PRAGA, lunes, 28 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el saludo que Benedicto XVI dirigió a los cardenales, el alcalde de Praga y otras autoridades y fieles, el pasado sábado 26 de septiembre, durante su visita apostólica a la República Checa, en la iglesia de Santa María de la Victoria (Praga), en la que se venera la figura del Niño Jesús de Praga.
* * *
Señores cardenales,
Señor alcalde y distinguidas autoridades,
queridos hermanos y hermanas,
queridos niños,
dirijo a todos mi cordial saludo y expreso la alegría de visitar esta Iglesia, dedicada a Santa María de la Victoria, donde se venera la efigie del Niño Jesús, conocida por todos como el “Niño de Praga”.
Agradezco a monseñor Jan Graubner, presidente de la Conferencia Episcopal, por sus palabras de bienvenida en nombre de todos los obispos. Dirijo un saludo especial al alcalde y al resto de autoridades civiles y religiosas que han querido estar presentes en este encuentro.
Os saludo a vosotras, queridas familias, que habéis venido a encontraros conmigo en un número tan elevado.
La imagen del Niño Jesús lleva a pensar rápidamente en el misterio de la Encarnación, el Dios Omnipotente que se ha hecho hombre y ha vivido durante 30 años en la humilde familia de Nazaret, confiado por la Providencia al atento cuidado de María y de José. El pensamiento se dirige a vuestras familias y a todas las familias del mundo, con sus alegrías y dificultades. A la reflexión unimos la oración, pidiendo al Niño Jesús el don de la unidad y de la concordia para todas las familias. Pensamos especialmente en aquellos jóvenes que deben esforzarse tanto para dar a sus hijos seguridad y un porvenir digno. Rezamos por las familias en dificultad, probadas por la enfermedad y el dolor, por las que están en crisis, desunidas o laceradas por la discordia y la infidelidad. Todas las confiamos al Santo Niño de Praga, sabiendo lo importante que es su estabilidad y concordia para el verdadero progreso de la sociedad y para el futuro de la humanidad.
La efigie del Niño Jesús, con la ternura de su infancia, nos hace también percibir la cercanía de Dios y de su amor. Comprendemos cuán preciosos somos a sus ojos porque, gracias a Él, nos convertimos en hijos de Dios. Todo ser humano es hijo de Dios y por tanto nuestro hermano y, como tal, debe ser acogido y respetado.
¡Que nuestra sociedad pueda comprender esta realidad! Cada persona humana sería entonces valorada no por lo que hace, sino por lo que es, porque en el rostro de cada ser humano, sin distinción de raza y cultura, brilla la imagen de Dios.
Esto vale sobre todo para los niños. En el Santo Niño de Praga contemplamos la belleza de la infancia y la predilección que Jesucristo ha manifestado siempre hacia los pequeños, como leemos en el Evangelio (cf. Mc 10, 13-16). ¡Cuántos niños en cambio no son amados, acogidos ni respetados! ¡Cuántos son víctimas de la violencia y de explotación por parte de personas sin escrúpulos! Que puedan reservarse a los menores el respeto y la atención debida a ellos: los niños son el futuro y la esperanza de la humanidad.
Quería ahora dirigiros unas palabras particulares a vosotros, queridos niños, y a vuestras familias.
Habéis venido muchos a encontraros conmigo y os lo agradezco de corazón. Vosotros, que sois los predilectos del corazón del Niño Jesús, sabed corresponder a su amor y, siguiendo su ejemplo, sed obedientes, gentiles y caritativos. Aprender a ser, como Él, el confort de vuestros padres. Sed verdaderos amigos de Jesús y recurrid a Él con confianza siempre. Rezadle por vosotros mismos, por vuestros padres, familiares, profesores y amigos y rezadle también por mí. Gracias de nuevo por vuestra acogida y os bendigo de corazón mientras invoco para todos la protección del Santo Niño Jesús, de su Madre Inmaculada y de San José.
[Traducción del original en italiano por Patricia Navas]