TOKIO, lunes 19 de julio de 2010 (ZENIT.org).- En vista de las tradicionales conmemoraciones del aniversario de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki y el fin de la II Guerra Mundial (del al 15 de agosto), el presidente de la Conferencia episcopal japonesa, monseñor Leo Jun Ikenaga S.I invitó a sus compatriotas a reflexionar con honradez las culpas del pasado que ha tenido este país.

Este año además se celebra el primer centenario de la ocupación japonesa a Corea que tuvo lugar en 1910. Se estima para el próximo mes un viaje del secretario general de las Naciones unidas Ban Ki Moon a Nagasaki e Hiroshima.

El prelado dijo que esta doble conmemoración “es esencial para dar otra mirada a toda la historia del colonialismo japonés, incluidas la responsabilidad de la Iglesia católica en Japón en este importante punto de la historia. También de preguntarse qué ha ocurrido y qué mal ha causado a los demás”, dice en un texto citado por la agencia UCANews.

En su mensaje, el obispo retomó el “Llamamiento a la paz”, un documento que fue publicado por los obispos nipones en 2005, al conmemorar el 60 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial”.

Verdad con objetividad

El obispo se refirió así al período de la Ocupación Japonesa, que se dio en la primera mitad del siglo XX hasta 1939 en varios países asiáticos (China, Myanmar, Hong Kong, Indonesia, Filipinas, Singapur, Tailandia), en la que muchas veces forzaron a sus habitantes a renunciar a su cultura para adoptar la japonesa. En varios casos los japoneses fueron autores de crudas masacres.

Uno de los episodios más dramáticos fue la masacre de Nanking en la que perdieron la vida 300.000 chinos.

Esta agresiva política expansión colonialista sigue generando tensión entre las relaciones de Japón con varios países asiáticos. Por ello la insistencia del prelado en revisar esa parte de la historia y no olvidar el contexto en el que se generaron los hechos.

No es la primera vez que la Conferencia Episcopal Japonesa se pronuncia sobre estos hechos. Ya lo había hecho en 1986 su la asamblea ordinaria. Allí decidieron expresar la responsabilidad de la Iglesia en estos hechos.

En 2001 un grupo de sacerdotes, religiosos, y laicos japoneses de las diócesis de Niigata y Urawa viajaron a Pekín y a Nanking (China) para rendir homenaje a las víctimas de estas masacres.

“Reconocer con valentía nuestros pecados delante de Dios y buscar su perdón – señaló el obispo – no es un acto de auto humillación sino, un modo para ser auténticamente humanos como nos lo pide Cristo”.

Monseñor Ikenaga destacó también las diferentes iniciativas que se han promovido en los últimos tiempos para el desarme nuclear: “este año las voces que piden la paz en Japón y en el mundo se han convertido en un grito atronador”

Recordó igualmente la reciente peregrinación de la paz, de la “Nuestra Señora Bombardeada”, promovida por el arzobispo de Nagazaki Joseph Mitsuaki Takami, la cual estuvo recientemente exhibida en Nueva York. Se trata de una famosa estatua destruida al interior de la catedral de Urakami, durante el bombardeo del 9 de agosto de 1945.

El mensaje concluyó con una invitación a mirar el futuro: “Todos tenemos una responsabilidad para el futuro y nuestro primer deber es el de escuchar el grito de las víctimas”, dijo el obispo.