Teresita Ramírez perdió a toda su familia pero no perdió la fe

En un accidente de tránsito murieron su esposo, sus cinco hijos y varios familiares

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MEDELLÍN, martes, 28 julio 2009 (ZENIT.org).- Para Olga Teresita Ramírez, la vida cambió totalmente el pasado 15 de junio al ser la única sobreviviente de un accidente de tránsito en el que perdió a su esposo, sus cinco hijos, su suegro y tres cuñadas.

Transcurrido un poco más de después de  esta tragedia, ella ha conservado su entereza y sus deseos de seguir viviendo. Una fortaleza que viene de lo alto. Una fe que transmitió siempre a los suyos: «Esa fe y el amor a María lo tengo desde que estaba muy pequeña», dijo en diálogo con ZENIT.

Una peregrinación que llegó a la eternidad
La familia Ortiz Ramírez vivía en el municipio de La Ceja, población de cerca de 50 mil habitantes, ubicada  hacia el noroccidente de Colombia, a 41 kilómetros de Medellín.

Aprovechando la temporada de vacaciones, habían planeado una peregrinación a una localidad llamada Buga, ubicada en la región del Valle del Cauca, cerca al mar pacífico colombiano, donde está situado uno de los santuarios más importantes de este país: el del Señor de los Milagros.

Diego, el esposo de Teresita le había prometido el año pasado visitar con su familia el lugar, conocido también como el «Milagroso de Buga», para pagar una promesa.

Al viaje se unieron Alfonso, el papá de Diego y tres de sus hermanas: Virgelina, Marta y Ana. Eran doce los peregrinos, (incluyendo a Fernando el conductor, quien también murió) quienes partieron a las 6:15 de la tarde en un pequeño bus que decidieron alquilar. Tenían estimado llegar a Buga a la madrugada del día siguiente.

 A mitad de camino, el bus tropezó con un árbol y cayó a un barranco que daba al Río Cauca, el segundo río más grande de Colombia. Teresita logró salir del vehículo y quedó atrapada por las piedras del barranco a las que se sostuvo fuertemente. «¿Quien quedó vivo?», preguntaba la mujer. Nadie le respondía.

En ese momento se dio cuenta de que había sido la única sobreviviente del accidente. Era tal la oscuridad que no lograba ver los restos del vehículo. Solo sentía la corriente del caudaloso río que se lo llevó inmediatamente.

Al escuchar la fuerza de las aguas del Cauca se preguntaba «¿me lanzo?, total no sé nadar y así me voy con mis seres queridos…».

Confesó, en diálogo con ZENIT que a veces deseaba que la picara una serpiente para no vivir el resto de su vida con la honda pena de haber perdido a toda su familia.

Pero luego, entró en la realidad. Pensó en la Madre de Dios, y decidió dialogar con ella hasta esperar que alguien la lograra rescatar: «María, si tú me dejaste acá después de tener un esposo y cinco hijos, tu dirás para qué me necesitas», le dijo a la Virgen.

Sosteniéndose con las piedras de barranco, en medio de una fuerte lluvia, Teresita permaneció durante cuatro horas, esperando ser rescatada. Cada vez que escuchaba ruidos daba gritos de auxilio. Confiesa que fueron cuatro horas las que estuvo allí donde aprovechó para mirar hacia el pasado, agradecer a Dios por la familia que había tenido y para ver que como madre y esposa no tenía remordimientos.

Así Teresita logró ver una luz y descubrió la salida del barranco. Por allí subió para pedir ayuda a unos trabajadores que se encontraban en la carretera. Minutos después llegaron las ambulancias y la policía para comenzar  la búsqueda y el rescate de los cuerpos sin vida de sus familiares.

El sepelio común de los seres queridos de Teresita, se realizó tres días después del accidente. Asistieron decenas de miles de personas de La Ceja y de sus alrededores. La eucaristía fue celebrada por el obispo de la diócesis de Sonsón-Rionegro, monseñor Ricardo Tobón, quien dijo en su homilía aseguró que los miembros de esta familia «iban a un santuario con el corazón lleno de gratitud. Estaban en comunicación con Dios y así terminaron su peregrinación en un encuentro con Él».

Una familia que la espera en el cielo
Teresita asegura que la fe en Dios y el amor a María Auxiliadora es lo que cada día la llena de fuerzas para afrontar la anuencia de su esposo y de sus hijos. También el amor que siempre recibió y entregó en su familia durante estos 18 años de matrimonio.

Así mira con algo de melancolía y a la vez con sentido de gratitud la vida de los seres que más quería: su esposo, Diego, y sus hijos Paola, la mayor de 16 años, Diego Alejandro de 14, Sarita de 12, Carlos Mario de 10, y Mateo el menor con siete años.

Cada día lucha por vencer la tristeza repitiéndose la frase que decía San Juan Bosco, uno de sus santos preferidos «La santidad consiste en estar siempre alegres».

«Mi matrimonio no fue perfecto. Tuve muchas dificultades. Pienso que valió la pena soportarlas. El amor todo lo soporta, por eso ahora estoy fuerte», confiesa Teresita.

«Los niños eran muy cariñosos con nosotros, el papá era muy dedicado. Todo su tiempo libre era para ellos. La Navidad era hermosísima. Mi esposo hacía el pesebre con todos, y le ponía mucho amor. Hacíamos la Novena al niño Jesús y venían entre 35 y 40 niños. Era como algo mágico. En la última Navidad, Diego nos había comprado un árbol hermoso».

Recuerda que Paola su hija mayor estaba por terminar el colegio, donde siempre fue una gran líder y pensaba hacerse religiosa salesiana. Quería hacer un voluntariado en enero para discernir si era ese su llamado.

«Hace poco vi su billetera y me di cuenta de que tenía un adhesivo que decía ‘Cristo, alimento de mi alma'», cuenta Teresita.

Paola era a la vez muy alegre y pícara. Trabajaba en la catequesis de la parroquia. El pasado mes de mayo le hizo un altar a la Virgen que decía: «María, ven y guía mis pasos». Lograba reunir a toda la familia para que oraran juntos.

«Diego Alejandro era más imperativo y rebelde, el que más líos me trajo en los colegios», confiesa Teresita. «Pero siempre me decía que me quería y cuando reaccionaba bruscamente tenía la humildad de pedir perdón».

«De Sarita, nunca recibí una queja. Era muy tierna, me decía: ‘Mami, dame un abrazo, que cuando me abrazas yo me siento tranquila. Yo tengo la mamá más linda del mundo. No de La Ceja sino del mundo», recuerda Teresita.

Cuenta que Carlos Mario era el más serio pero también el más detallista y agradecido con lo que le daban. «Era el más ordenado con su cajón y su ropa. También era el más sincero»

Mateo, el menor, tenía siete años. «Era el amor, era un niño muy alegre. Le encantaba el fútbol, era muy sociable, le gustaba compartir con los niños, estaba pendiente de las profesoras. Me adoraba y me decía: ‘yo no podría vivir si tú te mueres'», cuenta su madre.

Los sacerdotes salesianos de La Ceja que siempre tuvieron una estrecha amistad con Teresita, decidieron viajar al santuario del Señor de los Milagros a pagar la promesa que quiso y no pudo, pagar la familia Ortiz Ramírez.

Teresita no sabe aún a qué se dedicará, ya que su vida estaba totalmente volcada a su familia. Ha recibido propuestas de trabajo y becas de estudio en Bogotá, pero ella no quisiera abandonar su pueblo. Tiene a sus padres vivos y regresó a vivir con ellos. Tiene once hermanos que están pendientes de ella y la acompañan.

Uno de ellos asegura que la historia de Teresita es como la de Job, quien al perderlo todo dijo: «el Señor me lo dio, el Señor me lo quitó». Ella se ríe y dice «el hecho de que esté fuerte no quiere decir que sea santa».

En La Ceja muchos se preguntan qué ha hecho esta mujer para estar de pie ante este inmenso dolor. Visitó al psicólogo y al psiquiatra. quienes aseguran que de salud mental está perfecta.

Y mientras tanto… Teresita observa las fotos de sus seres queridos, mira al cielo y asegura: «Allá están ellos, falta ver cuando será el día en que todos nos vamos a reunir».

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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