¿De dónde vienen y a dónde van las parroquias?

Reflexión del sacerdote y profesor de pastoral Jesús Sastre García

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MADRID, martes, 6 mayo 2008 (ZENIT.org).- La parroquia no es un tema agotado y su vitalidad y renovación provocan ríos de tinta. Lo ha constatado un congreso del Instituto Superior de Pastoral de Madrid –recogido ahora en un libro– que ha analizado qué es hoy la parroquia, cuál es su futuro y en que momento se remontan sus orígenes.

El tema fue tratado en la XVIII Semana de Teología y Pastoral del Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca (www.upsa.es) en enero de 2007, cuyas aportaciones forman el volumen «A vueltas con la parroquia: balance y perspectivas», recién publicado este 2008 por Verbo Divino.

«Yo creo en la parroquia, la misión de la parroquia me parece insustituible y la parroquia del futuro necesariamente ha de hacer una renovación en profundidad», afirma como punto de partida Jesús Sastre García, profesor del Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca.

La parroquia nace en tiempos de evangelización y en contexto rural, en el siglo IV y surge como «para adaptar la acción pastoral de la primitiva comunidad urbana a las zonas rurales recién evangelizadas» informa este sacerdote, doctor en Teología, Filosofía y Ciencias Sociales, que fue el encargado de abrir estas reflexiones sobre la parroquia.

«Desde sus comienzos se concibió como Iglesia local en una comunidad extra muros, a cargo de un presbítero», afirma este autor de numerosos libros sobre acompañamiento pastoral de los jóvenes.

Los orígenes de la institución parroquial se remontan entonces al siglo IV, favorecidos por el Edicto de Milán, que al reconocer a los cristianos como ciudadanos del Imperio Romano favoreció que se pudieran mover libremente.

El crecimiento de los cristianos en las ciudades obligó a dividirse en  comunidades a cargo de un presbítero, casas que recibían el nombre de tituli, eran comunidades personales sin marcas territoriales.

En el siglo V se hacen construcciones para las celebraciones. «Este proceso de nacimiento y expansión de la parroquia es concomitante con la crisis del catecumenado y la generalización progresiva del bautismo de infantes», revela este sacerdote.

La reforma carolingia (siglos VIII-IX) fue un momento significativo en la evolución de la parroquia porque el emperador Carlomagno dividió el imperio en diócesis y parroquias, «buscando mejorar la vida espiritual y la unidad en torno a la dependencia jurídica del obispo frente a las injerencias de los señores feudales». Aquí se designa que los fieles pertenecen a la parroquia por circunscripción y no por libre elección.

El Concilio de Trento también reformó la parroquia, llamada «la unidad pastoral más importante» y se dará mucha relevancia a la práctica sacramental.

Ya en los siglos XVIII y XIX la parroquia vive la influencia de los cambios sociales. Se empieza a ver la importancia de los laicos en la acción pastoral y la necesaria independencia de la Iglesia respecto de los poderes públicos.

Antes del Concilio Vaticano II hubo intentos de renovación parroquial, especialmente el llamado «movimiento litúrgico». Este ayudó a la parroquia a descubrir su origen «histérico y comunitario», a «valorar la Palabra de Dios» y a la «purificación de las devociones», agrega el autor.

El movimiento misionero, nacido en Francia en los años 40, puso en crisis el modelo de parroquia aludiendo a la falta de misión de la institución. Empezó a nacer la «sociología de la misión» y una ponencia de Yves Congar titulada «Misión de la parroquia» cristalizó la necesidad de la parroquia abierta a la sociedad. Empezaron actividades parroquiales para acoger a jóvenes, marginados etc.

En el Concilio Vaticano II se exhorta para que «florezca el sentido comunitario parroquial, sobre todo en la celebración común de la misa dominical» (SC 42).

Se define entonces a la parroquia como «parte de la diócesis», como «comunidad de fieles que se reúne para la Eucaristía, da testimonio del Señor resucitado y evangeliza el entorno».

«En la parroquia se dan los elementos fundamentales que constituyen la vida cristiana: Palabra de Dios, sacramentos, comunidad, ministerios y atención a los necesitados. Esto hace que la parroquia tenga vocación de globalidad», recuerda el profesor Sastre.

El sacerdote constata después de su recorrido histórico cómo «en la práctica, la parroquia es la referencia más cercana y común para los creyentes».

Para renovar la vida parroquial, el autor sugiere «no dar por supuesto que existe la parroquia», sino «crearla, con comunidades que cultivan la vida de fe, el compromiso social y la labor evangelizadora».

La labor «iniciática» de la parroquia es fundamental: «iniciar, y reiniciar en la fe es la tarea más urgente e importante en la totalidad de nuestras parroquias», recuerda el profesor Sastre García.

«La parroquia comunidad debe sentirse en estado de misión» y debe ayudar a «superar el divorcio entre la Iglesia y la sociedad», anima.

«No podemos prescindir de la parroquia: la solución está en su renovación, para la cual se necesita una «pedagogía de cambio»», concluye.

Por Miriam Díez i Bosch

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ZENIT Staff

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