CIUDAD DEL VATICANO, jueves 11 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que ha dirigido este jueves Benedicto XVI a los obispos de Paraguay al concluir su visita ad limina apostolorum.
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Queridos Hermanos en el Episcopado,
1. Con gran afecto y alegría os recibo en este encuentro conclusivo de vuestra visita ad limina. En ella tenéis la ocasión de estrechar aún más vuestros lazos de comunión con el Sucesor de Pedro y, junto a las tumbas de los Apóstoles, renovar vuestra fe en Jesucristo resucitado, verdadera esperanza de todos los hombres.
Deseo manifestar mi viva gratitud a Monseñor Ignacio Gogorza Izaguirre, Obispo de Encarnación y Presidente de la Conferencia Episcopal, por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. También yo, movido por la solicitud por todas las Iglesias (cf. 2 Co 11, 28), me uno a vuestras preocupaciones y anhelos de Pastores de Cristo, y ruego al Señor que sostenga a todos vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y fieles laicos, que con verdadero amor se consagran a la causa del Evangelio.
2. Los retos pastorales que debéis afrontar son realmente grandes y complejos. Frente a un ambiente cultural que intenta marginar a Dios de las personas y de la sociedad, o que lo considera como un obstáculo para alcanzar la propia felicidad, es urgente un vasto esfuerzo misionero que, poniendo a Jesucristo en el centro de toda acción pastoral, dé a conocer a todos la belleza y la verdad de su vida y de su mensaje de salvación. Los hombres tienen necesidad de ese encuentro personal con el Señor que les abra las puertas a una existencia iluminada por la gracia y el amor de Dios. En este sentido, la presencia de testimonios veraces de auténtica vida cristiana, junto a la santidad de los pastores, es una exigencia de perenne actualidad tanto en la Iglesia como en el mundo. Por eso, queridos Hermanos, conscientes de que uno de los dones más preciosos que podéis ofrecer a vuestras comunidades es vuestro propio ministerio episcopal, os aliento a que a través de una vida santa, entretejida de amor a Dios, de fidelidad eclesial y de entrega generosa al Evangelio, lleguéis a ser verdaderos modelos para vuestra grey (cf. 1P 5, 3).
3. Los Obispos, juntamente con el Papa, y bajo su autoridad, son enviados a actualizar perennemente la obra de Cristo (cf. Christus Dominus, 2). El mismo Obispo, además de ser el principio visible y fundamento de la unidad en la propia Iglesia particular, es también el vínculo de la comunión eclesial y el punto de engarce entre su Iglesia particular y la Iglesia universal (cf. Pastores gregis, 55). Como Sucesor del Apóstol Pedro, os animo a seguir trabajando con todas vuestras fuerzas para acrecentar la unidad en vuestras comunidades diocesanas, así como con esta Sede Apostólica. Esa unidad por la que rezó el Señor Jesús, de modo especial en la Última Cena (cf. Jn 17, 20-21), es fuente de verdadera fecundidad pastoral y espiritual.
4. Con toda razón, los sacerdotes ocupan un lugar principal en vuestros corazones. Ellos, por la imposición de las manos, han sido configurados más estrechamente con el Buen Pastor y participan de su sacerdocio como verdaderos administradores de los misterios divinos (cf. 1 Co 4, 1), para el bien de sus hermanos. Os animo a ofrecerles, junto a vuestra cercanía y aprecio por su labor, una adecuada formación permanente que les ayude a revitalizar su vida espiritual (cf. 2 Tm 4, 14), para que, movidos por un hondo sentido de amor y obediencia a la Iglesia, trabajen sin descanso ofreciendo a todos el único alimento que puede saciar la sed de plenitud del hombre, Jesucristo nuestro Salvador.
Al mismo tiempo, la alegría, la convicción y la fidelidad con que los presbíteros viven cada día su vocación suscitará en muchos jóvenes el deseo de seguir a Cristo en el sacerdocio, respondiendo con generosidad a su llamado. Me complace comprobar efectivamente que una de vuestras prioridades es la pastoral juvenil y vocacional. A este respecto, es preciso dedicar a los seminaristas los medios humanos y materiales necesarios que les ayuden a adquirir una sólida vida interior y una apropiada preparación intelectual y doctrinal, especialmente por lo que se refiere a la naturaleza e identidad del ministerio sacerdotal.
Mi reconocimiento y gratitud se dirige también hacia los religiosos, por el celo y amor con que han anunciado la fe cristiana desde los inicios de la evangelización de vuestras tierras. Los invito a seguir siendo testimonios de vida auténticamente evangélica a través de sus votos de castidad, pobreza y obediencia.
5. El mensaje cristiano, para poder llegar hasta el último rincón del mundo, necesita la colaboración indispensable de los fieles laicos. Su vocación específica consiste en impregnar de espíritu cristiano el orden temporal y transformarlo según el designio divino (cf. Lumen gentium, 31). Los Pastores, por su parte, tienen el deber de ofrecerles todos los medios espirituales y formativos necesarios (cf. ibíd., 37) para que, viviendo coherentemente su fe cristiana, sean verdadera luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13).
Un aspecto significativo de la misión propia de los seglares es el servicio a la sociedad a través del ejercicio de la política. Pertenece al patrimonio doctrinal de la Iglesia que «el deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos» (Deus caritas est, 29). Hay que alentarles, por tanto, a que vivan con responsabilidad y dedicación esta importante dimensión de la caridad social, para que la comunidad humana de la que forman parte con todo derecho progrese en la justicia, en la honradez, en la defensa de los verdaderos y auténticos valores, como la salvaguarda de la vida humana, del matrimonio y de la familia, contribuyendo de esta manera al verdadero bien humano y espiritual de toda la sociedad.
6. Sé cuántos esfuerzos estáis haciendo para aliviar las necesidades de vuestro pueblo que afligen vuestro corazón de Pastores. Teniendo en cuenta que la actividad caritativa de la Iglesia es «la actualización aquí y ahora del amor que el hombre necesita» (ibíd., 31), os pido que en vuestro ministerio seáis imagen viva y cercana de la caridad de Cristo para todos vuestros hermanos, especialmente los que más sufren, los marginados, los ancianos, los enfermos y los encarcelados.
Antes de terminar quiero reiteraros, amados Hermanos, mi agradecimiento y mi afecto por vuestros esfuerzos cotidianos al servicio de la Iglesia. Ruego al Señor que este encuentro consolide vuestra unión mutua y os fortalezca en la fe, en la esperanza y en la caridad. Deseo confiaros asimismo el encargo de llevar a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y a todos vuestros fieles diocesanos, el saludo, la cercanía y la oración del Papa.
Encomendando a la intercesión de la Virgen María de Caacupé vuestras personas, intenciones y proyectos pastorales, os imparto con todo mi afecto una especial Bendición Apostólica.
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