YAUNDE, domingo, 22 marzo 2009 (ZENIT.org).- Cuando acaba el horario escolar, en este barrio de Oyom Abang de Yaundé, Camerún, en la puerta de la Biblioteca Infantil Lucioles se arremolina una fila de niños deseosos de conocer nuevas cosas a través de los libros. La única condición es que se laven las manos antes de entrar, escojan un libro y se sienten a leer. Es un proyecto de un grupo de voluntarios coordinados por Bernadette Maurice, francesa, miembro de la Institución Teresiana.
Bernadette Maurice es maestra especializada en escuela infantil y, desde hace unos años está en Yaundé proveniente de la República Democrática del Congo, donde también había trabajado en un proyecto de animación a la lectura.
La Biblioteca se llama en francés Lucioles (luciérnaga), un gusano de luz muy pequeño pero que ilumina las sombras. «Una noche sin ‘lucioles’ es oscura, una noche con estos pequeños puntos de luz es maravillosa», afirma Bernadette Maurice.
–¿Cómo surgió el proyecto de la Biblioteca Infantil Lucioles?
–Bernadette Maurice: Antes de que yo llegara a Yaundé, algunos misioneros, entre los que estaba una persona de la Institución Teresiana, trabajaban con niños de la calle y pensaron que podrían encontrarse con ellos a través de la lectura. Se hizo un proyecto y, como yo había trabajado en una Biblioteca Infantil en la República Democrática del Congo, vine a aportar mi experiencia.
El proyecto estaba pensado como una biblioteca itinerante para niños de la calle, llevando los libros en un coche pero, mientras esperábamos la respuesta de distintos organismos para financiarlo, empezamos con los niños del barrio en el que vivimos, alquilando un local y formando animadores.
Cuando la ONG InteRed, nos financió el coche, empezamos la segunda faceta del proyecto con niños de la calle. También nos ayuda «Solidaritat und Kultur», una ONG alemana.
Son públicos muy distintos. Los niños del barrio están escolarizados, saben leer, se interesan, están abiertos y se pueden hacer muchas cosas con ellos.
–¿Qué niños van a la Biblioteca?
–Bernadette Maurice: Al principio empezamos en el local con niños pequeños pero ahora hemos podido conseguir un local más grande y nos hemos abierto también a los tres primeros años de secundaria que vienen una vez a la semana.
Otra actividad que realizamos es intercambiar experiencias con otras cinco bibliotecas de la ciudad.
Los niños, además de leer individualmente o en grupo, algunos ayudados por los voluntarios, escuchan historias al «cuentacuentos» y dialogan sobre lo que han leído. También participan en juegos cooperativos.
–¿Cómo se trabaja con los niños de la calle?
–Bernadette Maurice: Los niños de la calle están abandonados, muchos no saben leer ni es su interés primordial porque tienen que ganarse la vida. Pero poco a poco descubren que el libro les puede abrir horizontes que es nuestro propósito: que salgan del círculo cerrado en que viven en el que sólo existen cosas como la droga, el dinero o la policía. Que puedan hablar de otros temas y encontrarse con un grupo de adultos que les valora, que no les juzga, que se acerca para estar con ellos. Hay dificultades, porque no encontramos los libros adecuados para ellos.
Dedicamos también un tiempo a los juegos cooperativos. No están acostumbrados a juegos de este estilo porque sólo les interesan los juegos en los que se gana dinero. Poco a poco van descubriendo que, en el juego en el que todos cooperan, se pasa un buen rato juntos y se aprende trabajando en grupo, en equipo. También aprenden a saber perder y a jugar con normas.
Otro aspecto que usamos mucho es el «cuentacuentos». Les encanta escuchar historias y luego responder a las preguntas sobre lo que han oído.
Para trabajar con ellos, buscamos dos lugares céntricos donde se reúnen. Uno es Calafatas, donde hay un solar abandonado, muy sucio, y como es el sitio en el que se concentran, vamos allí. Allí instalamos nuestra biblioteca itinerante y unas alfombras en el suelo y nos ponemos en círculo a leer. Tienen que lavarse las manos antes de poder coger un libro. Si hay cincuenta en el solar, pueden venir entre 12 y 25 como máximo, porque los otros están medio drogados, aspirando pegamento en bolsas, o no les interesa.
El otro lugar al que vamos es la estación, donde no sólo vienen niños de la calle sino también gente de paso. Aceptamos a todo el que quiera participar, la única condición es que tienen que lavarse las manos y sentarse.
Intentamos buscar a niños pequeños porque con los mayores, que llevan ya muchos años en la calle, es muy difícil hacer cualquier cosa. Nuestro fin es ayudar a los más pequeños a no quedarse definitivamente en la calle.
–¿Quiénes participan en el proyecto?
–Bernadette Maurice: Hay unos diez educadores voluntarios, son amigos que se han ofrecido a colaborar. Dos vienen cuatro tardes a la semana y los demás sólo vienen una vez a la semana. Tenemos tres equipos para tres actividades distintas: la Biblioteca del barrio, los niños de la calle, y los niños del «Hogar de la Esperanza», una casa para niños de la calle del Arzobispado de Yaundé.
Cada mes realizamos un encuentro de los tres equipos para intercambiar experiencias, planificar, aprender nuevas estrategias y mantener el espíritu que queremos dar a la Biblioteca, que se den cuenta de que no es sólo una «casa de libros», es un lugar en el que pretendemos el desarrollo del niño, su apertura al mundo y hacer que los niños se hagan amigos de los libros.
Cada voluntario viene de una experiencia distinta y vamos haciendo un camino juntos, preparándonos para el trabajo con los niños.
–¿Qué se puede aprender de estos niños?
–Bernadette Maurice: Los niños del barrio transmiten la alegría de vivir, de descubrir. Una cosa que es difícil aquí es desarrollar la imaginación y, para ellos, es algo muy nuevo entrar en el mundo de los cuentos, de la fantasía. Me maravilla ver cómo se van abriendo a ese mundo.
En cuanto a los niños de la calle, para mí es importante creer que estos niños son la esperanza del mundo, como dice san Pedro Poveda, porque esta sociedad no lo demuestra. Los rechaza y están excluídos. ¿Cómo hacer que sean esperanza del mundo? Es una pregunta que nos hacemos cada día. Y creerlo en el equipo es una tarea en la que nos tenemos que ayudar.
–¿Por qué elegir África como campo de misión?
–Bernadette Maurice: En septiembre, hará 30 años que estoy en África. Antes estuve en la República Democrática del Congo. Yo creo que esta vocación la tengo desde muy joven. Tardé unos años en venir hasta que llegó el momento. Para mí venir aquí era una llamada de Dios a dejar mi país, dejar mis raíces para abrirme a otro mundo, a otra gente, otra cultura. Y puedo decir que no me he arrepentido ni un solo día. Desde el primer día, me siento feliz de haberlo hecho.
–¿A los jóvenes cameruneses que se acercan al grupo de la Institución Teresiana qué les atrae sobre todo?
–Bernadette Maurice: Les atrae el compromiso con Jesucristo y también el modo de ser Iglesia aquí, viviendo y trabajando como todos, como fermento, para transformar el mundo a partir del Evangelio. Porque a la cultura de aquí le queda todavía mucho camino para conectar con el Evangelio pero al mismo tiempo hay que acoger todo lo positivo que tiene. Y nosotros también tenemos que aprender en esa labor de enculturación de la fe.
Hace falta tiempo. Después de 30 años, sigo siendo extranjera aquí y es normal. El tiempo es muy importante, hay que contar con él que tampoco es pasar el tiempo. Hay que contar con ese tiempo necesario y vivirlo positivamente en este camino en el que contamos con Dios porque hemos venido por El y no como turistas.
Por Nieves San Martín