PARÍS, viernes 12 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI invitó a los jóvenes franceses a venerar el signo de la cruz aunque ello traiga consigo «escarnio e incluso persecución», durante su discurso dirigido a decenas de miles de chicos y chicas congregados en los alrededores de la catedral de Notre Dame.
Ante ellos, y antes de comenzar la Vigilia de oración, el Papa quiso confiar a los jóvenes «dos tesoros, el Espíritu Santo y la Cruz», en un discurso lleno de expresiones afectuosas hacia ellos, y de referencias a la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney.
«Muchos de vosotros lleváis colgada del cuello una cadena con una cruz. También yo llevo una, como por otra parte todos los Obispos. No es un adorno ni una joya. Es el precioso símbolo de nuestra fe, el signo visible y material de la vinculación a Cristo», explicó el Papa.
Para los cristianos, la cruz es «símbolo de la sabiduría de Dios y su amor infinito revelado en el don redentor de Cristo muerto y resucitado para la vida del mundo», aclaró el Papa, pero también «el testigo mudo de los padecimientos de los hombres y, al mismo tiempo, la expresión única y preciosa de todas sus esperanzas».
San Pablo, continuó Benedicto XVI, «había sacado la conclusión de que la Cruz manifiesta la ley fundamental del amor, la fórmula perfecta de la vida verdadera».
«Que este descubrimiento impresionante os aliente a respetar y venerar la Cruz», afirmó el Papa, quien se la entregó a los jóvenes como un «tesoro».
«Queridos jóvenes, sé que venerar la Cruz a veces también lleva consigo el escarnio e incluso la persecución. La Cruz pone en peligro en cierta medida la seguridad humana, pero manifiesta, también y sobre todo, la gracia de Dios y confirma la salvación».
El Papa deseo que «a algunos la profundización en el misterio de la Cruz os permita descubrir la llamada a servir a Cristo de manera más total en la vida sacerdotal o religiosa».
La importancia de la Confirmación
Sobre el «segundo tesoro», Benedicto XVI recordó de nuevo la pasada Jornada Mundial de la Juventud: «Sydney hizo redescubrir a muchos jóvenes la importancia del Espíritu Santo en la vida del cristiano», afirmó
«Todos buscáis amar y ser amados. Tenéis que volver a Dios para aprender a amar y para tener la fuerza de amar. El Espíritu, que es Amor, puede abrir vuestros corazones para recibir el don del amor auténtico».
«Todos buscáis la verdad y queréis vivir de ella. Cristo es esta verdad», añadió el Papa. «Confiad en el Espíritu Santo para descubrir a Cristo. El Espíritu es el guía necesario de la oración, el alma de nuestra esperanza y el manantial de la genuina alegría».
Para ahondar en esto, el pontífice invitó a los jóvenes a «meditar en la grandeza del sacramento de la Confirmación que habéis recibido y que os introduce en una vida de fe adulta».
«Es urgente comprender cada vez mejor este sacramento», explicó, que «os hace comprender quién es Dios» y «os invita a ver en el prójimo al hermano que Dios os ha dado para vivir en comunión con él, humana y espiritualmente, para vivir, por tanto, como Iglesia».
«Estáis en la edad de la generosidad. Es urgente hablar de Cristo a vuestro alrededor, a vuestras familias y amigos, en vuestros lugares de estudio, de trabajo o de ocio. No tengáis miedo. Tened la valentía de vivir el Evangelio y la audacia de proclamarlo», añadió el Papa.
«Quiero deciros que confío en vosotros, queridos jóvenes, y que quisiera que experimentarais hoy y mañana la estima y el afecto de la Iglesia», concluyó.
Una vez el Papa hubo abandonado la catedral, la vigilia continuó para los jóvenes en Notre Dame y en las parroquias de los alrededores, hasta bien entrada la noche. El arzobispo de París, cardenal André Vingt-Trois, presidió una oración.
Después, se formó un «camino de luz» con una procesión de antorchas, que comenzó en Notre Dame y concluyó en la explanada de los Inválidos, en la orilla izquierda del Sena.