LOURDES, lunes, 15 septiembre 2008 (ZENIT.org).- La historia religiosa de Europa y de Francia justifica el que Benedicto XVI haya promovido la «laicidad abierta», explica el cardenal André Vingt-Trois, arzobispo de París.
Según el purpurado, a finales del siglo XIX y a inicios del siglo XX, tanto en Francia como en Europa, por ejemplo en Polonia, surgió un movimiento que tenía por objetivo «combatir el catolicismo».
El Kultur Kampf o combate cultural, conflicto que enfrentó a Otto von Bismarck y a la Iglesia católica, entre 1871 y 1880, como decía el mismo canciller del Imperio alemán «no estaba dirigido contra el islam o contra el judaísmo», recuerda el purpurado galo.
«Y en el título de la ley francesa llamada de ‘separación de Iglesias y del Estado’, si bien todo el mundo sabía qué era el Estado, la Iglesia de la que había que separarse era más bien la Iglesia católica», constata.
«Esta cuestión de la laicidad del sistema político y del Estado se ha vivido de una manera polémica y en una perspectiva militante. Pero el Estado no agota las expresiones de la sociedad», observa el arzobispo de la capital.
Las «peripecias históricas», aclara, en referencia a la historia del país a partir de la primera guerra mundial, que llevó a «considerar las cosas desde otra perspectiva», han llevado «a progresar en una práctica pragmática de la laicidad, dejando de ser militante, para llevar más bien a una convivencia que podemos llamar pacífica».
«El paso que el presidente Sarkozy dio», en su conferencia en San Juan de Letrán en Roma, el 20 de diciembre de 2007, y en Riad (Arabia Saudita) el 14 de enero de 2008, ha permitido, constata el cardenal, «presentar un análisis de funcionamiento social en el que la pertenencia religiosa ha dejado de ser un tabú, para considerarse como una contribución específica, útil para la vida de la sociedad».
«Decir que este planteamiento es una ‘laicidad abierta’ significa que ya no nos encontramos en una situación en la que se podía colaborar con las actividades colectivas a condición de no decir los motivos por los que se hacía esto. Se podía ser buen ciudadano ‘a pesar de ser creyente’. Hoy se puede decir que no sería imposible ser ‘buen ciudadano porque se es buen creyente’. No es lo mismo», afirma.
«Esto quiere decir que muchos hombres y mujeres, que se han comprometido en actividades colectivas no confesionales, como los ‘Restos du Cœur’ (Restaurantes del Corazón, actividades caritativas promovidas por estrellas de la música y el espectáculo en Francia, ndt.), por ejemplo, pueden expresar al menos una parte de los motivos por los que hacen esto y que no son vergonzosos».
Sin embargo, las actividades católicas, hechas por motivos religiosos, según algunas visiones de la laicidad, no podían manifestarse.
«No es vergonzoso el que un cristiano trate de poner en práctica la solidaridad, no es un ‘crimen’ que debe ser castigado por los tribunales».
El purpurado hacía con estas palabras alusión a los procesos a los que fueron sometidas las congregaciones religiosas a inicios del siglo XX en Francia.
Como punto de referencia el cardenal citó la carta que escribió Juan Pablo II a la Conferencia Episcopal Francesa para recordar el aniversario de la ley que en 1905 estableció la separación entre la Iglesia y el Estado.
El fallecido pontífice, recordó el pururado, invitaba a «reflexionar sobre la historia religiosa de Francia en el siglo pasado» y concluía: «Que nadie tenga miedo de la actividad religiosa de las personas y de los grupos sociales. Realizada en el respeto de la sana laicidad, no puede menos de ser fuente de dinamismo y promoción del hombre».
Por Anita S. Bourdin