ROMA, jueves 19 de noviembre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación un artículo aparecido en el número de noviembre de Paulus, dedicado a la Primera carta a Timoteo y al tema “Pablo el organizador”.
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El pasado 19 de septiembre, Benedicto XVI se encontró con los cabezas de las iglesias orientales católicas en Castel Gandolfo, acogiendo la repetida petición de un encuentro común para discutir sobre la situación de Oriente Medio y de los católicos orientales, presentes también fuera de sus fronteras.
Paulus compartió con algunos Patriarcas y Arzobispos mayores las realidades de las Iglesias que pastorean, sus alegrías y preocupaciones. De estos coloquios resulta que tanto en las grandes iglesias patriarcales de Oriente Medio como en las pequeñas, como en los Arzobispados mayore s del Este de Europa o los Exarcados, tienen que afrontar graves problemas.
Las palabras de Su Beatitud Lucian Mureşan, arzobispo mayor de la Iglesia Rumana Unida con Roma, Greco-Católica, están marcadas por el sufrimiento de una Iglesia aún hoy oprimida e incomprendida. “San Pablo – recuerda – sigue aún enseñando, corrigiendo, guiando, exhortando. Hoy nosotros, corintios, gálatas, romanos, filipenses... cristianos... ¿podemos estar de acuerdo con él, cuando observaba el amor recíproco que vivían los cristianos? ¿Nos amamos de verdad?”
-Su Beatitud, recorramos la historia de esta Iglesia vuestra tan probada...
Arzobispo Lucian Mureşan: Hablar de la Rumanía cristiana significa volver al Anno Domini 105, cuando la Dacia fue conquistada por el emperador Trajano y las legiones romanas, mezclándose con la población local, dieron lugar a un nuevo pueblo, con una nueva lengua y con una nueva fe, la cristiana: el pueblo rumano. La leyenda narra que el apóstol Andrés evangelizó el Ponto Euxino, la región del actual Mar Negro, aunque entonces no se podía hablar aún de pueblo rumano.
Posteriormente a la matriz latina, Rumanía permaneció bajo la influencia bizantina y, con el gran cisma de 1054, quedó separada de Roma. En el 1700 los ortodoxos de Transilvania – una de las tres grandes provincias rumanas, junto con la Moldavia y la Valaquia – se reunieron con Roma. Nació así la Iglesia Greco-Católica de Rumanía. En 1948, por orden de Stalin, esta Iglesia fue declarada fuera de la ley: sus doce obispos, junto a todos los sacerdotes y religiosos, fueron encarcelados. Los fieles, fueron obligados a convertirse en ortodoxos. A lo largo de los difíciles años del comunismo siete de aquellos obispos, más de 350 sacerdotes y muchísimos fieles murieron en prisión. En 1989, a la caída del régimen, la Iglesia Greco-Católica volvió a ser libre, la vida eclesiástica comenzó a reorganizarse, los seminarios y algunas de las escuelas confesionales volvieron a abrir, y los fieles greco-católicos volvieron a adquirir, finalmente, la libertad de culto.
-Prueba de esta libertad reconquistada es la presencia de múltiples confesiones en el territorio.
Arzobispo Lucian Mureşan: De hecho los hermanos ortodoxos son el 85%, los católicos alrededor del 12%, que incluyen los católicos latinos de lengua rumana, húngara, alemana, polaca, eslovaca, un pequeño grupo de católicos armenios, y de greco-católicos de lengua rumana, húngara y ucraniana. Hay seis diócesis latinas y cinco eparquías greco-católicas, pero existe una sola Conferencia Episcopal, aun existiendo el Sínodo para la Iglesia greco-católica. También hay algunos protestantes de antigua fecha – luteranos, calvinistas, unitarianos – y también neoprotestantes como los baptistas, los adventistas y los pentecostales. Como presencia interreligiosa, tenemos algunos hebreos y una pequeña minoría musulmana.
-Veinte años después de la caída del comunismo, ¿cuál es la situación de la Iglesia greco-católica?
Arzobispo Lucian Mureşan: Estamos viviendo un renacimiento muy sufrido, que con todo es una “primavera”, como decía Juan Pablo II. Actualmente hay entre 750.000 y 800.000 fieles, con cerca de 900 sacerdotes y 200 seminaristas. También la vida monástica se está recuperando, a pesar de que aún no se nos han devuelto ninguno de nuestros antiguos monasterios confiscados por el Estado. No faltan tampoco las vocaciones a la vida religiosa, tanto masculina como femenina. Los jóvenes mantienen a la Iglesia intentando vivir los valores transmitidos por sus padres como verdaderas piedras vivas. Los nuevos sacerdotes que han realizado sus estudios en las distintas universidades de Europa, volviendo a casa, empiezan a hacer revivir el esplendor de la vida litúrgica y empiezan a pensar cómo adecuar la teología según el espíritu del Concilio Vaticano II.
-Pero hay una espina...
Arzobispo Lucian Mureşan: Sí, y muy dolorosa. El Estado, que durante el régimen comunista, en 1948, expropió a la Iglesia Greco-Católica de todos sus bienes, debería hacer algún tipo de reparación, material y moral. Se ha hecho algo, pero aún queda mucho.
Pero lo que nos duele más profundamente son las relaciones difíciles con nuestros hermanos ortodoxos. Durante nuestra persecución tomaron posesión de todas nuestras iglesias y monasterios, y se esperaba, tras la caída del régimen, que serían tan amables de llamar a sus hermanos greco-católicos para celebrar y utilizar juntos las iglesias, dado que compartimos la misma liturgia. De las 2.588 iglesias que nos pertenecían en 1948 hemos conseguido recuperar sólo 200: una desproporción que demuestra poca disponibilidad al diálogo. Los hermanos ortodoxos están en nuestras iglesias y nosotros estamos fuera. En cualquier caso, se celebra alternándose.
En la región de Banat, en el sudoeste, tenemos relaciones muy buenas con el Metropolita ortodoxo Nicolae Corneanu: aunque no ha hecho todo lo posible a los greco-católicos, sí ha restituido todo lo que le han pedido y que necesitaban, creando un clima de sincera hermandad.
-Es estos años el diálogo teológico y ecuménico ha reflexionado mucho sobre la “propia esencia” de los greco-católicos. ¿Qué significa, hoy, ser greco-católico?
Arzobispo Lucian Mureşan: Aún ahora en Rumanía como en el resto de Europa, para algunos parecemos una piedra de escándalo. Los hermanos ortodoxos no nos quieren – para ellos somos unos traidores – y bastantes veces tampoco los latinos comprenden nuestra identidad. Se greco-católico, en este momento histórico, significa llevar adelante una herencia de martirio – con humildad y dignidad – por el Señor, por la Iglesia y por el primado petrino. Esta Iglesia no se ha quedado de rodillas tras la caída del comunismo y no quiere otra cosa que vivir en armonía con los hermanos ortodoxos, por la salud espiritual de nuestros fieles.
-¿Cuáles son los mayores desafíos y los deberes que advierte para su Iglesia?
Arzobispo Lucian Mureşan: Estamos en una época en la que la Iglesia cada vez es menos escuchada y el mensaje evangélico a menudo es burlado. Nuestro desafío es el de conseguir dar testimonio de nuestra autenticidad como seguidores de Cristo Resucitado y de su Evangelio como bizantinos en plena comunión con el Papa, precisamente cuando nadie nos quiere. Conseguir mostrar, con humildad y sencillez, que somos el otro pulmón de la Iglesia y el puente para la unidad de los cristianos. En todo esto se busca el deber fundamental de la Iglesia: difundir la esperanza evangélica; predicar la Verdad en la Caridad y promover la cultura del bien y de la vida.
-¿Cómo se pueden definir las relaciones con Roma?
Arzobispo Lucian Mureşan: Aún recuerdo el grito de la multitud – “Unitate! Unitate! Unitate!” – que se alzó durante la visita del papa Juan Pablo II a Bucarest en mayo de 1999. Fue un grito surgido de un verdadero deseo de unidad, s entido y deseado por todo el pueblo. Se trató de un abrazo sincero entre dos personas que sabían que la unidad es el bien más grande para la cristiandad. En Italia y en toda Europa la Iglesia latina, tras aquella visita, abrió generosamente las puertas de muchas iglesias a los rumanos ortodoxos, ofreciendo la posibilidad de crear parroquias y diócesis en todo Occidente. Por desgracia nuestros hermanos ortodoxos no han tenido ni tienen la misma actitud hacia nosotros. Roma en cambio ha mostrado siempre gran disponibilidad, sea con la Iglesia ortodoxa, sea con la católica de ambos ritos. Lo demuestra también la generosidad con que ofrece bolsas de estudio a los estudiantes rumanos greco-católicos, ortodoxos y latinos en las universidades pontificias.
-¿Qué papel específico pueden ustedes desempeñar, en el camino ecuménico?
Arzobispo Lucian Mureşan: El diálogo ecuménico es un imperativo para todos, pero para los greco-católicos lo es en virtud de nuestra propia identidad. Somos bizantinos ex oriente y somos parte integrante de la comunidad católica, empujada por el deseo del Señor y de su Iglesia, ut unum sint.
Por esto, en los últimos veinte años, los greco-católicos han sido incorporados a todas las estructuras ecuménicas que la Iglesia católica promueve. El papel precisamente de los greco-católicos en el camino ecuménico es el de ser el pulmón oriental de la Iglesia Católica, como también dar testimonio de que podemos ser ortodoxos en plena comunión con Roma, manteniendo íntegra la tradición, los ritos y las normas litúrgicas y canónicas propias de Oriente. Y sobre todo podemos mostrar que la comunión con Roma no es confusión ni asimilación, y mucho menos uniformización, sino unidad en la libertad y en la caridad.
-¿Qué pueden ofrecer los greco-católicos de Rumanía a la Iglesia universal?
Arzobispo Lucian Mureşan: No mucho, sólo el tributo de la sangre de sus mártires sobre el altar de la fe, ofrecido con gratuidad, humildad y modestia. Damos gracias al Señor porque, a su llamada a tomas cada uno consigo su propia cruz, nuestros antepasados respondieron: “Aquí estamos, Señor, hágase en nosotros tu voluntad”. La sangre de los mártires de Rumanía, Ucrania, Bulgaria y de todo el bloque detrás del Telón de Acero se derramó por el nacimiento de los nuevos cristianos en Europa. Este es el intercambio de dones del que hablaba Juan Pablo II y del que nos sentimos honrados.
[Por Daniela D’Andrea, traducción del italiano por Inma Álvarez]