ROMA, lunes 9 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto del discurso que el Papa ha dirigido a las Oblatas de Santa Francisca Romana del monasterio de Tor de’ Specchi, adonde se dirigió después de su visita al Campidoglio. El Papa se dirigió a las hermanas y a los presentes en la Capilla del Coro de este monasterio, tras lo cual se dirigió de vuelta al Vaticano.
******
Queridas hermanas Oblatas
Con gran alegría, tras la visita al cercano Campidoglio, vengo a encontraros en este histórico monasterio de santa Francisca Romana, mientras aún está en curso el cuarto centenario de su canonización, que sucedió el 29 de mayo de 1608. Precisamente hoy, además, cae la fiesta de esta gran santa, en recuerdo de la fecha de su nacimiento al cielo. Estoy por tanto particularmente agradecido al Señor de poder hacer este homenaje a la “más romana de las santas”, en feliz sucesión con el encuentro que he tenido con los Administradores en la sede del gobierno ciudadano. Al dirigir mi saludo cordial a vuestra comunidad, y en particular a vuestra presidenta, madre Maria Camilla Rea – a quien agradezco por las corteses palabras con las que ha expresado vuestros comunes sentimientos- lo extiendo al obispo auxiliar monseñor Ernesto Mandara, a las estudiantes huéspedes y a todos los presentes.
Como sabéis, he estado con mis colaboradores de la Curia Romana de Ejercicios espirituales, que coinciden con la primera semana de Cuaresma. En estos días he experimentado una vez más qué indispensables son el silencio y la oración. Y he pensado también en santa Francisca Romana, a su total dedicación a Dios y al prójimo, de la que brotó la experiencia de vida comunitaria aquí, en Tor de’ Specchi. Contemplación y acción, oración y servicio de caridad, ideal monástico y empelo social: todo esto encontró aquí un “laboratorio” rico en frutos, en estrecho lazo con los monjes Olivetanos de Santa María Nova. Pero el verdadero motor de cuanto se ha realizado aquñi a lo largo del tiempo ha sido el corazón de Francisca, en el que el Espíritu Santo derramó sus dones espirituales y al mismo tiempo suscitó tantas iniciativas de bien.
Vuestro monasterio se encuentra en el corazón de la ciudad. ¿Cómo no ver en esto casi el símbolo de la necesidad de devolver la dimensión espiritual al centro de la convivencia civil, para dar pleno sentido a las múltiples actividades del ser humano? Precisamente desde esta perspectiva, vuestra comunidad, junto con las otras comunidades de vida contemplativa, está llamada a ser una especie de “pulmón” espiritual de la sociedad, para que a todo el hacer, a todo el activismo de una ciudad no le falte la “respiración” espiritual, la referencia a Dios y a su designio de salvación. Este es el servicio que hacen en particular los monasterios, lugares de silencio y de meditación de la Palabra divina, lugares donde hay preocupación por tener siempre la tierra abierta hacia el cielo. Vuestro monasterio, además, tiene una peculiaridad, que refleja naturalmente el carisma de santa Francisca Romana. Aquí se vive un singular equilibrio entre vida religiosa y vida laical, entre vida en el mundo y fuera del mundo. Un modelo que no ha nacido en el laboratorio, sino en la experiencia concreta de una joven romana: escrito -se diría- por Dios mismo en la extraordinaria existencia de Francisca, en su historia de niña, de adolescente, de jovencísima esposa y madre, de mujer madura, conquistada por Jesucristo, como diría san Pablo. No por nada las paredes de estos ambientes están decoradas con imágenes de su vida, para demostrar que el verdadero edificio que Dios quiere construir son las vidas de los santos.
También en nuestros días, Roma necesita mujeres -y naturalmente también hombres, pero aquí quiero subrayar la dimensión femenina- mujeres, decía, todas de Dios y del prójimo; mujeres capaces de recogimiento y de servicio generoso y discreto; mujeres que sepan obedecer a sus pastores, pero también apoyarles y estimularles con sus sugerencias, maduradas en el coloquio con Cristo y en la experiencia directa en el campo de la caridad, de la asistencia a los enfermos, a los marginados, a los menores en dificultad. Es el don de una maternidad que se hace una con la oblación religiosa, según el modelo de María Santísima. Pensemos en el misterio de la Visitación: María, tras haber concebido en el corazón y en la carne al Verbo de Dios, en seguida se pone en camino para ayudar a su anciana pariente Isabel. El corazón de María es el claustro donde la Palabra sigue hablando en el silencio, y al mismo tiempo, es el horno de una caridad que empuja a gestos valientes, como también a una generosidad perseverante y escondida.
¡Queridas hermanas! Gracias por la oración con la que acompañáis siempre al ministerio del Sucesor de Pedro, y gracias por vuestra preciosa presencia en el corazón de Roma. Deseo que experimentéis cada día la alegría de no anteponer nada al amor de Cristo, un lema que hemos heredado de san Benito, pero que refleja bien la espiritualidad del apóstol Pablo, venerado por vosotras como patrón de vuestra Congregación. A vosotros, monjes Olivetanos y a todos los presentes imparto de corazón una especial bendición apostólica.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]