Un laico presenta la "Caritas in veritate"

Por el rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Pedro P. Rosso

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SANTIAGO, sábado, 25 julio 2009 (ZENIT.org).-Publicamos la presentación de la encíclcia «Caritas in veritate» expuesta por el rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Pedro P. Rosso, el pasado 23 de julio en el Salón de Honor de la Casa Central de esa Universidad.

* * *

Señor Cardenal,
Señor Presidente de la Conferencia Episcopal,
Señores Obispos,
Señoras y señores:

Agradezco al Comité Permanente la invitación a comentar, desde la perspectiva de un laico, la encíclica Caritas in veritate del Santo Padre Benedicto XVI. Se trata de un documento en el cual el Papa se refiere al desarrollo humano integral y a los diversos aspectos sociales, culturales, económicos y políticos relacionados con esta materia.

Es una encíclica notable por su actualidad y originalidad, que nos ayuda a comprender mejor el mundo en que vivimos y nos invita a reflexionar, desde la fe, sobre nuestra propia actitud hacia la vida y hacia todo lo que afecta a la familia humana. Además, nos ofrece el deleite adicional de ser escrita con la prosa clara, fluida, e incluso poética, propia del Santo Padre.

Los temas tratados son tantos que una simple mención de cada uno de ellos demandaría un tiempo muy superior al que disponemos. Por otra parte, varios son técnicamente complejos y, por lo mismo, especializados, lo que me ha impedido abordarlos con algún grado de profundidad. Ante estas dificultades objetivas, me ha parecido más prudente optar por una presentación enfocada en un análisis general de la nueva encíclica, intentando expresar su esencia y sus alcances pastorales.

En primer término, quisiera dirigirme a los laicos presentes para decirles que Caritas in veritateCaritas in veritate es una encíclica social, pero considero que su mensaje rebasa ampliamente ese ámbito, por cuanto interpela en forma directa a los cristianos respecto a cómo estamos viviendo nuestra fe. El Papa logra este propósito enfrentándonos con el problema del desarrollo y preguntándonos sutilmente ¿qué has hecho por tu hermano? Al mismo tiempo, con convicción y esperanza nos señala que la construcción de un mundo mejor es una tarea que sólo podremos realizar si somos capaces de transmitir el amor y la verdad de Cristo.

La estructura de la encíclica consiste en una introducción, donde Benedicto XVI describe su visión del desarrollo humano, a la que siguen seis capítulos y una conclusión. En el primero de estos capítulos, el Santo Padre evoca la encíclica Populorum progressio del Papa Pablo VI, cuya clave es la reafirmación del Evangelio para la construcción de una sociedad más humana, fundada en la libertad y en la justicia.

A ese respecto, Benedicto XVI enfatiza que: «la fe cristiana se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder, sino sólo desde Jesucristo». Nos dice el Papa que las principales causas del subdesarrollo no son de índole material. Ellas surgen como una consecuencia de la falta de fraternidad entre las personas y entre los pueblos. El Evangelio de Cristo, en cambio, aporta la dimensión esencial de la fraternidad humana y cristiana, que sí propicia el verdadero desarrollo de todos, sin hacer distingos. Más aún, citando a Gaudium et spes, el Pontífice nos enseña que: «El Evangelio es un elemento fundamental del desarrollo porque, en él, Cristo, «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre»».

El capítulo siguiente se refiere al desarrollo humano en el tiempo actual. Una de sus ideas centrales es que el beneficio material, como objetivo exclusivo, es la mayor fuerza antagónica al auténtico desarrollo humano. Al respecto, Benedicto XVI afirma que si el bien común no es el fin último buscado por la sociedad, cualquier otro beneficio corre el riesgo incluso de destruir riqueza y de generar pobreza. Enumera, entonces, algunas de las que denomina desviaciones y problemas dramáticos que esto ha causado, incluyendo la actividad financiera preferentemente especulativa, los flujos migratorios provocados y después mal gestionados y la explotación ilimitada de los recursos naturales. Frente a estos problemas el Santo Padre propone una nueva síntesis humanista, inspirada por los valores cristianos.

Con esa finalidad es necesario aprovechar las posibilidades de interacción cultural y social que abren oportunidades de diálogo y encuentro, nos dice el Pontífice, evitando el doble riesgo del eclecticismo cultural o, aún peor, de rebajar la propia cultura y homologar estilos de vida.

El Papa analiza también el escándalo que implica la situación de hambre que afecta a millones de seres humanos y afirma que el respeto por la vida humana -por toda vida humana y por toda la vida- no puede desligarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos. Al respecto declara que: «Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre».

Finalmente, aborda la negación del derecho a la libertad religiosa. En este punto se refiere a las luchas y persecuciones provocadas por el fanatismo religioso y a la promoción de la indiferencia religiosa y del ateísmo práctico que ocurre en muchos países, especialmente aquellos más industrializados, donde el «superdesarrollo» material coexiste con el «subdesarrollo moral».

El tercer capítulo de la encíclica, dedicado a la fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil, comienza enfatizando la experiencia del don frente a una visión de la existencia que antepone la productividad y la utilidad a toda otra consideración. Nos dice Benedicto XVI que: «El desarrollo, si quiere ser auténticamente humano, necesita, en cambio, dar espacio a la gratuidad». Y, en lo que se refiere al mercado y a la lógica mercantil, nos recuerda que debe estar ordenada «a la consecución del bien común», y añade que: «es la responsabilidad, sobre todo, de la comunidad política».

El sistema económico y financiero, afirma el Papa, debe basarse en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil. Para «civilizar la economía» es preciso arbitrar formas de economía solidaria y tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco.

El Pontífice concluye este análisis con una apreciación positiva del fenómeno de la globalización, aclarando que no puede entenderse sólo como un proceso socioeconómico y que requiere una reorientación cultural, personalista, comunitaria, abierta a la trascendencia y capaz de corregir sus disfunciones. Concretamente, afirmando que la globalización no es a priori ni buena ni mala, n
os invita a asumirla como una realidad en la que debemos ser protagonistas y no víctimas, para lo cual es necesario proceder razonablemente, guiándonos por la caridad y la verdad.

En el cuarto capítulo, la encíclica aborda el desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, y el medio ambiente. El Papa inicia su reflexión sobre estos temas tratando la objetividad y fundamentación de los derechos, la correlatividad de los deberes y el crecimiento demográfico.

También se refiere a la sexualidad, reafirmando que no se puede reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico, y llama a los Estados a establecer políticas que promuevan la centralidad de la familia, constituida por un hombre y una mujer, como célula básica de la sociedad.

Más adelante, el Santo Padre aborda el tema de la economía, destacando que ella necesita de una base ética para su correcto funcionamiento: no de cualquier ética, sino de una ética amiga de la persona. En este sentido, agrega que: «la misma centralidad de la persona debe ser el principio guía en las intervenciones para el desarrollo de la cooperación internacional».

Benedicto XVI también se refiere a los problemas energéticos, denunciando que el acaparamiento de los recursos por parte de los Estados y grupos de poder constituye un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres. Añade que: «Las sociedades técnicamente avanzadas pueden y deben disminuir la propia necesidad energética, mientras debe avanzar la investigación sobre energías alternativas».

En el capítulo que sigue, titulado «La colaboración de la familia humana» como aspecto básico destaca el concepto que: «el desarrollo de los pueblos depende sobre todo de ser una sola familia». El Papa se refiere también a la necesidad de que las religiones tengan un espacio en la esfera pública. Advierte, al respecto que, tarde o temprano, la negación de Dios se convertirá en la negación del hombre, en la negación del desarrollo.

Desde estas premisas, Benedicto XVI se adentra en la conocida doctrina del magisterio social de la Iglesia relativa a la subsidiariedad, que define como: «el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista y la más adecuada para humanizar la globalización».

EL Santo Padre considera urgente que las naciones más prósperas destinen mayores cuotas de su producto interno bruto al desarrollo. Igualmente, solicita garantizar el acceso a la educación y a la formación más completa e integral de la persona como vía insoslayable para el desarrollo y la justicia.

La encíclica también analiza el fenómeno de las migraciones, recordando que: «todo emigrante es una persona humana, que posee derechos que deben ser respetados por todos y en toda situación».

Este capítulo contiene una propuesta para reformar tanto la Organización de las Naciones Unidas como la arquitectura económica y financiera internacional. En este sentido, el Santo Padre declara, sin ambigüedades: «Urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial, que goce de poder efectivo».

El sexto y último capítulo, versa sobre «El desarrollo de los pueblos y la técnica» y se inicia con una advertencia de Benedicto XVI sobre la pretensión prometeica que la técnica contiene las llaves del futuro de la humanidad. La ciencia y la técnica han aportado muchos beneficios, afirma el Santo Padre, pero no pueden ser un fin en sí mismas.

El Papa analiza luego el ámbito de la bioética y lo hace afirmando que el campo primario «de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética». Y agrega al respecto que: «La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia». También alude a la investigación con embriones y la clonación, manifestando temor por «una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos». Todas estas realidades, advierte el Papa, son tentaciones idolátricas, que, lejos de garantizar el desarrollo, lo hacen un espejismo y lo pervierten.

Concluye con una reflexión sobre el hecho que: «el absolutismo de la técnica tiende a producir una incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia». Para ser auténtico -nos dice Benedicto XVI- el desarrollo del hombre y de los pueblos necesita una dimensión espiritual. Para ello, agrega el Papa, se necesitan «unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese «algo más» que la técnica no puede ofrecer».

Todos los contenidos que he descrito, revelan la variedad y vastedad de los temas relativos al desarrollo humano que preocupan al Santo Padre. Sus análisis son sabios y ponderados. Muchas de sus propuestas son nuevas y provocativas. A veces su voz adquiere la fuerza incisiva de una denuncia profética. Pero, tomadas en su conjunto, manifiestan la preocupación y también el dolor de un Padre, del Vicario de Cristo, que tal como lo hizo nuestro Señor, mira al mundo con misericordia. Y lo que observa son personas que caminan como «ovejas sin pastor» (Mc 6, 30-34), por sendas equivocadas, siguiendo falsos profetas. Algunos aplastados por el hambre y la miseria, otros boyantes y alegres, en apariencia, pero en el fondo cansados y agobiados.

Es esta la imagen de Benedicto XVI que veo emerger desde las páginas de esta trascendental encíclica y con él la figura de todos nuestros pastores y de nuestra Iglesia. Un cuerpo místico que busca el bien integral de las personas, de todas ellas, sin distinción de razas y religiones.

Caritas in veritate es el testimonio del Pastor sereno, que anima a la familia humana a sumarse a un proyecto centrado en el bien, la verdad y la justicia y proclama con fuerza la necesidad de una comunión fraterna, basada en la libertad y en la mutua responsabilidad. El Pastor que «se puso a enseñarles con calma» (Mc 6, 30-34), ofreciéndoles el pan y el agua de la Palabra. Reconfortándolos con su esperanza.

Esperanza que está expresada en la idea central que articula y sustenta toda la encíclica. ¿Cuál es esta idea central? El mismo Benedicto XVI, en la audiencia general del día 8 de julio pasado, respondió personalmente esa pregunta diciendo: «La caridad en la verdad es la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad».

Es decir, el Papa nos enseña que para hacer de la humanidad una verdadera familia, cuyas relaciones sean dictadas por la fraternidad, debemos reconsiderar el amor en la verdad como una fuerza social fundamental. Esta afirmación nos conduce a dos contenidos de Caritas in veritate que, por su importancia, he preferido analizar después de aquellos temas más directamente relacionados con la doctrina social. Me refiero a la Introducción y a la Conclusión.

La Introducción se inicia, precisamente, con la frase aludida por Benedicto XVI en la audiencia general. Es la frase que ilumina y otorga su pleno sentido a toda la encíclica: «La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad».

Ella contiene la respuesta de la Iglesia a los problemas del desarrollo: amor en la verdad de Cristo. Una respuesta que depende de cada persona y de su forma de concebir la libertad y vivir su fe. Y, a la vez, una visión del desarrollo y de la globalización que pone en el centro a las personas, como únicas protagonistas del proceso.

De esta manera el Santo Padre nos invita, a cada uno de nosotros, a ser los constructores de un mundo mejor a partir de nuestra propia vida, dejando que, mediante la gracia, podamos ser testigos del amor, el amor en la verdad de Cristo: un «amor recibido y ofrecido…que brota del Padre por el Hi
jo, en el Espíritu Santo…que desde el Hijo desciende sobre nosotros»
(CV nº 5).

El Papa nos enseña que vivir en la plenitud de ese amor implica asumir el proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros. Es decir, negarse a sí mismo, para hacer únicamente la voluntad del Padre. Amar, no según nuestras categorías y egoísmos, sino con la gratuidad, entrega e incondicionalidad de Cristo. Sólo en ese proyecto cada cual encontrará su verdad y podrá ser un apóstol de la Verdad. Esa es la base del nuevo humanismo que permitirá al hombre contemporáneo abrir el camino del auténtico desarrollo.

«El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don», nos dice, nos grita, Benedicto XVI.

La tarea que nos propone es radical e inmensa, imposible de realizar sin el auxilio de la gracia. Por eso, en la conclusión de Caritas in veritate, el Santo Padre nos anima a iniciar ese camino, personal y comunitario, recordándonos que: «La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas…Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande».

Muchas gracias.

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ZENIT Staff

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