Una multitudinaria misa inaugura las Jornadas Mundiales de la Juventud

Con la que el cardenal Pell deja un mensaje de esperanza

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SYDNEY, martes, 15 julio 2008 (ZENIT.org).- El cardenal George Pell, arzobispo de esta ciudad, dejó un mensaje de esperanza a una entusiasta multitud de jóvenes en la misa de inauguración de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Antes de que la celebración comenzara, en la tarde de este martes, unos 150.000 chicos y chicas fueron acogidos por el buen tiempo y por una fiesta de cultura aborigen.

Después, comenzó una procesión de 168 banderas, que precedió a la Cruz de los jóvenes y al icono de la Virgen María. El cardenal saludó a los peregrinos internacionales en cuatro idiomas.
Sus palabras fueron acogidas con un estruendoso aplauso acompañado por cantos y coros parecidos a los de las audiencias del Papa en Roma.
Se unieron al cardenal Pell otros 26 cardenales, 400 obispos, unos 300 miembros del coro de los jóvenes y una orquesta de 80 instrumentos.

Poco antes había dicho a los periodistas que quería celebrar la mayor misa de su vida.

Cuando el sol se ponía en la bahía de Sydney, el cardenal Pell presentó lo que significa la esperanza basándose en el texto de la primera lectura de la liturgia, tomado del profeta Ezequiel, en el que aparece el tétrico valle de los huesos secos.

Desde el estrado de madera original australiana, el arzobispo de Sydney presentó a los jóvenes la imagen de muerte expuesta por el profeta: los pájaros que devoran los cuerpos «en un inmenso campo de batalla de personas sin enterrar».

Dios le pidió a Ezequiel que profetizara sobre esos huesos, recordó el cardenal. Cuando lo hizo, se produjo un ruido. Hubo un estremecimiento, y los huesos quedaron recubiertos de nervios, la carne salía y la piel se extendía por encima. Luego Dios infundió el espíritu en ellos, «revivieron y se incorporaron sobre sus pies: era un enorme, inmenso ejército».

Las sorpresas de Dios

El cardenal Pell reconoció que su mensaje no se dirigía prioritariamente a aquellos que ya están firmes en la fe, sino que buscaba «dar la bienvenida y alentar a todos, a quien se ve a sí mismo perdido, sumergido en la desesperanza, o agotado».

«Las causas de las heridas son secundarias, drogas, alcohol, crisis familiares, lujuria de la carne, soledad o muerte. Y quizá hasta el vacío del éxito», aseguró.

«El llamado de Cristo es para todos los que sufren, no sólo para los católicos o personas de otras religiones, sino especialmente para los que no pertenecen a ninguna religión».

«Cristo les está llamando a regresar a casa, a vivir el amor, la reconciliación y la comunión», aseguró.

«Nosotros, cristianos, creemos en el poder del Espíritu para convertir y cambiar las personas del mal al bien, del miedo y la incertidumbre a la fe y la esperanza», añadió.

«Nuestra tarea consiste en estar abiertos al poder del Espíritu para permitir que el Dios de las sorpresas pueda actuar por medio nuestro», aseguró.

«Independientemente de cuál sea nuestra situación, tenemos que rezar para tener un corazón abierto, para tener la voluntad de dar el siguiente paso, aunque tengamos miedo de ir demasiado lejos».

«Si le damos la mano a Dios, él hará lo demás. La confianza es la clave. Dios no nos fallará».

Luego, comentando la segunda lectura, tomada de la carta de san Pablo a los Gálatas, el cardenal Pell invitó a los jóvenes «a no quedarse sentados tras la barrera, a dejar sus opciones abiertas, pues sólo el compromiso trae la realización».

Ser discípulo de Jesús exige disciplina, añadió, reconociendo que si bien «el autocontrol no te hará perfecto –al menos no es mi caso– es necesario para desarrollar y proteger el amor en nuestros corazones y para prevenir que otras personas, en especial nuestra familia y amigos, queden heridos por nuestras caídas en la suciedad o en la acidia».

Nuevo espíritu

El obispo auxiliar del cardenal Pell, monseñor Anthony Fisher, encargado de la organización de las Jornadas Mundiales de la Juventud, considera que esta homilía es particularmente impactante para Australia.

El obispo reconoció que una interpretación literal de Ezequiel se aplica muy bien a un país que sufre sequía desde hace diez años, como es el caso de Australia. Pero el mensaje habla más bien de un «pueblo en decadencia».
«La promesa que hace Cristo de vida nueva es para nuestra cultura, nuestro país, para los países de los que proceden los peregrinos, para todos los que están sufriendo y para los jóvenes que experimentan la droga», afirma el prelado.

Este es el mensaje que dejan las Jornadas Mundiales de la Juventud, Cristo es la auténtica esperanza.

«Cuando uno se siente como huesos secos, debe sentir la esperanza de un nuevo Espíritu, de una nueva vida», concluye.

Por Anthony Barich y Catherine Smibert

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ZENIT Staff

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