Carta del cardenal Bertone a los sacerdotes chinos

Con motivo del Año Sacerdotal

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 16 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación la Carta que el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado vaticano, ha querido dirigir a todos los sacerdotes de la Iglesia católica en la República Popular China on ocasión del Año Sacerdotal.

El texto, en inglés, italiano y chino, ha sido difundido por la agencia Fides.

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A todos los sacerdotes

de la Iglesia católica

en la República Popular China

En el Vaticano, 10 de noviembre de 2009

Queridos hermanos en el Sacerdocio,

El Año Sacerdotal, un regalo del Santo Padre Benedicto XVI, que estamos celebrando con ocasión del 150° aniversario del “dies natalis” de Juan María Vianney, me invita a dirigirme a vosotros, presbíteros de la Iglesia en China, de un modo particular.

1. Invitación a la esperanza. En la Carta, que el Santo Padre dirigió el 27 de mayo de 2007 a los obispos, a los presbíteros, a las personas consagradas y a los fieles laicos de la República Popular China, se indican varias líneas-guía para el futuro camino de la Iglesia. Entre ellas, deseo subrayar la reconciliación dentro de la comunidad católica y un diálogo respetuoso y comprensivo con las Autoridades civiles, sin renunciar a los principios de la fe católica. Al respecto, a pesar de las persistentes dificultades, las informaciones que han llegado desde diferentes partes de China muestran también signos de esperanza.

Para afrontar la actual situación eclesial y socio-política en la que vivís, y para proseguir en el camino de la reconciliación y del diálogo, es urgente para cada uno de vosotros saque luz y fuerza de las fuentes de la espiritualidad sacerdotal, que son el amor de Dios y el seguimiento incondicional de Cristo.

Sólo dos años después de la publicación de la Carta pontificia, no parece que haya llegado el momento de hacer balances definitivos. Usando las palabras del gran misionero de China, padre Matteo Ricci, creo que se puede decir que aún es más tiempo de siembra que de cosecha.

Quizás alguno de vosotros se quedó sorprendido por la Carta del Papa a la Iglesia en China. Os aseguro que la Santa Sede está al corriente de la compleja y difícil situación en la que os encontráis. El Santo Padre, abriendo el Año Sacerdotal, ha invitado a todos los sacerdotes del mundo a “saber aprovechar la nueva primavera que el Espíritu está suscitando en nuestros días en la Iglesia”. Esto es verdad también para vosotros: los nuevos retos, que el pueblo chino debe afrontar al inicio del tercer milenio, os piden que os abráis con confianza al futuro y que continuéis intentando vivir íntegramente la fe cristiana.

2. Anunciar a Cristo. Queridos hermanos sacerdotes, sois pastores del Pueblo de Dios en un país geográfica y demográficamente vasto. Como pequeño rebaño en medio de una multitud de personas, vivís sea junto a seguidores de otras religiones, sea de personas que tienen una postura de indiferencia, incluso de aversión, hacia Dios y hacia la religión.

No penséis que sólo vosotros tenéis que afrontar un problema semejante. De hecho, compartís la misma situación que muchos hermanos en otras partes del mundo, los cuales, “aun entre dificultades y comprensiones, permanecen fieles a su vocación, la de ‘amigos de Cristo’. Llamados, elegidos y enviados particularmente por Él” (Carta para la convocatoria del Año Sacerdotal). También vale para vosotros la observación del Papa Benedicto XVI: “Existen, por desgracia, también situaciones, nunca suficientemente deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. El mundo saca de ello un motivo de escándalo y de rechazo. Lo que en mayor medida puede beneficiar en estos casos a la Iglesia no es tanto la observación minuciosa de las debilidades de sus ministros, sino una renovada y gozosa conciencia de la grandeza del don de Dios, concretado en figuras espléndidas de pastores generosos, de religiosos ardientes de amor a Dios y por las almas, de directores espirituales iluminados y pacientes” (Carta para la convocatoria del Año Sacerdotal). Y para vosotros en China “¿cómo no recordar, al respecto, como ánimo para todos, las figuras luminosas de obispos y de sacerdotes que en los difíciles años del pasado reciente, han dado testimonio de un amor indefectible a la Iglesia, incluso con la entrega de su propia vida por ella y por Cristo?” (Carta a la Iglesia en China, n. 13).

A menudo, mirando al mundo que nos rodea, nos dejamos llevar por la consternación. ¡Cuánta gente a la que alimentar! ¿Dónde encontraremos pan para toda esta gente? ¿Cómo puedo, con mis límites, ayudar a Jesús en su misión? Una vez más el Santo Padre, comentando el texto del Evangelio de Juan (6, 1-15), nos recuerda la respuesta del Señor: “¡Precisamente poniendo en sus manos santas y venerables lo poco que somos, nosotros los sacerdotes nos convertimos en instrumento de salvación para muchos, para todos!” (Ángelus del 26 de julio de 2009). Son varios los modos prácticos como podéis dar vuestra preciosa contribución: por ejemplo, visitando frecuentemente tanto a las familias católicas como no católicas en los pueblos, mostrando vuestra solicitud por las necesidades de la gente; aumentando los esfuerzos para preparar y formar buenos catequistas; favoreciendo un mayor uso de los servicios caritativos, dirigidos especialmente a los niños y a las personas enfermas y ancianas, con el fin de mostrar la caridad desinteresada de la Iglesia; organizando reuniones especiales, en las que los católicos puedan invitar a sus parientes y amigos no católicos para que conozcan mejor la Iglesia católica y la fe cristiana; distribuyendo publicaciones católicas a los no católicos.

3. Las virtudes sacerdotales. En la escuela de san Juan María Vianney debemos aprender a identificarnos con el ministerio recibido. En Cristo, esta identificación fue total: “En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su acción salvífica era y es expresión de su Yo filial que, desde toda la eternidad, está ante el Padre en actitud de amorosa sumisión a su voluntad” (Carta para la convocatoria del Año Sacerdotal). Es de la identificación con el propio ministerio que nacen todas las virtudes, necesarias para cada sacerdote.

El Santo Cura de Ars supo dialogar con todos porque fue un hombre de oración: el arte del diálogo a cualquier nivel se aprende en el diálogo con Dios, una oración continua y sincera. Él vivió la pobreza con extremo vigor, porque consideraba que todo lo que recibía era entregado a su iglesia, a sus pobres, a sus familias más desgraciadas. También su castidad era la requerida a un sacerdote para su ministerio: era la castidad conveniente a quien debe tocar habitualmente la Eucaristía. Es conocido, además, cómo él se atormentaba por el pensamiento de su propia inadecuación al ministerio parroquial y por el deseo de huir: sólo la obediencia y la pasión por las almas consiguieron convencerlo de permanecer en su puesto. La regla de oro para una vida obediente le parecía esta: “Hacer sólo lo que puede ofrecerse al buen Dios”.

4. La Eucaristía. En este Año Sacerdotal deseo recordaros la fuente donde podéis encontrar la fuerza para ser fieles a vuestra importante misión. Y deseo hacerlo con las palabras del Papa Benedicto XVI: en la Iglesia “toda gran reforma está ligada, de alguna forma, al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo” (Carta a la Iglesia en China, n. 5, nota 20).

La celebración del Misterio Pascual revela el agape, es decir, el amor de Dios,. Ese amor que vence el mal y que, por tanto, transforma el mal en bien, el odio en amor. A través de la participación en el C
uerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía – nos ha recordado el Santo Padre – esa energía divina “viene a nosotros corporalmente para continuar su obra en nosotros y a través nuestro” (Carta Encíclica Deus caritas est, n. 14). Unidos a Cristo en la Eucaristía, nos convertimos en los sujetos de la verdadera transformación de los corazones (cfr Deus caritas est, nn. 13-14). Como decía el Santo Cura de Ars, “todas las buenas obras reunidas no equivalen al Sacrificio de la Misa, porque estas son obras de hombres, mientras que la Santa Misa es obra de Dios”.

La Eucaristía, sacramento de la comunión, fuente y culmen de la vida eclesial y de la evangelización, está en el centro de vuestro camino de reconciliación. La Eucaristía, aunque sea celebrada en una comunidad particular, nunca es celebración de esta sola comunidad. Una comunidad verdaderamente eucarística no puede replegarse en sí misma, como si fuese autosuficiente, sino que debe mantenerse en comunión con toda otra comunidad católica. De hecho, cada celebración de la Eucaristía postula la unión no solo con el propio obispos, sino también con el Papa, con el Orden Episcopal, con todo el clero y con el entero Pueblo de Dios.

San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto, mostraba cómo sus divisiones, que se manifestaban en las asambleas eucarísticas, estaban en contraste con lo que celebraban, la Cena del Señor. ignore. En consecuencia, el Apóstol les invitaba a reflexionar sobre la verdadera realidad de la Eucaristía, para hacerles volver al Espíritu de comunión fraterna (cfr 1 Cor 11, 17-34).       

El Papa Juan Pablo II nos recordó que la Eucaristía crea comunión y educa a la comunión. Y Benedicto XVI, haciéndose eco de esta enseñanza, ha dado algunas directivas sobre la recepción de los sacramentos en la actual situación de la Iglesia en China (cfr Carta a la Iglesia católica en China, n. 10). Estas directivas tienen su raíz “en la promoción de la comunión” y en la caridad, que está siempre por encima de todo”: se recuerdan también en el “Compendio” de la misma Carta pontificia, que fue publicada por la Santa Sede el 24 de mayo de 2009.

5. La Palabra de Dios. Permitidme recordaros una vez más, queridos sacerdotes, las palabras del Santo Padre Benedicto XVI: “En la actualidad, como en los tiempos difíciles del Cura de Ars, es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico. Pablo VI ha observado oportunamente: El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio. Para que no nos quedemos existencialmente vacíos, comprometiendo con ello la eficacia de nuestro ministerio, debemos preguntarnos constantemente: «¿Estamos realmente impregnados por la palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos, más que lo que pueda ser el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deja una impronta en nuestra vida y forma nuestro pensamiento? Así como Jesús llamó a los Doce para que estuvieran con Él (cf. Mc 3, 14), y sólo después los mandó a predicar, también en nuestros días los sacerdotes están llamados a asimilar el nuevo estilo de vida que el Señor Jesús inauguró y que los Apóstoles hicieron suyo” (Carta para la convocatoria del Año Sacerdotal).

6. La tarea de los obispos. Queridos sacerdotes, en este punto permitidme que dirija también alguna palabra a vuestros obispos, que han recibido la plenitud del sacerdocio. A vosotros, queridísimos hermanos, quisiera recordaros que el camino hacia la santidad de vuestros presbíteros está confiado a vuestro atento cuidado pastoral. Si se piensa en las condiciones sociales y culturales del mundo actual, es fácil entender cuánto acecha a vuestros presbíteros el peligro de la dispersión en un gran número de tareas distintas.

La experiencia cotidiana muestra que las semillas de la disgregación entre los hombres están muy arraigadas en la humanidad a causa del pecado, pero que la Iglesia puede contraponer la fuerza, generadora de unidad, del Cuerpo de Cristo. El Concilio Vaticano II identificó en la caridad pastoral el vínculo que da unidad a la vida y a las actividades de los sacerdotes.

7. Una pastoral a favor de las vocaciones sacerdotales. Como os ha recordado el Santo Padre, “durante los últimos cincuenta años no ha faltado en la Iglesia en China un abundante florecimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. De esto se debe dar gracias al Señor porque se trata de un signo de vitalidad y de un motivo de esperanza […] este florecimiento está acompañado hoy por no pocas dificultades. Surge por tanto la exigencia tanto de un atento discernimiento vocacional por parte de los responsables eclesiales como de una más profunda educación e instrucción de los aspirantes al sacerdocio y a la vida religiosa. A pesar de la precariedad de los medios a disposición, para el futuro de la Iglesia en China habrá que trabajar para asegurar, por un lado, una particular atención al cuidado de las vocaciones y, por otro lado, una formación más sólida en los aspectos humano, espiritual, filosófico-teológico y pastoral, que realizar en los seminarios y en los institutos religiosos” (Carta a la Iglesia en China, n. 14).

Que la celebración del Año Sacerdotal sea, por tanto, una ocasión para poner en marcha iniciativas de apoyo de la vida de vuestros seminaristas. Al respecto, queridos obispos, seréis capaces de dedicar particular atención a su formación visitándolos en los seminarios y mostrando profundo cuidado en la formación que éstos reciben, tanto en el plano espiritual como en el académico. Además, vuestra solicitud paterna os sugerirá, según las posibilidades y las condiciones de cada diócesis, las actividades dirigidas a promover las vocaciones al sacerdocio, como jornadas y encuentros de oración, o apertura de lugares donde los sacerdotes y los fieles, especialmente los jóvenes, puedan encontrarse para rezar untos bajo la guía de sacerdotes buenos y expertos, como directores espirituales.

8. La formación permanente. El Santo Padre Benedicto XVI es consciente de que “también en China, como en el resto de la Iglesia, surge la necesidad de una formación permanente adecuada del clero. De aquí nace la invitación, dirigida a los obispos como responsables de las comunidades eclesiales, a pensar especialmente en el clero joven, que está cada vez más sometido a nuevos retos pastorales, conectados con las exigencias del deber de evangelizar una sociedad tan compleja como lo es la sociedad china actual. Nos lo recordaba el Papa: la formación permanente de los sacerdotes “es una exigencia intrínseca al don y al ministerio sacramental recibido y se revela necesaria en todo tiempo. Hoy sin embargo resulta ser particularmente urgente no sólo por el rápido cambio de las condiciones sociales y culturales de los hombres y de los pueblos en los que se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por esa ‘nueva evangelización’ que constituye la tarea esencial e improrrogable de la Iglesia al final del segundo milenio” (Carta a la Iglesia en China, n. 13).

Que cada obispo, en comunión con sus hermanos obispos de las diócesis cercanas, cuide de organizar y de seguir personalmente programas serios de formación permanente. Debería prestarse una atención particular a los jóvenes sacerdotes, que con frecuencia tienen que trabajar solos inmediatamente después de la ordenación. A menudo se sienten aislados, con responsabilidades graves. Los obispos no sólo deberían cuidar su formación permanente sino que deberían asegurarles ser acogidos y ayudados por el clero más anciano. Además, sería también útil que obis
pos y sacerdotes pudieran encontrar ocasiones frecuentes para contactos personales entre ellos y aumentar las reuniones, tanto oficiales como informales, con el fin de planificar juntos las actividades diocesanas, compartir sus experiencias y ayudarse unos a otros para resolver las dificultades personales y pastorales.

9. El culto eucarístico. El Santo Cura de Ars nos enseña que el culto dado a la Eucaristía fuera de la Misa es de un inestimable valor en la vida de todo sacerdote. Este culto está estrechamente unido a la celebración de la Eucaristía. Toca a vosotros pastores animar e culto eucarístico, tanto con el testimonio personal como con la organización de una hora semanal de adoración, procesiones, etc. a niveles diocesano y parroquial. Los fieles podrían así reunirse en torno a la Eucaristía y experimentar la comunión eclesial.

A propósito de esto, quiero recordaros lo que el Papa Juan Pablo II nos dejó como testamento suyo: “Es hermoso entretenerse con Él e, inclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cfr Jn 13, 25), ser tocados por el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo debe distinguirse, en nuestro tiempo, sobre todo, por el arte de la oración, ¿cómo no sentir una necesidad renovada de entretenerse un buen rato, en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, junto a Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuantas veces, queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y he encontrado fuerza, consuelo, apoyo!” (Encíclica Ecclesia de Eucharistia, n. 25).

10. La reconciliación espiritual de los corazones. ¿Qué podéis hacer ante la permanencia de los enfrentamientos y de las miserias incluso dentro d ella comunidad católica? Si estamos unidos en Cristo eucarístico, todas las miserias del mundo resuenan en nuestros corazones para implorar la misericordia de Dios. De la misma forma, de nosotros se alza un himno de alabanza y de acción de gracias por todas las bellezas de la Creación, por las obras buenas de los hombres y por los innumerables dones de gracia que el Señor infunde sobre la humanidad: el corazón se dilata a un amor más grande, que asume la medida del de Cristo muerto y resucitado.

No hay que olvidar que también “la comunidad de los discípulos conoce desde los inicios no sólo el gozo del Espíritu Santo, la gracia de la verdad y del amor, sino también la prueba, constituida sobre todo por los contrastes sobre las verdades de la fe, con los consiguientes daños a la comunión. Como la comunión del amor existe desde el principio y estará hasta el final (cfr 1 Jn 1, 1ss), así por desgracia desde el principio se cuela también la división. No debemos sorprendernos que esta exista también hoy” (Carta a la Iglesia en China, n. 6).

En la primera carta a los Corintios, a propósito de las divisiones existentes en sus comunidades, Pablo escribe: “Es necesario que haya divisiones entre vosotros para que se manifiesten quiénes son verdaderos creyentes entre vosotros” (1 Cor 11, 19). Todo entra en el plan de Dios, para que todo sirva a su omnipotencia que es sabiduría y amor infinitos. En este momento, que nadie dude en buscar la reconciliación con gestos concretos, a tender la mano al hermano que “tiene algo contra ti” (cfr Mt 5, 23-24). Para obtener esto, es necesario y urgente prestar atención también a la formación humana de todos los fieles, incluyendo sacerdotes y religiosas, pues la falta de madurez humana, de autocontrol y de armonía interior es la fuente más frecuente de incomprensiones, de falta de cooperación y de conflictos en el seno de las comunidades católicas.

11. Los organismos de comunión. En la perspectiva de la eclesiología de la comunión, idea central de los documentos del Concilio Vaticano II, parece oportuno llamar vuestra atención sobre cuanto prevé las legislación canónica para favorecer la tarea pastoral de los obispos y el crecimiento de la comunidad diocesana: “Cada obispo diocesano está invitado a servirse de instrumentos de comunión y de colaboración indispensables dentro de la comunidad católica diocesana: la curia diocesana, el consejo presbiteral, el colegio de los consultores, el consejo pastoral diocesano y el consejo diocesano para los asuntos económicos. Estos organismos expresan la comunión, favorecen la participación en las responsabilidades comunes y pueden ser de gran ayuda a los pastores, que pueden valerse así de la colaboración fraterna de los sacerdotes, de personas consagradas y de fieles laicos” (Carta a la Iglesia en China, n. 10).

Cuando no se puede poner en pie una entera curia diocesana a causa de la escasez de sacerdotes, los obispos deberían al menos comenzar por diversificar los papelees nombrando gradualmente un vicario general, un canciller, un procurador, etc, con el fin de tener alguien a mano con quien consultar y cooperar al tomar decisiones jurídicas y pastorales.

Deseo concluir mi carta formulando y confiando a la Santísima Virgen el augurio de que vuestra vida sacerdotal sea guiada cada vez más por esos ideales de donación total a Cristo y a la Iglesia que inspiraron el pensamiento y la acción del Santo Cura de Ars.

Permanezco unido con vosotros en la oración y en la esperanza de que vuestro trabajo pastoral producirá una cosecha abundante, y permanezco

Vuestro en el Señor

+ Tarcisio Card. Bertone

Secretario de Estado

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El texto original puede leerse en:http://www.fides.org/ita/documents/Lettera_sacerdoti_Cina_ita.doc

[Traducción del italiano por Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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