ROMA, jueves, 22 mayo 2008 (ZENIT.org).- Al presidir la celebración del Corpus Christi, que culminó con una procesión por las céntricas calles de Roma, Benedicto XVI aseguró que la Eucaristía ha impreso la mayor revolución de la historia de la humanidad.
Una revolución social, pues ante la Eucaristía los creyentes se reúnen dejando a un lado su condición social, sus convicciones políticas, o sexo, y hasta incluso sus preferencias mutuas.
Así lo explicó en la homilía de la misa que presidió en la plaza de la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral del obispo de Roma. Los presentes eran una prueba viva de las palabras del Papa: había Misioneras de de la Caridad de la Madre Teresa, scouts, cardenales, caballeros del Santo Sepulcro, peregrinos de todos los continentes, y hasta alguna persona sin techo atraída por la celebración.
Meditando sobre el misterio eucarístico, el pontífice comentó una famosa frase del apóstol Pablo: «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús».
«En estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta precisamente alrededor de la Eucaristía –reconoció–: aquí se reúnen en la presencia del Señor personas de diferentes edades, sexo, condición social, ideas políticas».
Según el pontífice, «la Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. La Eucaristía es un culto público, que no tiene nada de esotérico, de exclusivo».
«Estamos unidos más allá de nuestras diferencias de nacionalidad, de profesión, de clase social, de ideas políticas: nos abrimos los unos a los otros para convertirnos en una sola cosa a partir de Él», aclaró.
De hecho, recalcó, «esta ha sido desde los inicios la característica del cristianismo, realizada visiblemente alrededor de la Eucaristía, y es necesario velar siempre para que las tentaciones del particularismo, aunque sea de buena fe, no vayan en el sentido opuesto».
Por tanto, concluyó, el Corpus Christi «nos recuerda ante todo esto: ser cristianos quiere decir reunirse desde todas las partes para estar en la presencia del único Señor y ser uno en Él y con Él».
Esta comunidad de los cristianos de Roma y peregrinos se hizo patente después, cuando el Santísimo Sacramento recorrió el camino que lleva de la Basílica de San Juan de Letrán a la Basílica de Santa María la Mayor.
El Papa seguía a la Eucaristía arrodillado en un reclinatorio, encima de un camión blanco, cubierto con un toldo, cuando empezaba a caer la noche sobre la ciudad eterna.
Los fieles, con velas en la mano, profesaban en silencio la fe que poco antes el sucesor del apóstol Pedro había proclamado en la presencia real de Jesucristo en el sacramento.
Por Jesús Colina