El Papa une a la Iglesia en el estadio de béisbol de Washington

Unos 46.000 peregrinos, muchísimos hispanos, arropan al pontífice

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WASHINGTON, jueves, 17 abril 2008 (ZENIT.org).- Los ríos de gente que desembocaron este jueves en el nuevo estadio del «Nationals Park» no estaban conformados por los típicos apasionados de béisbol; en esta ocasión llevaban camisetas en las que podía leerse «I love the Pope» o «I love Jesus».

Una mirada más atenta podía ver después a centenares de sacerdotes, vestidos con sus blancas albas, confesando en improvisados confesonarios o sillas en cualquier rincón. La alegría se iba haciendo palpable según se iban llenando los graderíos.

Los 46.000 hinchas no vinieron a ver a los Nacionales de Washington; llegaron para participar en la misa presidida por Benedicto XVI. Otros tantos no pudieron asistir por falta de espacio. Las actividades en el estadio comenzaron cuatro horas antes de la llegada del Papa.

Y cuando el Papa llegó, bajo un cielo brillante y una caliente mañana de sol, un aplauso de estadio le dio la bienvenida.

La familia Machado estaba en el estadio y encantada de ver al pontífice. Había atravesado el país desde Buell, Idaho. Sandy Machado, madre de cinco niños, entre 2 y 10 años, explicó a Zenit: «Washington está mucho más cerca que Roma, por eso nos hemos animado a realizar la peregrinación de la vida para ver al Papa».

 

Fred Scharf y Laura Fances Ferstl, voluntarios en el evento, explican que decidieron prestar ayuda en el estadio cuando se dieron cuenta de que posiblemente no podrían conseguir una entrada de otra manera. Scharf confesó que lo que más le ha impresionado de la visita del Papa ha sido el tema: «Cristo nuestra esperanza».

«Con todo lo que está pasando en el mundo y con todas las cuestiones de la vida, la fe católica responde a todas estas cuestiones», dijo.

La cúpula del Capitolio puede verse desde lo alto del estadio y los católicos estadounidenses, en su interior, expresaron aprecio por la historia de la Iglesia en su país.

El arzobispo de Washington, monseñor Donald Wuerl, fue aplaudido cuando mencionó la llegada de los primeros católicos a Estados Unidos, en 1634, no lejos de donde hoy se encuentra el estadio. El arzobispo pronunció la lista de los numerosos países de donde proceden los inmigrantes que hoy llaman a Estados Unidos su nación.

La misa se desarrolló en una mezcla de inglés, español y latín. Era la misa del Espíritu Santo, y estuvo animada con cantos y oraciones en numerosos idiomas de todo el planeta.

La música también fue ecléctica para expresar las diferentes edades y culturas representadas: desde los cantos tradicionales católicos norteamericanos, hasta afroamericanos espirituales, un himno tradicional caribeño, e incluso un estribillo de Zimbabue.

Unos trescientos sacerdotes ayudaron a distribuir la Comunión, durante unos 20 minutos, en medio de un orden garantizado por una buena organización.

Y la multitud escuchó sin respirar a Plácido Domingo cuando cantó el «Panis Angelicus» tras la Comunión. Cuando acabó el silencio fue roto por el aplauso y el Papa se levantó para saludar al tenor español, que le besó el anillo.

Tras la bendición solemne final, un Papa sonriente caminó a través de la multitud, mientras los guardias de seguridad mantenían abierto el camino para que pudiera pasar. Se detuvo para dar un beso a un niño y para bendecir a un hombre en silla de ruedas.

Cuando el Santo Padre desapareció por la puerta del equipo de casa, comenzó un concierto post-litúrgico.

Valerie Grays, de Baltimore, de la parroquia de San Francisco Javier, la iglesia afroamericana más antigua de los Estados Unidos, confesó que se sentía alegre y orgullosa de ver a los católicos estadounidenses en este estadio: «Realmente he sentido que estamos unidos».

Por Carrie Gress con la contribución de Kathleen Naab

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ZENIT Staff

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