“El principal reto que plantea el aborto en México es de orden cultural”

Entrevista a Rodrigo Guerra, de la Academia Pontificia pro Vita

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QUERÉTARO, martes, 2 septiembre 2008 (ZENIT.org-El Observador).- Hace unos días la Suprema Corte de Justicia de México (SCJN) ha definido la constitucionalidad de la ley que despenaliza el aborto en el Distrito Federal antes de las 12 semanas de gestación.

En breve, surgirá una tesis jurisprudencial que permitirá que en otros lugares de la república mexicana puedan implementarse leyes similares. Este caso se inscribe en el amplio proceso global que anima a una cultura que lastima la vida de las personas, en especial, a las más débiles y vulnerables.

Siguiendo con la pista de esta resolución que oficializa el aborto en el país con el segundo número de católicos del mundo, ZENIT-El Observador entrevistó a Rodrigo Guerra López, Doctor en Filosofía por la Academia Internacional de Liechtenstein, autor de importantes libros sobre antropología, bioética y filosofía social.

Actualmente es Director del Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV), miembro de la Academia Pontificia pro Vita y ha comparecido ante la Suprema Corte como especialista en Biofilosofía. Recientemente ha recibido la medalla «Iustitia et Pax» del Consejo Pontificio del mismo nombre por su contribución en la promoción y defensa de la dignidad humana.

–¿Qué significa para México que la Suprema Corte haya declarado «constitucional» a la ley que despenaliza el aborto antes de las 12 semanas de gestación en el Distrito Federal?

–Rodrigo Guerra: Esta lamentable decisión de la Suprema Corte tiene un evidente significado jurídico: para los Ministros la vida humana no se encuentra protegida constitucionalmente desde la fecundación a través de las garantías que presenta la Carta Magna en su llamada parte «dogmática». Esto sitúa al embrión humano en estado de máxima indefensión durante las primeras etapas de su desarrollo.

Sin embargo, el principal significado que posee esta decisión es de orden cultural: la comprensión sobre la universalidad del los derechos humanos ha quedado desfigurada ya que la vigencia del derecho a la vida queda circunscrita a algunos seres humanos, los que poseen ciertas características funcionales, y no a todos sin excepción. Un Estado que opera bajo esta premisa mina sus propios fundamentos teóricos y pragmáticos.

–¿Qué quiere decir que los fundamentos teóricos y pragmáticos del Estado quedan minados con una decisión como esta?

–Rodrigo Guerra: Un Estado de Derecho no es un «Estado de leyes» sino una comunidad basada en la justicia que anima a las leyes. Bajo esta concepción el Estado no se legitima a sí mismo sino a partir de sus fundamentos prepolíticos, es decir, a partir de aquel conjunto de evidencias antropológicas que permiten comprender los deberes y derechos que poseemos las personas humanas por el mero hecho de ser personas.

Cuando el derecho a la vida no es reconocido en toda su amplitud sino que se restringe a un cierto tipo de seres humanos – aquellos que son funcionales de acuerdo a un cierto estándar, como lo es el basado en la operación eficiente del sistema nervioso central – el poder se vuelve autorreferencial, es decir, el poder se torna medida de sí mismo abriéndose así la posibilidad de que todos seamos prescindibles.

Un Estado que no protege el derecho a la vida desde la fecundación y hasta la muerte natural incurre en graves contradicciones teóricas y deviene gradualmente en absurdos prácticos, como lo demuestra la historia.

–¿Cuáles son las vías para corregir esta situación?

–Rodrigo Guerra: Desde un punto de vista político la vía que procede es reconstruir la parte dogmática de la Constitución de la República. Para ello, el poder legislativo tiene una misión que cumplir. Este es el corazón de una auténtica Reforma del Estado.

Sin embargo, conforme pasa el tiempo, va quedando claro que la batalla principal no es de orden político sino cultural. O mejor aún, para que los eventuales triunfos políticos a favor de la vida no sean débiles o efímeros, se requiere de un trabajo en el campo de la educación, de la conciencia, de las actitudes y de los compromisos vitales. La batalla que estamos librando es primariamente cultural antes que política.

En el terreno cultural están situados los esfuerzos por deconstruir la conciencia a favor de la vida, de la familia, de la sociedad libre y del respeto radical a los derechos humanos. En este terreno es donde tiene que emerger una esperanza diversa a la que surge desde las ideologías de derecha o de izquierda, aparentemente enfrentadas, pero cómplices en su actitud instrumental respecto de los más débiles, vulnerables y excluidos.

–¿Qué papel han tenido los católicos en esta controversia en torno al aborto? ¿Qué desafíos esperan a los que actúan movidos por la fe en Jesucristo?

–Rodrigo Guerra: A pesar de que algunos medios de comunicación quisieron polarizar el debate – «clérigos» vs. «científicos» -, la discusión en torno al aborto se estableció principalmente en los términos de la embriología, de la filosofía y del derecho.

Esto se debió sin duda al surgimiento de nuevos protagonistas que no fueron vergonzantes respecto de su fe y que recuperaron simultáneamente un discurso racional y razonable, sensible a la sociedad democrática y plural en la que vivimos. El moralismo no prevaleció en las exposiciones de los especialistas que defendieron la vida en la Corte ni en la valiente postura de la Conferencia del Episcopado Mexicano, a través de su Presidente, monseñor Carlos Aguiar, en la televisión.

Tal vez hacia el futuro lo relevante será que los católicos redescubramos la importancia de trabajar comunionalmente de manera estable. Si algo debilita la presencia de los católicos en la vida pública es la división, es el protagonismo fatuo, es la actitud sectaria.

–En momentos parece que la fuerza de los católicos es muy pequeña en comparación a quienes con grandes financiamientos apoyan causas como la del aborto. ¿Qué se puede hacer para dar viabilidad política a la causa a favor de la vida, de la familia y de la fe en Jesucristo?

–Rodrigo Guerra: Jesucristo no es un proyecto de acción política aún cuando exista el deber de transformar el mundo según el Evangelio. Aunque parezca paradójico lo único que le da viabilidad «política» a la presencia cristiana en la vida social consiste en que nuestra conciencia no quede seducida por las promesas y el glamour del poder político.

Los cristianos somos fuertes cuando recuperamos lo esencial: que Jesucristo es una Persona viva que se hace encuentro respondiendo y rebasando las expectativas de nuestro corazón. Cuando advertimos la novedad y la potencia del cristianismo como acontecimiento una creatividad y fecundidad sin fin emergen como movimiento. Podremos perder batallas pero avanzamos firmes porque la muerte y el pecado han sido ya vencidos de manera definitiva. Nuestra fuerza no descansa en el dinero sino en la certeza de Aquel al que hemos encontrado.

–Le insisto un poco más ¿cómo podemos educar para que la fe se vincule positivamente con el compromiso social y con la lucha a favor de la vida?

–Rodrigo Guerra: Haciendo conciencia que el cristianismo es método. Dios ha escogido tener condición humana para irrumpir dentro de la historia. Por ello, la Encarnación nos muestra el camino para involucrarnos en todo lo humano, aún en lo más particular y concreto. Este involucramiento posee una dimensión comunitaria esencial.

El cristianismo al redescubrirse como experiencia comunional permite que surja un sujeto social nuevo marcado por
la responsabilidad de todos hacia su destino. Este es el aporte de los cristianos en la construcción de una «nueva ciudadanía». Ser ciudadano no significa principalmente adquirir una cierta «mayoría de edad» sino adquirir una conciencia sobre la responsabilidad que poseemos delante de la realidad.

En la medida en que la Iglesia como «communio» asume el método mencionado la sociedad se enriquece con el aporte específico que solo el cristianismo puede dar. La Doctrina social de la Iglesia es el camino educativo para lograr esto. En ella, los creyentes y todos los hombres de buena voluntad, podemos encontrar las razones para construir una sociedad en la que exista como opción decisiva la afirmación de la vida y de la dignidad de todos por igual.

Por Jaime Septién

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ZENIT Staff

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