ACCRA, lunes, 28 abril 2008 (ZENIT.org).- Los principios de solidaridad y subsidiariedad son la clave para diseñar las reglas e instituciones internacionales que sostienen el desarrollo, propone la Santa Sede.
Esta idea se afirma en una nota para la discusión enviada por la Secretaría de Estado del Vaticano a la 12 Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo en Accra, Ghana, que finaliza este 28 de abril.
El documento de la Santa Sede menciona una «crisis del multilateralismo», señalando especialmente dos críticas a las organizaciones internacionales.
«El primero es el problema de representación, según el cual la decisión que tiene poder entre estas instituciones no está situada de modo equitativo», dijo. «La segunda crítica se refiere a la falta de implicación arraigada de la sociedad en iniciativas orientadas al desarrollo emprendidas por instituciones multilaterales. Tal enfoque presenta el riesgo de formular una estrategia política que no está centrada en los pobres sino más bien en los gobiernos de los países pobres».
Tras un análisis de los problemas inherentes al comercio y desarrollo, la Santa Sede dedica una mirada a «lo que se puede hacer».
La primera propuesta es recordar lo que el documento llama la «verdad objetiva», que es un desarrollo centrado en el ser humano.
El verdadero objetivo es el desarrollo, propone la Santa Sede, y «el comercio representa una oportunidad significativa para los países en vías de desarrollo. Sin embargo, éste no es un fin en sí mismo sino más bien es un medio para el logro del desarrollo y la reducción de la pobreza».
A continuación el documento aconseja «un cambio de perspectiva»: El objetivo del desarrollo, se dice, es el bien común.
La Santa Sede explica: «Debe quedar claro que desarrollo no se refiere sólo al crecimiento de la economía en general; se refiere al desarrollo del ser humano con sus capacidades y relaciones con grupos sociales intermediarios –familia, grupos sociales, políticos, culturales, etc.– en el que este vive».
«Esto requiere un cambio de perspectiva que reconozca a los pueblos unidos por un factor común, su ser humanidad creada con el sello de su común Dios creador. Sólo partiendo de esta premisa podemos perseguir, entre instituciones pluralistas, el logro del bien común, que tiene que ser el objetivo primario de cualquier sociedad».
«El bien común ni es un objetivo abstracto ni una simple lista de objetivos. Es sencillamente la satisfacción de las necesidades primarias de la persona: la necesidad de verdad, amor y justicia».
La Secretaría de Estado afirma también que el hombre está «siempre en desarrollo».
«De hecho, desarrollo no es un objetivo a alcanzar; más bien es un camino a seguir –afirma–. Podemos decir que hay verdadero desarrollo cuando se pone a las personas en la posición de conseguir sus más importantes deseos y necesidades».
El documento ofrece dos principios para sostener y no obstaculizar las diferentes vías al desarrollo: solidaridad y subsidiariedad.
«Solidaridad es la responsabilidad de las naciones desarrolladas de favorecer el crecimiento económico […] ayudando a los individuos menos afortunados a crear sus oportunidades de desarrollo –afirma–. Solidaridad debería ser el principio rector, no sólo en la definición de la ayuda exterior, sino también en la relación económica entre países desarrollados y en vías de desarrollo, y dentro de los acuerdos regionales y multilaterales».
Pero, añade el documento, «mientras la solidaridad debería ser la chispa que genera la definición de las políticas orientadas al desarrollo, a nivel nacional e internacional, la subsidiariedad debería ser el principio guía en su diseño e implementación».
El documento explica: «La subsidiariedad no sólo preserva y promueve originalidad en el desarrollo de la vida social, sino que también implica un acto de libertad de los individuos que tratan de seguir sus vocaciones. [..] La participación es un deber a ser cumplido conscientemente por todos, con responsabilidad y con una visión del bien común».
«En otras palabras, a nivel internacional, solidaridad y subsidiariedad implican una doble responsabilidad: para los países desarrollados en ayudar [a los países menos desarrollados] a encontrar su vía al desarrollo, y para los países menos desarrollados en implementar todas las políticas necesarias que les permitan aprovechar las oportunidades que se les ofrecen».
Si el desarrollo está centrado en la persona humana, concluye la Santa Sede, hay algunos temas clave que hay que tener en cuenta. El documento menciona cinco.
El primero es la educación, «la esencia del desarrollo. Sólo una persona educada puede ser plenamente consciente del valor y la dignidad del ser humano. Entonces las personas educadas pueden más fácilmente establecer entre ellas relaciones sociales no basadas en la fuerza o el abuso, sino en el respeto y la amistad. En tal ambiente, es más fácil reducir la corrupción y desarrollar instituciones virtuosas que ayuden a lograr el bien común».
Se incluyen también la salud y un trabajo digno.
La Santa Sede afirma que la libertad económica es clave: «Sin una implementación institucional que proporcione un ambiente económico estable en el que se imponga el imperio de la ley y los derechos de propiedad sean respetados, el desarrollo económico inevitablemente se reprime».
Finalmente, el documento propone la importancia del empresariado, al que llama el primer paso hacia el desarrollo económico.
«La tarea afrontada por las instituciones internacionales en sostener el desarrollo de los países pobres es enorme –concluye la Santa Sede–. El primer paso decisivo hacia este objetivo es implementar políticas que reconozcan y sitúen el valor de la persona humana en su centro».
Traducido del inglés por Nieves San Martín