CASTEL GANFOLFO, domingo, 13 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI explicó este domingo que si la fe no está acompañada por obras puras no es sincera y por tanto no lleva a la salvación.
Al comentar los pasajes del Nuevo Testamento de la liturgia de este domingo, el pontífice planteó dos preguntas a los peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo»¿Quién es para ti Jesús de Nazaret?» y «Tu fe, ¿se traduce en obras o no?».
La primera pregunta la había planteado Jesús, en el pasaje evangélico de este domingo, y recibió la respuesta de Pedro: «Tú eres el Cristo», como aclaró el Papa, «el Mesías, el consagrado de Dios enviado para salvar a su pueblo».
Ahora bien, como recordó su mismo sucesor en la sede de Roma, «inmediatamente después de esta profesión de fe, sin embargo, cuando Jesús por primera vez anuncia abiertamente que tendrá que sufrir y morir, el mismo Pedro se opone a la perspectiva de sufrimiento y muerte».
«Entonces Jesús tiene que reprenderle con fuerza para darle a entender que no basta creer que Él es Dios, sino que movidos por la caridad es necesario seguirle por su mismo camino, el de la cruz».
Por eso, aclaró el pontífice, «Jesús no ha venido para enseñarnos una filosofía, sino para mostrarnos un camino, es más, el camino que lleva a la vida. Este camino es el amor, que es la expresión de la verdadera fe».
«Si uno ama al prójimo con corazón puro y generoso, quiere decir que conoce verdaderamente a Dios –advirtió–. Si, por el contrario, uno dice que tiene fe, pero no ama a los hermanos, no es un verdadero creyente. Dios no vive en Él».
El Papa subrayó esta verdad citando un pasaje de san Juan Crisóstomo, el padre de la Iglesia cuya fiesta celebraba la liturgia este día, cuando decía: «uno puede tener una recta fe en el Padre y en el hijo, así como en el Espíritu Santo, pero si no sigue la recta vía, su fe no le servirá para la salvación»
El Santo Padre concluyó presentando el ejemplo de María, «que creyó en la palabra del Señor, no perdió su fe en Dios cuando vio a su Hijo rechazado, ultrajado y crucificado, sino que permaneció a su lado, sufriendo y orando, hasta el final. Y vio la aurora radiante de su Resurrección».
«Aprendamos de Ella a testimoniar nuestra fe con una vida de humilde servicio, dispuestos a pagar el precio necesario para permanecer fieles al Evangelio de la caridad y de la verdad, seguros de que no se pierde nada de lo que hacemos», concluyó.