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Queridos hermanos y hermanas;
amigos todos:
«Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales» (Ef 1, 3).
Al ver tantas familias reunidas en el nombre de Cristo, contemplando el ardor de sus corazones y la pujanza de su fe, no se puede dejar de elevar a Dios Padre una sentida acción de gracias por el don incomparable de la familia. Gracias a todos por haber venido, por estar aquí unidos estrechamente por los lazos de la fe y el amor para formar la gran familia de los hijos de Dios. Gracias a las familias que han viajado desde tantos lugares, algunas de ellas con sacrificios y dificultades, a los voluntarios y familias de México que han abierto sus hogares para acoger a los que vienen de fuera a este bellísimo país. La procedencia es distinta, pero la fe y el amor a Cristo las une a todas en un mismo sentir y en un mismo deseo de trabajar por el bien común de todos los hogares. Que Dios llene de gozo y paz sus vidas y sus proyectos.
Saludo muy cordialmente al señor cardenal Ennio Antonelli, presidente del Consejo pontificio para la familia, al señor cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, a todos los señores cardenales, arzobispos y obispos aquí presentes, de modo particular al presidente y a los miembros de la Conferencia del Episcopado mexicano, a las autoridades que nos acompañan, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y a todos ustedes, queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Con gran alegría y esperanza nos hemos reunido esta tarde para celebrar juntos el don y el misterio de la familia, y escuchar diversos testimonios que animen nuestra vida cristiana. Su Santidad Benedicto XVI convocó este sexto Encuentro mundial para proclamar que la familia está llamada a educar a las nuevas generaciones en los valores humanos y cristianos que orienten su vida según el modelo de Cristo y forjen en ellas una personalidad rica y armónica (Cf. <a href=»http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/letters/2007/documents/hf_ben-xvi_let_20071001_family-mexico_sp.html»>Carta al cardenal Alfonso López Trujillo en vista del VI Encuentro mundial de las familias, 1 de octubre de 2007). El Papa tiene muy presente a las familias de todo el mundo y reza por ellas. Confía a Dios el amor fiel de los esposos, su testimonio ante los hijos, el afecto y respeto de los niños y jóvenes hacia sus padres y mayores. Y nosotros, desde aquí, manifestamos nuestra devoción al Santo Padre.
Ahora nos disponemos a rezar juntos el santo rosario, una oración particularmente vinculada a la familia. Meditaremos los misterios gozosos, que reflejan elocuentemente los valores domésticos. La Anunciación nos mueve a contemplar en la Virgen María, desposada con José, una sensibilidad que nunca se cierra a la vida, sino que se abre a ella con pulcritud y limpieza de corazón. La Visitación nos muestra la gran caridad de Nuestra Señora, que se pone en camino presurosa para asistir a su prima Isabel. En el encuentro conmovedor de las dos mujeres, brilla el júbilo de la vida compartida, del amor de Dios, que se refleja en el salto de alegría ante la discreta presencia del Redentor reconocida por la criatura en el seno de Isabel. El Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo nos permite fijar la mirada en el Verbo hecho carne en el seno de María, y ahí deleitarnos con la atención y vigilancia delicada de san José y la amorosa consagración de la Virgen al cuidado del Niño Dios. La Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén nos muestra a la Sagrada Familia plenamente integrada en las tradiciones religiosas de su pueblo donde se viven y transmiten tantos valores. Por último, la consideración del Niño perdido y hallado en el Templo nos muestra a la Familia de Nazaret celebrando la Pascua en Jerusalén; desde ahí nos asomamos a contemplar el crecimiento humano de Jesús en su familia, y se nos permite admirar la sorprendente familiaridad de Jesús con la casa del Padre, abriéndonos al misterio más profundo del que era portador: el de la comunión trinitaria, fuente de todo amor familiar.
En esta «casita del Tepeyac», querida por Nuestra Señora de Guadalupe «para mostrar en ella todo su amor», elevamos nuestra oración para que Dios siga velando por las familias del mundo, de modo que sean en todo momento «escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente» (Benedicto XVI, Discurso en la Sesión inaugural de los trabajos de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo de 2007, n. 5). Queremos volver a poner todos los hogares cristianos bajo la fiel custodia de san José, su castísimo esposo. Dirijamos todos nuestra mirada al Hogar de Nazaret, allí encontraremos una escuela en la que podremos aprender a renovar nuestra vida cristiana y familiar. Que Nuestra Señora de Guadalupe esté siempre a nuestro lado y guíe nuestros pasos por el camino que nos ha indicado su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador.
Muchas gracias.