CIUDAD DE MÉXICO, viernes 16 de enero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció este viernes el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado y legado especial de Benedicto XVI al VI Encuentro Internacional de las Familias, durante el encuentro que mantuvo con la Conferencia del Episcopado Mexicano.
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Señor Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano,
Señores Cardenales,
Queridos Hermanos Obispos:
Me siento muy feliz de encontrarme con todos ustedes en este día, y les manifiesto además mi gratitud por la calurosa acogida que me han dispensado como legado de Su Santidad Benedicto XVI para el VI Encuentro Mundial de las Familias. Agradezco a Mons. Carlos Aguiar Retes, Obispo de Texcoco y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, las amables y deferentes palabras de bienvenida que, en nombre de todos, ha tenido a bien dirigirme.
Permítanme que, ante todo, les transmita el saludo afectuoso del Sucesor de Pedro, así como su cercanía espiritual. Mi presencia aquí obedece al expreso deseo del Papa que, ante la imposibilidad de realizar este añorado viaje, ha decidido hacerse presente entre ustedes a través de su más estrecho y cercano colaborador, como es el Secretario de Estado. Su Santidad conoce bien la vitalidad y pujanza de la Iglesia en México, la dedicación y entrega de todos sus miembros, Pastores y Fieles, a la causa del Evangelio, así como la fidelidad y fervor de su amor a la Virgen y de su unión con el Romano Pontífice. Asimismo, el Obispo de Roma desea animarles para que, en medio de las dificultades del momento presente, no desfallezcan en su empeño por anunciar a todos los hombres la Buena Nueva de la Salvación, Jesucristo nuestro Señor. Por eso les acompaña en todo momento con su oración y su constante aliento, porque lleva muy hondo en su corazón a los hijos de esta bendita tierra mexicana, tierra de Cristo y de María.
Queridos hermanos, en la última reunión de la Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano, en noviembre pasado, han reflexionado ampliamente, junto con ciento dieciocho laicos provenientes de muchas diócesis mexicanas, sobre la necesidad de impulsar un nuevo y valiente protagonismo laical (cf. Mensajes de los Obispos de México al pueblo de Dios, 13 de noviembre de 2008, n.3 ). Efectivamente, el Concilio Vaticano II ha puesto de relieve el papel específico y absolutamente necesario de los bautizados en la misión salvadora de la Iglesia. Ellos, en cuanto a miembros vivos del único Cuerpo de Cristo, « están llamados a contribuir al crecimiento y santificación incesante del Iglesia con todas sus fuerzas» (Lumen gentium, 33). Sin duda, los tiempos ya están maduros para que los laicos asuman plenamente su propia vocación en la Iglesia y en la sociedad. Además, las circunstancias actuales, y la marcha del mundo en general, están reclamando un apostolado seglar más intenso y amplio, lleno de celo y amor a Dios. Pero, ¿en qué consiste el apostolado específico de los laicos? ¿Dónde se desarrolla y con qué medios se lleva a cabo? En la última Carta Pastoral de Episcopado Mexicano, ustedes afirmaban con claridad que «los fieles laicos cumplen su vocación cristiana principalmente en las tareas seculares» (Carta Pastoral «Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos», 270). En este punto siguen fielmente a la doctrina establecida en el Concilio Vaticano II, cuando afirmaba que los bautizados «ejercen verdaderamente el apostolado con su empeño por evangelizar y santificar a los hombres y por empapar y perfeccionar con espíritu evangélico en orden de las cosas temporales, de modo que su actividad de este orden dé claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres (Apostolicam actuositatem, 2)
Especialmente relevante y decisivo, por su trascendencia a la hora de plasmar la sociedad según Cristo, se demuestra el testimonio de los laicos en el ámbito de la política y de la cultura. Hay que animarles y ofrecerles toda la ayuda necesaria para que se impliquen, con coherencia de vida y con verdadero espíritu de servicio a sus hermanos, en los avatares públicos de su País. Un cristiano, consciente de su vocación de hijo de Dios, no puede desentenderse del esfuerzo, lleno de caridad y de respeto hacia los demás, para intentar que los valores fecundos del Evangelio iluminen todos los órdenes de la sociedad. Haciéndolo así, el fiel laico cumple, con renovado empeño y amplitud de miras, su responsabilidad como ciudadano, puesto que su vocación cristiana no le aparta del mundo, antes bien, le impulsa a tomar parte en la construcción de la sociedad civil contribuyendo así al bien común de toda la nación, a la que pertenece por derecho propio.
Quisiera mencionar también, por su importancia, un campo prioritario de apostolado de la Iglesia en la actualidad y, de modo muy especial, del apostolado de los laicos: el matrimonio y la familia. Los esposos cristianos están llamados a dar un especial testimonio de la santidad del matrimonio, así como de su importancia para la sociedad. Ellos son los que mejor pueden mostrar ante los demás la hermosura del designio de Dios sobre el amor humano, el matrimonio y la familia. Ésta, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, es la base y célula fundamental de la sociedad humana. En esa comunión de vida y amor, que es el matrimonio, encuentra su razón de ser tanto la diferencia sexual entre el hombre y la mujer como el llamado al amor que Dios ha puesto en sus corazones. Efectivamente, Dios ha creado al hombre por amor y para el amor. (cf. JUAN PABLO II, Ex. ap. Familiaris consortio,11). El vínculo de donación esponsal, hecho de ternura, respeto y entrega responsable, es el lugar natural en que la vida humana es concebida y encuentra la protección y la acogida que requiere su dignidad. Por eso, trabajar por el bien del matrimonio y de la familia es luchar por el bien del ser humano y dela sociedad. Es primordial entonces esforzarse para que el ordenamiento jurídico de un País se respete la identidad propia de esta institución natural, que está en la base de su misma estructura social. Sin embargo, no basta contar con las buenas leyes, es necesario también empeñarse en una vasta labor de educación y formación que ayude a todos, especialmente a los más jóvenes, a descubrir y valorar la belleza y la importancia del matrimonio y la familia.
Estoy plenamente convencido, queridos hermanos, que la celebración del VI encuentro Mundial de la Familias constituirá una ocasión única y providencial para impulsar aún más la pastoral familiar en vuestras comunidades diocesanas, potenciando y multiplicando las numerosas iniciativas pastorales que ya están dando frutos abundantes.
Para poder cumplir con esta exigente misión, los fieles necesitan contar con una intensa vida espiritual y una sólida formación, basada sobre todo en la escuela atenta y meditada de la Palabra de Dios. Todos en la Iglesia tenemos necesidad de ese contacto íntimo con el Señor en la Escritura. Con este motivo, el Papa, en la misa conclusiva del último Sínodo de los Obispos, decía que «la tarea prioritaria de la Iglesia, al inicio de este nuevo milenio, consiste ante todo en alimentarse de la Palabra de Dios, para hacer eficaz el compromiso de la nueva evangelización, del anuncio en nuestro tiempo» ( BENEDICTO XVI Homilía, 26 octubre 2008). En efecto, evangelizar no consiste sólo en comunicar unos contenidos doctrinales, sino en ofrecer una propuesta de un encuentro con Cristo. Un encuentro con Jesús, el Salvador, que, tocando el corazón y la mente con la luz de su verdad y la fuerza de su amor, pueda colmar la honda sed de Dios que tienen tantos hermanos nuestros, y llevarlo
s a se vez a vivir el evangelio con todas las consecuencias.
En definitiva, se trata de ofrecer a todos esperanza, la gran esperanza que es dios mismo y que supera a todas las demás esperanzas humanas, dándoles un fundamento definitivo (cf. BENEDICTO XVI, Spe salvi, 31 ). El Santo Padre les anima para que, en una situación difícil, no dejen de presentar a Cristo como el verdadero motivo de esperanza. Acudiendo al Señor y poniendo en práctica sus enseñanzas, como indicó la Virgen María en las bodas de Caná (cf. Jn 2,5), México será capaz de superar todos los obstáculos y de construir un mañana más justo y libre para todos, donde se ponga fin a las lacras sociales que atenazan su desarrollo y de modo especial donde sea respetada la dignidad de la persona desde su concepción hasta su ocaso natural.
Queridos Hermanos Obispos, siguiendo las líneas trazadas en el documento final de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe , celebrada en Aparecida, desean custodiare y alimentar la fe de los miembros de las comunidades eclesiales mexicanas, avivando en ellos el deseo de conocer, seguir y entregarse a Cristo, para así poder darlo a conocer a los demás como intrépidos misioneros. En este vasto esfuerzo de evangelización los sacerdotes desempeñan y un papel muy importante. Ellos son nuestros primeros y más cercanos colaboradores y, llevando sobre sus espaldas el peso del día y el calor (cf. Mt 20, 12), merecen todo es desvelo y la atención de sus Obispos. Deseo recordar aquí las palabras que el Papa dirigió a la Conferencia Episcopal Italiana: « En realidad, para nosotros, los Obispos, es una tarea esencial estar constantemente cerca de nuestros sacerdotes que, por el sacramento del Orden, participan en el ministerios apostólico que el Señor nos ha encomendado […]. Cuanto más cerca estemos de nuestros sacerdotes, tanto más tendrán afecto y confianza en nosotros, disculparán nuestros límites personales, acogerán nuestra palabra y se sentirán solidarios con nosotros en las alegrías y en las dificultades del ministerio» (Discurso a los miembros de la Conferencia Episcopal Italiana, 18 mayo 2006). El sumo Pontífice lleva en su corazón a todos los sacerdotes mexicanos y les pide a ustedes que les hagan llegar su reconocimiento y gratitud por su generosa dedicación, animándolos a continuar ejerciendo su labor con infatigable y constante fidelidad, no obstante se encuentren a menudo en medio de pruebas y dificultades.
Queridos hermanos, deseo agradecerles de nuevo todas sus atenciones y la acogida que me han brindado, así como reiterarles la especial cercanía espiritual y la incesante solicitud del Santo Padre por todos ustedes, queridos Pastores de la Iglesia en México, por los Obispos eméritos, por los sacerdotes, seminaristas, religiosos y laicos, y por todo el querido pueblo mexicano. Que la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América, les sostenga y guíe en su hermoso y exigente ministerio pastoral. Muchas gracias y que Dios les bendiga.