PARÍS, sábado, 13 septiembre 2008 (ZENIT.org).- La visita de Benedicto XVI a la capital francesa, entre el viernes y el sábado, se ha convertido en una inyección de esperanza para la Iglesia en este país, en pleno debate social sobre el futuro del cristianismo.

"La esperanza seguirá siendo siempre la más fuerte. La Iglesia, construida sobre la roca de Cristo, tiene las promesas de vida eterna, no porque sus miembros sean más santos que los demás, sino porque Cristo hizo esta promesa a Pedro: 'Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no la derrotará'", afirmó en la homilía de la misa que presidió en la Explanada de los Inválidos.

En los días precedentes a la visita del Papa, periódicos, canales de televisión y páginas web, publicaron sondeos de opinión y estadísticas que denotaban el declive numérico de la práctica religiosa y de la misma fe entre los franceses.

En este contexto, el obispo de Roma se dirigió a los corazones de las más de 260 mil personas que participaron en la eucaristía: "Con la inquebrantable esperanza de la presencia eterna de Dios en cada una de nuestras almas, con la alegría de saber que Cristo está con nosotros hasta el final de los tiempos, con la fuerza que el Espíritu Santo ofrece a todos aquellos y aquellas que se dejan alcanzar por él, queridos cristianos de París y de Francia, os encomiendo a la acción poderosa del Dios de amor que ha muerto por nosotros en la Cruz y ha resucitado victoriosamente la mañana de Pascua".

Entre los que le escuchaban se encontraba el primer ministro de Francia, François Fillon. Participaron en la celebración eucarística 90 cardenales y obispos y unos 1.500 sacerdotes. Un coro de 1.200 voces animó los cantos.

Llevaron las ofrendas miembros de "Aux captifs la libération" (A los cautivos la liberación), asociación que se dedica a atender a las personas que viven en la calle.

En definitiva, la Iglesia que algunos medios de comunicación consideraban terminada, se demostró viva y sobre todo alegre.

Y Benedicto XVI dejó un mensaje exigente: "¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo de dar la vida a Cristo!", afirmó haciendo, en particular, un llamamiento a la vida religiosa o sacerdotal.

"Nada sustituirá jamás el ministerio de los sacerdotes en el corazón de la Iglesia. Nada suplirá una Misa por la salvación del mundo", aseguró.

El pontífice concluyó la homilía con una mensaje de esperanza: "Que Dios nuestro Padre os acoja y haga brillar sobre vosotros el esplendor de su gloria. Que el Hijo único de Dios, Maestro y Hermano nuestro, os revele la belleza de su rostro resucitado. Que el Espíritu Santo os colme de sus dones y os dé la alegría de conocer la paz y la luz de la Santísima Trinidad, ahora y por siempre. Amén".