Cine contemporáneo y familia: medicina contra el individualismo egoísta

Habla Jerónimo José Martín, presidente del Círculo de Escritores Cinematográficos

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BARCELONA, miércoles 10 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- El cine de hoy se ocupa de la familia. De hecho, la soledad, la incomunicación, la incomprensión y el dolor, afrontados desde la unidad y el cariño de la familia, han generado algunas de las películas más relevantes de los últimos años.

Lo constata con ZENIT el crítico y profesor de cine Jerónimo José Martín, que preside desde 1999 el Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC), la principal asociación española de críticos e informadores de cine, y la institución de cine más antigua de España.

El pasado 29 de agosto impartió en Barcelona la conferencia-coloquio La realidad familiar en el cine contemporáneo, organizada por CinemaNet y la Muestra Internacional de Cine sobre la Familia. En esta entrevista, Martín sintetiza las principales ideas que expuso en esa conferencia al tiempo que repasa las principales películas recientes en torno a la familia.

Jerónimo José Martín es crítico de cine del diario La Gaceta de los Negocios, del programa Pantalla Grande (Popular TV), de la sección cultural de La Linterna (COPE), de la agencia de colaboraciones Aceprensa, y de las revistas Pantalla 90, Fila 7 y Humanitas (Santiago de Chile).

También es profesor de Historia del Cine de Animación en la Escuela del Cine y del Audiovisual de la Comunidad Autónoma de Madrid (ECAM), y de Cine y Moda en el Centro Universitario Villanueva, de Madrid.

–¿Qué acercamiento a la familia destacaría dentro del cine contemporáneo?

–Martín: Hay acercamientos sugerentes desde diversas procedencias, algunas incluso antagónicas, como el cristianismo y el marxismo.

En este sentido, destacan las aportaciones del nuevo cine social, surgido tras la caída de los regímenes comunistas en Europa, y liderado por diversos cineastas de formación marxista o filomarxista, que hace años despreciaban la familia por alienante, y que ahora la reivindican como un poderoso foco de solidaridad en una sociedad cada vez más insolidaria. Ahí están películas como Lloviendo piedras, Secretos y mentiras, La habitación del hijo, Italiano para principiantes, Caos, Estación Central de Brasil, Kamchatka, Solas, El Bola, Héctor…

–¿Esta tendencia se circunscribe a Europa y Latinoamérica?

–Martín: Se ha difundido sobre todo en esos ámbitos. Pero, curiosamente, su enfoque elogioso de la familia coincide con el de muchas películas de Estados Unidos –sobre todo las de procedencia hispana, como My Family, Spy Kids, Spanglish o Bella– y de lugares tan diversos como China (¡Vivir!, El camino a casa), India (La boda del monzón, El buen nombre, Bodas y prejucios) o Irán (El padre, Niños del paraíso).

Sin duda, la irrupción de un cine étnico en las carteleras occidentales ha fortalecido una tendencia cada vez más clara, y es que el cine contemporáneo reivindica la familia como la mejor medicina contra el individualismo egoísta, verdadero causante de los abismos de soledad de tanta gente.

–Ante esos abismos, ¿el cine muestra familias fuertes, que los superan positivamente?

–Martín: En efecto. La soledad, la incomunicación, la incomprensión y el dolor, afrontados desde la unidad y el cariño de la familia, han generado algunas de las películas más relevantes de los últimos años. Basta recordar títulos como Grand Canyon, En América, Lorenzo’s Oil, En busca de Bobby Fischer, El caso Winslow, Magnolia, Jugando con el corazón, Vidas contadas, Cinderella Man, In Good Company, El tigre y la nieve, El final del espíritu, Después de la boda, Las alas de la vida, Doce en casa, Crash, Babel, Pequeña Miss Sunshine, La ganadora, Los Increíbles, La escafandra y la mariposa, El atardecer, Cosas que perdimos con el fuego, Juno, Lars y una chica de verdad, El incidente…

–¿Todas esas películas tienen una mirada común?

–Martín: Son películas muy distintas entre sí, pero la mayoría reivindican la familia como un ámbito en el que nunca se abandona a nadie, incluso cuando lo hace mal.

Es la luminosa visión que ofreció hace décadas Frank Capra –católico practicante– en obras maestras como Vive como quieras o ¡Qué bello es vivir! Se trata de una perspectiva antimaterialista, sólidamente asentada en la doctrina cristiana sobre la providencia, la caridad y el sacrificio.

Todo lo contrario de la reciente producción española Camino (2008), en la cual su director y guionista, Javier Fesser, confirma que no entiende –o no quiere entender– la actitud cristiana ante el sufrimiento. Afortunadamente, su militante perspectiva atea es muy minoritaria dentro del cine actual.

–¿Cómo están influyendo corrientes que ponen en entredicho el papel de la familia?

–Martín: Está influyendo menos de lo que parece, a pesar del bombo que se ha dado a tramposas películas de propaganda gay como Philadelphia, In & Out, La boda de mi mejor amigo, Brokeback Mountain, Sexo en Nueva York o Mamma Mia!

Por un lado, muchos cineastas se niegan a caer en el cierto sexismo gay de esas películas, que tienden a presentar a todas las mujeres heterosexuales como unas histéricas, a todos los hombres heterosexuales como unos brutos insensibles, y a los homosexuales y lesbianas como los únicos equilibrados.

La mayoría de los cineastas se niegan también a aceptar acríticamente una doctrina profundamente individualista, que presenta como un derecho la elección de la propia orientación afectivo-sexual, sin que uno pueda ser reprimido por los demás, ni por la sociedad, ni por la propia naturaleza humana…

–¿Cómo es esto?

–Martín: La ideología de género surgió dentro del feminismo neomarxista, y fue expuesta en la I Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (El Cairo, 1994) y en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Pekín, 1995).

Tal ideología aplica la lucha de clases a la lucha de sexos, desprecia los sexos naturales como irrelevantes, reclama la liberación de la «tiranía biológica de la maternidad» y afirma el origen cultural y el carácter cambiante de la identidad sexual. Esta doctrina radical, aplicada en toda su amplitud, no sólo legitima la homosexualidad, el lesbianismo, la bisexualidad o la transexualidad, sino también la zoofilia, el incesto, la pederastia con ciertas garantías, la poligamia, la poliandria, el sadomasoquismo…

Por eso, el Papa Benedicto XVI habla de la ideología de género como de la tercera revolución contra el hombre –después del ateísmo y el materialismo, que reducen el ser humano a un ente no espiritual– y como de la última revolución posible, pues después de su rotunda negación de la naturaleza humana objetiva no cabe más degradación.

–¿Y todavía no ha calado en el cine?

–Martín: Ha calado un poco en el ámbito de la comedia. Pero las mejores películas contemporáneas la afrontan con el dramatismo y la honestidad de la vida misma, que confirma las problemáticas relaciones que generan las prácticas homosexuales, lésbicas, incestuosas o sadomasoquistas. Basta recordar títulos como Mejor, imposible, Truman Capote, Historia de un
crimen, Diario de un escándalo, Retrato de una obsesión y, sobre todo, Las horas (2003), la premiada película del inglés Stephen Daldry. Este último filme es una poderosa y emotiva constatación de las dolorosas turbaciones, frustraciones y desesperanzas a que se enfrentan tantos hombres y tantas mujeres de hoy por no tener un agarradero sólido, ni moral, ni religioso.

–«Kramer contra Kramer» llevó a la pantalla el divorcio en 1979. Desde entonces, es raro ver una película sin un divorcio. ¿Qué está pasando?

–Martín: Pasa que el cine refleja una triste realidad: la epidemia de divorcios que asola a las sociedades occidentales.

Ante esta situación, algunas películas modernas han pretendido desdramatizar el divorcio y la infidelidad conyugal,
causante de muchas de esas rupturas. Ahí están Sra. Doubtfire, Los puentes de Madison, Definitivamente, quizás, Vicky Cristina Barcelona…

Sin embargo, el mejor cine ha seguido presentando el divorcio como un fracaso del amor y como uno de los grandes males de la sociedad actual.

Kramer contra Kramer marcó época, como también lo hizo, en 1999, In the Mood for Love (Deseando amar), del hongkonés Wong Kar-Wai, que elogia la fidelidad conyugal con una delicadeza y una sensibilidad portentosas, similares a las de otra obra maestra: la reciente Once (2007), del irlandés John Carney.

En todo caso, ha sido el desaparecido maestro sueco Ingmar Bergman quien ha criticado con más vigor y lucidez la complacencia frívola hacia el divorcio y la infidelidad. Ahí están sus impresionantes guiones para Encuentros privados (1996) e Infiel (2000), ambas dirigidas por Liv Ullmann.

De hecho, Infiel comienza con la siguiente cita del escritor alemán Botho Strauss: «No hay ningún fracaso, ni la enfermedad, ni la ruina profesional o económica, que tenga un eco tan cruel y profundo en el subconsciente, como un divorcio. Penetra hasta el núcleo de la angustia, resucitándola. La herida provocada es más profunda que toda una vida».

–En todo caso, de ese proceso habrán surgido más películas sobre familias monoparentales.

–Martín: Sin duda. Y, en concreto, las secuelas en los hijos de la ausencia de la madre o del padre es uno de los temas recurrentes del cine moderno.

Una ausencia causada a veces por el divorcio, y otras por la muerte de uno de los progenitores. La lista de títulos es también muy amplia: Campeón, E.T. El extraterrestre, El gigante de hierro, Aprendiendo a vivir, La princesita, El hombre sin rostro, Deliciosa Martha, Together, Señales, Las horas, El color del paraíso, El niño de Marte, Todo el bien del mundo, El sueño de Valentín, En busca de la felicidad, Rocky Balboa, La vida sin Grace, Caos calmo…

De todas formas, si los buenos aficionados tuvieran que elegir la mejor familia fílmica con un solo progenitor, seguramente ganaría por goleada la de Matar a un ruiseñor (1962), de Robert Mulligan, encabezada por Atticus Finch, un abogado viudo que saca adelante a sus dos hijos mientras lucha contra el racismo sureño.

Por Miriam Diez i Bosch

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ZENIT Staff

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