, llamadas a dar siempre un mensaje de esperanza, una palabra de sabiduría y prudencia a cada hombre, sobre todo a quienes son responsables, en modos diversos, de la suerte de otros hombres y de la realización del bien común».
Y es que «las religiones son un instrumento de unión de los hombres entre sí y de los hombres con Dios», y «están llamadas a promover una cultura de la paz» y una «pedagogía de la paz por el bien común de la humanidad», insiste.
El purpurado alude al papel de los cristianos: «no están llamados sólo a tomar posiciones respecto a la guerra, sino sobre todo a hacerse constructores de paz».
«Quien quiere la paz la prepara de lejos», y «construir la paz es ante todo –señala– sustraer terreno a las injusticias y a las opresiones que provocan la guerra».
Así que «la paz se construye a partir de las propias responsabilidades respecto a la justicia, ante el bien de los demás», una construcción que empieza desde los cimientos, «con la educación a la paz», tarea que a su vez comienza –según el purpurado italiano– por «ser testigos de paz» habiéndola realizado en uno mismo.
Por Marta Lago