KINSHASA, lunes, 20 julio 2009 (ZENIT.org).- Son decenas de miles las mujeres que han sufrico violaciones en la República Democrática del Congo. Sobre este problema, el arzobispo de Kinshasa, monseñor Laurent Monsengwo Pasinya ha llamado a movilizarse al Gobierno y a la sociedad.
El drama que afecta a las mujeres violadas ha estado en el centro de las intervenciones no sólo de monseñor Monsengwo, sino también del secretario general del Consejo Mundial de las Iglesias (CMI), Samuel Kobia, con motivo de un encuentro ecuménico celebrado en Kinshasa, según informaba este domingo el diario vaticano «L’Osservatore Romano».
Sobre esta cuestión, el arzobispo de Kinshasa monseñor Monsengwo dijo que «la fe cristiana condena la violencia, cualquiera que sea su origen, porque participa de la maldad de aquellos métodos que provocan directamente la muerte».
«La violencia contra el sexo femenino –recordó el prelado dirigiéndose a los autores de estos actos odiosos– contradice la armonía original querida por Dios entre el hombre y la mujer. La mujer fue dada al hombre como una ayuda que le fuera semejante y una compañera de su misma naturaleza, creada a imagen y semejanza de Dios, o sea dotada de la razón y el libre arbitrio».
El arzobispo subrayó que «las violencias están en las antípodas de la cultura africana, en la que la mujer es considerada como una madre y cuya misión es fuertemente exaltada en la sociedad porque la madre es fuente de vida. Las violencias por tanto denotan una barbarie extraña a la visión cristiana y a la sabiduría africana».
El arzobispo concluyó que «es fundamental que las fuerzas del Gobierno, la sociedad civil, las organizaciones de defensa de los derechos humanos y las confesiones religiosas se movilicen».
Samuel Kobia exhortó a las comunidades eclesiales a que pongan en el centro de la atención la cuestión en sus múltiples aspectos, subrayando que las mismas «relegan todavía la violencia a la esfera privada y la consideran sólo desde el punto de vista físico».
El primer paso a dar según el secretario general del CMI, es el de «reconocer que la violencia realmente existe».
«Esto significa –añadió– afrontar el problema públicamente, en nuestras comunidades, en nuestra asamblea parlamentaria y en nuestras academias».
El CMI denuncia que numerosas mujeres son secuestradas y brutalmente tratadas por las bandas de rebeldes.
Según datos del hospital de Panzi, en Bukavu, Kivu sur, sólo en 2008 fueron 3.500 las mujeres asistidas por los traumas sufridos.
La médica Christine Amisi, que trabaja en el hospital subraya: «Estas mujeres están traumatizadas y nosotros seguimos preguntándonos qué podemos hacer para poner fin a la violencia».
Cinco grupos de delegados ecuménicos del CMI han visitado el país en el marco del programa de este organismo «Cartas vivas».
«Hemos escuchados historias de mujeres con hijos –recordó Kobia– que no sólo han padecido la pobreza sino que también han pagado con su vida los egoísmos de los hombres violentos».
«Y mientras estas historias –añadió– resuenan en nuestros oídos y su dolor hace sangrar nuestro corazón, constatamos todavía la miopía y quizá la completa ceguera de nuestras comunidades en el reconocer esta violencia».
La Iglesia católica desde hace tiempo lanzó la alarma por las violencias contra las mujeres congoleñas.
En un informe de la Comisión Justicia y Paz de la archidiócesis de Bukavu se dice que «se trata de una barbarie inimaginable de la que hay que hablar porque a veces se tiene más miedo del silencio de los buenos que de la barbarie de los malos».
«Las violencias contra las mujeres –añade– son consideradas como un modo infligir la muerte a una entera comunidad. Es un modo de golpear al corazón mismo de la comunidad».
Según el informe, el área más afectada por estos crímenes es la de Walungu, en el distrtito de Kaniola.
Por Nieves San Martín