Discurso del cardenal Bertone al presidente de México

CIUDAD DE MÉXICO, viernes 23 de enero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció el cardenal Tarcisio Bertone al presidente de la República Mexicana, Felipe Calderón Hinojosa, en el encuentro que mantuvieron en la residencia presidencial de Los Pinos, el 17 de enero.

 

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Señor presidente:

Le agradezco vivamente las corteses palabras que me ha dirigido, así como la deferencia con que me ha recibido como legado pontificio para el VI Encuentro mundial de las familias, que esta bendita tierra mexicana acoge con la gentileza que caracteriza a sus nobles gentes y el espíritu de hospitalidad que las distingue.

Deseo, ante todo, transmitirle los saludos y el cordial afecto de Su Santidad Benedicto XVI hacia su persona, su Gobierno y todos los ciudadanos de este país, tan cercano al corazón del Sucesor de Pedro.

Me llena de gozo encontrarme en esta insigne nación, en la que el mensaje evangélico ha germinado en frutos maduros de cultura, en hermosas tradiciones, en preclaros testimonios de fe y caridad cristiana, de inquebrantable fidelidad a la Sede apostólica y de una arraigada devoción a la Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, que quiso dar muestras especiales de su predilección para con este pueblo y toda América estableciendo su casa en el Tepeyac, donde es venerada con fervor por sus hijos e hijas, que la honran como Madre y Reina.

La coyuntura actual presenta algunos desafíos para México, como también para otros países, en el campo educativo, de la inmigración, la pobreza, la violencia, el narcotráfico, la corrupción y otras lacras sociales. La Iglesia aprecia y apoya todos los pasos que contribuyan a mejorar las condiciones de vida de los mexicanos. Ella, fiel a su vocación de servicio y animada por los valores nacidos del Evangelio, sólo aspira a brindar su propia contribución en todo aquello que promueva la solidaridad, la justicia social y la concordia de todo el pueblo. Los católicos, en el debido respeto al pluralismo, trabajan con ahínco por el bien común, sabiendo que la sociedad tendrá futuro si en ella se afianzan los principios inviolables que están inscritos en el corazón humano. Estos no son fruto de consensos interesados y mutables, pues son imprescindibles para el ser humano. El primero de ellos es el derecho a la vida, que ninguna persona se da a sí misma, sino que es un don de Dios Creador que ha de ser tutelado por todos los medios desde su concepción hasta su ocaso natural. La Iglesia no se cansa de proclamar esta gran verdad, igual que hace con el derecho a la libertad religiosa, que es fuente y medida de todos los demás derechos fundamentales, de tal modo que un Estado se muestra plenamente democrático, cuando no sólo garantiza la libertad de culto, sino el que los ciudadanos puedan practicar pública y privadamente la propia religión con total libertad.

Al reiterarle mi viva gratitud por su amabilidad, señor presidente, le aseguro mi constante recuerdo en la oración, pidiendo a Dios, por intercesión de la Virgen Santísima, la Morenita del Tepeyac, celestial protectora de esta gran nación, que conceda a vuestra excelencia, a su familia y a todos los mexicanos abundantes dones de paz y fraternidad para edificar un presente de serena y fructuosa convivencia humana, así como un futuro rico en esperanzas.

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ZENIT Staff

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