ZAMORA, jueves 12 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- En estos momentos de asfixia de la presencia de la fe en la vida pública, los profesores de Religión deben ser originales y atrevidos para proponer su asignatura.
Así lo afirmó el escritor Juan Manuel de Prada en el marco del III Congreso Regional sobre la Enseñanza de Religión en la Escuela, que se acaba de celebra en Zamora (España), donde se debatió entre otras cosas sobre el sistema educativo actual, el modelo de ciudadano que se quiere y la misión del profesor de Religión.
Pedro Martín Lago, catedrático de Filosofía de la UNED e inspector jefe de la Dirección Provincial de Educación de Zamora, lamentó que “los partidos políticos han convertido la educación en un arma política”, algo preocupante cuando aumenta el fracaso escolar.
La catedrática de instituto Josefa de la Fuente hizo un repaso de cómo cada época histórica ha traído consigo sus leyes educativas respectivas. “De una manera increíble se llega a la burocratización de la enseñanza”, de la que describió algunos rasgos. Además, con unos cambios en la tecnología que hacen que los alumnos “consulten al profesor Google, que nunca falla”. Se ha dado, por lo tanto, “una bajada en la calidad de la enseñanza y un aumento del fracaso escolar”.
Roberto Caramazana, de la Secretaría General de la Fundación PROFORPA (para la Formación de Padres y Profesores), fue muy crítico con la actual ley educativa al decir que “degrada todo el sistema”. Una muestra: “¿cómo se pueden educar mis hijos si pueden repetir tantas veces?”.
Reconoció que “el sistema está fallando”. Porque, mirándolo bien, “el fracaso escolar no es sobre todo el que no termina la enseñanza, sino el que se queda en clase y no quiere hacer nada”. También mostró, preocupado, las cifras del poco interés que este asunto tiene entre los padres españoles.
El escritor y conferenciante José Ramón Ayllón afirmó: “Ustedes son unos auténticos héroes de la resistencia”. Entre otras cosas, afirmó que “si no se respeta lo sagrado, no hay nada sobre lo que se pueda edificar una conducta”. Señaló que “tampoco hay educación si no hay autoridad. El niño y el adolescente, por naturaleza, son insaciables”.
Manuel Martínez Ortega, profesor de Religión en la Escuela de Magisterio del Centro de Estudios Superiores Cardenal Spínola-CEU, constató la división en la sociedad española “en torno al modelo de ciudadano que queremos, enormes disensiones en el prototipo de familia, en el modelo de educación que pretende forjar desde la enseñanza un determinado modelo de hombre abierto o cerrado a la trascendencia, abierto o cerrado al concepto de vida. Una sociedad que relativiza la verdad y sus fundamentos desde los diversos órganos institucionales, especialmente lo que conciernen al campo de la educación en valores de nuestros hijos”.
Señaló que “lo peor está aún por decir: el deseo fervoroso de excluir y prescindir de Dios en el mundo y en la vida de los hombres”, por lo que “nuestro gran problema es la negación radical de Dios, incluso es más, el olvido, la carencia, la indiferencia ante el tema de Dios”. El ponente remarcó: “Dios, única esperanza posible del hombre, porque a pesar de todo y desde el mismo pensamiento que eclipsa a Dios y que proclama su ineficacia, hemos de decir que si no hay Dios no hay nada, no hay futuro ni esperanza. Si hay futuro y esperanza es porque hay Dios”.
Insistió en el tema de la esperanza, capital para los docentes de Religión, ya que “el alumno recibe muchas respuestas a sus interrogantes, mucha publicidad, muchos falsos referentes, y especialmente recibe el ataque continuo y mordaz del laicismo, de una antropología cerrada a la trascendencia y al Misterio”. Planteó la necesidad de emplear “la oración como aprendizaje de la esperanza”, aprovechando los tiempos litúrgicos o “la belleza de las oraciones cristianas”.
Religión “subversiva”El escritor Juan Manuel de Prada pronunció la conferencia de clausura. Empezó aludiendo a la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sobre el crucifijo, indicando que los enemigos de la fe “están haciendo algo deliberadamente calculado”. Porque “ante el crucifijo, el conocimiento que se nos brinda desde una tarima, y que es una especie de pedrisco fragmentario, cobra sentido, formando un mosaico que nos muestra nuestra estirpe cultural, nuestra genealogía histórica. Ante un crucifijo, cobra sentido nuestra cultura. Porque las culturas las fundan las religiones, y donde no hay religión no hay cultura”.
Para el escritor, “Occidente hoy está embarcado en una especie de batalla suicida contra sí mismo, y al tratar de negar la religión que lo ha fundado, se está haciendo el harakiri”. Ante esta situación, “la clase de religión puede ser exactamente lo contrario. Porque toda educación debe transmitir una explicación congruente y unificadora de la realidad, que permita ascender desde los fenómenos hasta los principios”.
Afirmó que quienes quitan los crucifijos “quieren que la realidad sea incoherente, que no se pueda llegar a los principios mediante la cadena de la razón. La educación se convierte así en una forma de adoctrinamiento. Cuando se crea un conocimiento fragmentado, se crea confusión, pues las explicaciones serán contradictorias”.
Juan Manuel de Prada se dirigió a los profesores de religión diciéndoles: “tenéis una oportunidad extraordinaria para que, en lo poco que os dejan –y cada vez será menos lo que os dejen– podáis mostrar con la luminosidad de la verdad lo distinta que es una educación que sí tiene unas raíces de las cuales alimentarse de una educación desarraigada. Ése es el primer reto, valiosísimo, con el que se confronta la enseñanza de la religión en nuestro tiempo”.
De Prada explicó que “nuestra religión es la única religión cuya observancia no consiste en cumplir una serie de preceptos, sino que se funda en la adhesión a una persona, Jesucristo. Es lo primero que debe ver el alumno en el profesor: el que le ayuda a crecer es, a su vez, ayudado a crecer por Jesucristo”.
El problema actual de los creyentes es que “hemos renegado de esta característica distintiva del cristianismo, y la observancia de los preceptos nos ha convertido en personas tristes, sombrías, aburridas, previsibles”.
Explicó gráficamente su visión de cómo ha de ser el docente: “En una época tan asfixiada por unos nuevos formalismos, puritanismos, hipocresías… el profesor de religión tiene que ser una persona divertida, muy subversiva, tiene que hacer cosas muy raras, para que aquellos a los que está ayudando a crecer aprendan que la fe es ser muy raros en medio de un mundo gregario y robotizado”.
El objetivo ha de ser, señaló, “que los chavales descubran que en esa fe van a encontrar soluciones a los grandes retos de la vida. La fe que se les ofrece es como un artilugio multiusos, que ante cada problema y asunto candente de la vida ofrece siempre una solución absolutamente luminosa y congruente”.