La solidaridad, “clave” para descubrir la verdad de la familia

Según Carl Anderson, Caballero Supremo de Colón, en el Encuentro de la Familia de México

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CIUDAD DE MÉXICO, viernes 16 de enero de 2009 (ZENIT.org).- La solidaridad es mucho más que una virtud, es la «clave» para descubrir la verdad sobre las relaciones familiares y sobre los fundamentos de la civilización del amor.

Así lo afirmó este viernes Carl Anderson, Caballero Supremo de Colón y consultor del Consejo Pontificio para la Familia, durante el Congreso Mundial de las Familias que se está celebrando estos días en Ciudad de México.

Anderson hizo notar que el término «solidaridad» fue acuñado por el socialista Pierre Leroux como «alternativa al concepto cristiano de amor», y que pretendía «una respuesta nueva, racional y efectiva a los problemas sociales».

Sin embargo, Juan Pablo II, en la encíclica «Sollicitudo Rei Socialis», «purificó este concepto», al calificar la solidaridad como una «indudable virtud cristiana», que «hunde sus raíces profundas en la fe y la caridad cristianas».

Esta solidaridad muestra que, más allá de los lazos humanos naturales, existe un modelo de unidad de la raza humana, «que es un reflejo de la vida íntima de Dios Trinidad, y que es lo que los cristianos llamamos ‘comunión’. El hombre está ontológicamente destinado a una vida de comunión con los demás».

«Éste es el fundamento de la civilización del amor», añadió. «Más aún, esta antropología cristiana hace de la comprensión del hombre como llamado a construir la civilización del amor, no sólo una opción viable, sino el cumplimiento necesario de nuestra humanidad».

El concepto de «interdependencia»

La solidaridad debe ser comprendida en el contexto de la interdependencia: el ser humano es dependiente del resto de seres humanos, no sólo horizontalmente (entre sus semejantes) sino verticalmente (entre generaciones), lo que tiene lugar dentro de la familia.

Anderson explica que el propio Benedicto XVI, como cardenal en 1996, contribuyó a fijar este concepto: «el cardenal Ratzinger explicó que la presencia de un niño en el seno materno es una descripción muy gráfica de la esencia de la existencia humana en general».

«Dentro del seno materno, la vida del niño depende del estar con la mujer. Pero la mera presencia no es suficiente, sino que en el embarazo, la presencia del niño necesita la buena voluntad de la madre», explicó Anderson.

«El ser-con se complementa con el ser-desde y con el ser-para», añadió.

Anderson explicó que esta solidaridad intergeneracional está en riesgo debido al divorcio, al abandono y a la separación entre matrimonio y paternidad.

«Se sabe que los niños nacidos de donantes anónimos intentan encontrar a sus anónimos padres», explicó. «Esta confusión la expresa, simbólicamente, el hecho de que la madre del primer niño probeta dio a su hija no sólo su propio nombre, sino el del médico que llevó a cabo el procedimiento».

Citando a Juan Pablo II, Anderson concluyó que el papel de la solidaridad en y a través de la familia, es mucho más que una «virtud social», como sucede con la verdad, la libertad, la justicia, la subsidiariedad y la caridad.

«Si el futuro de la solidaridad debe construirse sobre esta comunión de personas, la campeona de esta comunión es ante todo y sobre todo la familia -no sólo como maestra de virtudes sociales, sino como el primer modelo de la comunión trinitaria de las personas».

«Sin solidaridad dentro de la familia, no habrá solidaridad más allá de la familia», concluyó Anderson. «Sin una comprensión y una protección de la familia, no se comprenderá fácilmente a la sociedad como familia humana, a la Iglesia como familia cristiana, o a la parroquia como familia de las familias», concluyó.

Por Karna Swanson

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ZENIT Staff

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