CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 2 de julio de 2008 (ZENIT.org) Ofrecemos el texto del Mensaje del Papa a los obispos colombianos, reunidos en Asamblea Plenaria el pasado 30 de junio, con motivo del centenario de la Conferencia Episcopal de Colombia:



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Señores Cardenales,

Señor Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia

Queridos Hermanos en el Episcopado:

Con entrañable afecto les saludo fraternamente con las mismas palabras de San Pablo: “Gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor’ (Flp 1,2). Con él les digo también que “siempre que me acuerdo de ustedes, doy gracias a mi Dios. Cuando ruego por ustedes, lo hago siempre con alegría, porque han colaborado en el anuncio del Evangelio” (Flp 1, 3-5).

Están ustedes congregados en la octogésima quinta Asamblea Plenaria de esa Conferencia Episcopal y celebrando con gratitud al Señor los cien años de esa venerable institución, que fomenta el afecto colegial y les ayuda a ejercer de manera concorde y bien coordinada algunas funciones pastorales, alentando así armónicamente la vida cristiana en todo el País.

Me uno de corazón a esta significativa conmemoración, sabiendo que la Conferencia Episcopal de Colombia, nacida en 1908 por disposición del Primer Concilio Plenario de América Latina, ha impulsado con constantemente la misión evangelizadora de la Iglesia en esa querida Nación, buscando vías y métodos adecuados para fortalecer la vida eclesial en esas tierras y animar a los bautizados a responder con generosidad a la vocación a la santidad que les es propia.

Es justo recordar y dar gracias a Dios en estos momentos por los insignes Pastores que han formado parte de esa Conferencia en este siglo de andadura. Ellos son para todos un testimonio elocuente de celo apostólico y preclaras virtudes, que invitan a continuar respondiendo con solícita entrega, fe firme y renovado ardor a los retos que hoy se presentan a la Iglesia en su Patria.

Queridos hermanos en el Episcopado, la hora presente es una ocasión providencial para tomar el testigo de los que nos precedieron y ayudar a nuestros .hermanos para que afiancen la amistad con Jesucristo, acojan su Palabra con limpieza de corazón, celebren con gozo los sacramentos y sirvan con entusiasmo a todos, en particular a los más desfavorecidos, llevándoles un mensaje de paz, justicia y reconciliación. Nosotros, como Pastores de la Iglesia, hemos de ir por delante guiando por el recto camino al Pueblo de Dios, que necesita vernos como auténticos hombres de Dios y saber que cada día rezamos por sus preocupaciones, sufrimientos, desvelos e inquietudes. Como discípulos,  escuchamos, aprendemos y seguimos al Maestro y, como apóstoles y misioneros, ayudamos a los que nos rodean, y también a los alejados, a encontrar en Cristo la plenitud de vida que tanto ansían.

Quiero decirles que en este quehacer no se encuentran solos. Los acompaño con mi plegaria y cercanía espiritual en los esfuerzos que están realizando para que el Evangelio resuene en todos los lugares de esa tierra colombiana a través de las iniciativas emprendidas en el campo de la pastoral educativa y universitaria, en el cuidado que otorgan a los presos, a los enfermos, a los ancianos, a los indígenas, a los trabajadores, a los desplazados, a los jóvenes y a las familias.

Con la certeza de que están poniendo bases sólidas para un futuro prometedor, y para el bien de toda la Iglesia, los animo igualmente a redoblar la atención que prestan a los sacerdotes, seminaristas, misioneros, religiosos y religiosas, y a dar nuevo impulso a los diversos programas de formación de catequistas, seglares y agentes de pastoral.

No puedo olvidar tampoco el esmero que ponen en ser hombres de concordia, ni sus continuas exhortaciones para que cese la violencia, el secuestro y la extorsión que padecen muchos de los hijos de esa amada tierra.  Pido ardientemente a Dios que acaben cuanto antes estas situaciones, que tanto dolor han causado, y que en Colombia reine una paz estable y justa, en un clima de esperanza y prosperidad.

Déjenme tener un especial recuerdo para los Obispos eméritos, a los que ruego les lleven mi estima y reconocimiento, sentimientos que también extiendo complacido a los sacerdotes, religioso a y laicos que colaboran con ustedes de diversas maneras en los trabajos de esa Conferencia.

Pongo bajo el amparo maternal de Nuestra Señora de Chiquinquirá las diversas actividades que han preparado este año para dar realce a esta efeméride, sobre todo el IV Congreso Nacional de Reconciliación y la Expocatólica, que tendrán lugar en el próximo mes de agosto. A su Inmaculado Corazón encomiendo también las intenciones de todos ustedes, así como las de sus comunidades diocesanas y las de todo el amado pueblo colombiano. Con estos sentimientos y deseos, y como prenda de abundantes favores celestiales, imparto a todos una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 30 de junio de 2008