SULMONA, domingo 4 de julio de 2010 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI, que se encuentra hoy de visita apostólica en la localidad italiana de Sulmona, en la región de los Abruzzos, habló extensamente esta mañana, ante los cerca de 25.000 fieles congregados, sobre la espiritualidad de Pedro del Morrone, más conocido como san Celestino V, el papa ermitaño.
Este papa, cuyo nacimiento hace 800 años se celebra actualmente con un Jubileo, fue un ermitaño con fama de santidad que vivió retirado en el monte Morrone, cerca de Sulmona, hasta su inaudita elección como papa en 1294.
Tras cinco durísimos meses de pontificado, Celestino V renunció (único papa en la historia en hacerlo) y volvió a su vida de ermitaño de antes. El papa Clemente V le canonizó en 1313.
Bendedicto XVI quiso centrarse en la vida espiritual de Pedro del Morrone antes de su coronación como papa, sin entrar en detalles respecto de su breve pontificado ni de las circunstancias que rodearon su muerte.
De hecho, subrayó, lo que permanece en la historia de Celestino V es “sobre todo, por su santidad”, que “no pierde nunca su fuerza atractiva, no cae en el olvido, no pasa nunca de moda, al contrario, con el paso del tiempo, resplandece cada vez con mayor luminosidad, expresando la perenne tensión del hombre hacia Dios”.
El Papa señaló que este santo “desde su juventud fue un buscador de Dios, un hombre deseoso de encontrar respuestas a los grandes interrogantes de nuestra existencia: ¿quién soy, de dónde vengo, por qué vivo, para quién vivo?”
“Él se puso de viaje buscando la verdad y la felicidad, se puso a la búsqueda de Dios, y, para escuchar su voz, decidió separarse del mundo y vivir como ermitaño”, llevando una vida de silencio “exterior, pero sobre todo en el interior”.
Actualmente, explicó el Papa, “vivimos en una sociedad en la que cada espacio, cada momento parece que tenga que llenarse de iniciativas, de actividades, de sonidos; a menudo no hay tiempo siquiera para escuchar y dialogar”.
“No tengamos miedo de hacer silencio fuera y dentro de nosotros, si queremos ser capaces no sólo de percibir la voz de Dios, sino también la voz de quien está a nuestro lado, la voz de los demás”.
También quiso subrayar de san Pedro del Morrone cómo la cruz “constituyó el centro de su vida, le dio la fuerza de afrontar las duras penitencias y los momentos más comprometidos, desde su juventud hasta su última hora”.
La cruz, afirmó Benedicto XVI, “dio a san Pedro Celestino también una clara conciencia de pecado, siempre acompañada de una también clara conciencia de la infinita misericordia de Dios hacia su criatura”.
Por ello, “cuando fue elegido a la Sede del Apóstol Pedro, quiso conceder una particular indulgencia, llamada La Perdonanza”, a la ciudad de L’Aquila, fiesta que sigue celebrandose aún hoy.
De hecho, en un tiempo en que las indulgencias eran objeto de compraventa, la Perdonanza supuso una gran novedad, pues era gratuita y universal, y sólo requería una confesión sincera y entrar en la basílica de Collemaggio entre el 28 y el 29 de agosto.
Este papa, afirmó Benedicto XVI, “aún llevando una vida eremítica, no estaba “cerrado en sí mismo”, sino que estaba lleno de la pasión de llevar la buena noticia del Evangelio a los hermanos”.
En este sentido, afirmó que la actividad misionera de la Iglesia consiste en “el anuncio sereno, claro y valiente del mensaje evangélico – también en los momentos de persecución – sin ceder ni a la fascinación de la moda, ni al de la violencia o de la imposición; el desapego de la preocupación por las cosas – el dinero y el vestido – confiando en la Providencia del Padre; la atención y cuidado en particular hacia los enfermos en el cuerpo y en el espíritu”.
Gratuidad
Otro de los aspectos que quiso subrayar el Papa en su homilía fue el de la acción de la Gracia: “lo que él tenía, lo que él era, no le venía de sí mismo: le había sido dado, era gracia, y era por ello también responsabilidad ante Dios y ante los demás”.
“Aunque nuestra vida sea muy distinta, también vale lo mismo para nosotros: todo lo esencial de nuestra existencia nos ha sido dado sin nuestra aportación”, explicó el Pontífice, subrayando que “Dios nos precede siempre, y en cada vida hay cosas bellas y buenas que podemos reconocer fácilmente como gracia suya”.
“Si aprendemos a conocer a Dios en su bondad infinita, entonces seremos capaces también de ver, con asombro, en nuestra vida – como los santos – los signos de ese Dios, que está siempre cerca de nosotros, que es siempre bueno con nosotros, que nos dice: ¡Ten fe en mí!».
También se refirió al amor de este santo por la creación: “sabía captar su sentido profundo, respetaba sus signos y sus ritmos, hacía uso de ella para lo que es esencial a la vida”.
Quiso por tanto animar a los presentes a “sentirse responsables de su propio futuro, como también del de los demás, respetando y custodiando la creación, fruto y signo del Amor de Dios”.
Por último quiso recordar la tragedia causada en la zona por el terremoto del pasado 6 de abril de 2009, asegurando a los presentes su “cercanía y recuerdo en la oración”.
La Misa se celebró en medio de un fuerte calor, hasta el punto de que al menos unos diez sacerdotes tuvieron que ser atendidos por los servicios de urgencia locales.