Mitos y ritos indígenas

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 27 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, sobre «Mitos y ritos indígenas».

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VER

Estamos realizando el IX Encuentro Nacional de Laicos Indígenas, en la comunidad otomí de San Cristóbal Huichochitlán, diócesis de Toluca, con el objetivo de profundizar, a la luz de Jesucristo, la espiritualidad indígena en sus mitos y ritos.

 

Los mitos son narraciones que se transmiten de generación en generación, que cuentan el origen del mundo y de los humanos, las primeras historias de la etnia. Es una manera de entrar en contacto con el más allá, con los seres invisibles, y de justificar la raíz de algunas costumbres y normas. No se pueden despreciar como cuentos que han inventado los antepasados, sino que son una forma de explicar el porqué de creencias y tradiciones, aunque no haya pruebas escritas de lo que se narra.

 

Los ritos son celebraciones o ceremonias para relacionarse con las fuerzas que nos superan, con la naturaleza, con espíritus, ángeles, santos, o con Dios. Son acciones simbólicas, oraciones y movimientos, con que el ser humano entra en contacto con otro mundo, en particular con Dios.

 

Muchos mitos y ritos giran en torno a los espíritus, a los dueños de los cerros o de los manantiales, a los seres invisibles, a la madre tierra y al padre sol, que en determinadas culturas, por no conocerlas a fondo, no distinguimos bien si los consideran dioses, o seres cercanos a Dios, o expresiones del amor de Dios.

 

JUZGAR

Nuestra fe católica, centrada en Jesucristo, ¿qué nos dice sobre estos mitos y ritos? Algunos agentes de pastoral insisten tanto en el respeto que se debe tener a estas expresiones culturales religiosas, que no se atreven a cuestionarlas, mucho menos a tocarlas con el Evangelio. Otros, por lo contrario, las desprecian e intentan destruirlas, como si fueran sólo supersticiones y creencias ajenas a la Revelación.

 

Para los creyentes en Cristo, hay un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo; Creador, Dueño y Señor de todo cuanto existe. No hay más dioses. Ni el sol, la tierra, los rayos, los cerros, los manantiales, ni otra criatura alguna es Dios. Son regalos suyos, que nos manifiestan su amor. Son signos del poder y del amor de nuestro Padre que nos ama con entrañas de madre; por ello los apreciamos y respetamos. No les damos culto, ni los adoramos, pues los ritos son sólo para Dios, quien ha creado todas las cosas. Se inciensan no porque sean dioses, sino en señal de respeto como manifestaciones del amor de Dios.

 

Debemos conocer y valorar los mitos y ritos de los pueblos originarios; no condenarlos como si fueran simples leyendas, magia o superstición. Hay que discernir qué huellas de Dios tienen, cómo han sido caminos para llegar a El, qué semillas del Verbo contienen. Muchas veces los rechazamos, por desconocer el fondo de su historia, su contenido y significado. Para conocerlos, debemos amar y respetar a quienes los practican y transmiten, pues mientras no nos tengan confianza, no nos permiten adentrarnos en sus misterios.

 

ACTUAR

Quienes estamos convencidos de que Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios Padre, y estamos seguros de que el Espíritu Santo nos ha comunicado en su Iglesia la verdad y el amor del Padre realizado en Cristo, debemos compartir esta nuestra fe a los hermanos indígenas y presentarles a Jesús, quien no viene a destruir todo lo bueno que El mismo sembró en ellos, sino a desarrollarlo y cumplirlo. Esto les llevará a analizar sus mitos y ritos, a la luz de la Palabra de Dios, y sabrán qué deben corregir, purificar, complementar o dejar. Cuando se encuentran con Cristo vivo, ellos mismos hacen los cambios necesarios.

 

No les podemos imponer nuestra fe, ni destrozar sus costumbres, pero sí debemos ofrecerles la luz que hemos encontrado en Cristo, que nos lleva a juzgar y relativizar lo que nuestros pueblos creen y practican, así como a ofrecerles con todo respeto el tesoro de Jesús. Por ejemplo, en los cerros, en las cuevas, en los manantiales, en las siembras y en las cosechas, entre el humo del incienso y las candelas, se puede sugerir que se lea la Sagrada Escritura, que se ore también con los salmos, que se celebre, después de una oportuna evangelización y catequesis, la Sagrada Eucaristía.

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ZENIT Staff

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