Una decena de mártires carmelitas en España, camino a los altares (I)

Entre ellos cuatro sacerdotes y dos carmelitas

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ROMA, martes 17 de agosto de 2010 (ZENIT.org).- “Señores, estamos por presentarnos delante del Tribunal de Dios, ¡preparémonos!”. Así dijo a sus hermanos de comunidad el padre José María Mateos antes de morir asesinado durante la persecución religiosa en España en los años 30.

El Papa Benedicto XVI firmó el decreto en el que a este religioso, junto con otros diez carmelitas, les fue comprobado el martirio. Todos fueron asesinados entre julio y septiembre de 1936.

Se trata de los sacerdotes Elías María Durán, José María Mateos, José María González, y los hermanos Jaime María Carretero y Ramón María Pérez Sousa, Antonio María Martín y Pedro Velasco.

La persecución contra la Iglesia había comenzado hacía varios años, luego de la proclamación de España en el régimen republicano en 1931. Sin embargo, el odio contra la Iglesia se desencadenó de manera más fuerte a raíz del 18 de julio de 1936, con el comienzo de la guerra civil. Hubo numerosos incendios a conventos, destrucciones de imágenes sagradas, calumnias contra religiosos y persecuciones.

En Andalucía la persecución fue breve pero muy sanguinaria. Allí se encontraban los carmelitas, que vivían en los conventos de Motoro y Duque de Hinojosa. Su trabajo era netamente pastoral y no tenían nada que ver con asuntos políticos. No obstante, los republicanos los consideraban un obstáculo para los planes futuros.

Pese a los pocos datos biográficos que se tiene de estos religiosos, la Congregación para la Causa de los santos comprobó su martirio porque la salida más fácil para evitar que murieran o que fueran apresados, era la de renunciar a la vida religiosa, sin embargo ellos permanecieron fieles a su vocación, mostraron el amor y el perdón hacia sus verdugos y hasta el final mostraron su amor a Cristo.

Por ello la causa para su canonización fue inscrita en 1958 en la diócesis de Córdoba donde aún sus habitantes hablan y recuerdan a este grupo de mártires. Algunos hablan de favores recibidos por su intercesión. También hay algunas calles que llevan sus nombres.

“Eran dos comunidades diferentes y fueron martirizados en momentos diversos”, dijo a ZENIT el postulador para esta causa, padre Giovanni Grosso.

En el convento de Montoro

La comunidad carmelita de Montoro vivía ajena a toda acción política. Sus religiosos se dedicaban a la enseñanza del carisma carmelita. Los milicianos entraron el 19 de julio de 1936 a este convento, con el fin de asesinar “todo lo que oliera a cera”.

Así arrestaron a los religiosos. Entre ellos estaban los sacerdotes José María Mateos y Eliseo Durán, quienes se dedicaron a confesar a otros prisioneros, a darles esperanza en el Señor y a dirigir momentos de oración. “La sacristía del convento fue trasnformada en una cárcel”,  dijo el padre Grosso.

El 22 de julio asaltaron la prisión. Algunos se prepararon para el martirio con disposición penitencial, comiendo sólo pan, “pues como sabían que iban a morir, querían estar mejor preparados para el martirio observando cabalmente la abstinencia del día”, dijo un testigo, que fue citado en la positio, presentada a la Congregación para la Causa de los Santos.

José María Mateos

Este sacerdote nació en 1902. Entró a los 17 años a la comunidad y fue ordenado sacerdote en 1925. Dentro de los carmelitas sirvió como prefecto de teólogos, lector de teología, examinador sinodal y profesor de teología.

Sus buenas predicaciones, su sensibilidad a las necesidades de los pobres, y su celo por el trabajo aún en las pequeñas cosas eran sus características más destacadas.

Dos años antes de su muerte había sido nombrado vice prior del convento y luego prior. Celebró su última misa el día que los milicianos entraron al convento. Quienes estuvieron presos con él cuentan que pidió a los verdugos que los asesinaran a ellos en lugar de los padres de familia que estaban allí presentes.

“Se comportó bien allí en la cárcel dándonos ánimo a todos, nos dirigía en el rezo del santo rosario. Le veía sentado en su sillón y algunos se acercaban a él no sé si para ser oídos por él en confesión”, dijo Apolinar Peralbo, uno de sus compañeros de cautiverio.

Otro de los testigos asegura que antes de ser asesinado, le pusieron una corona de espinas: diciéndole: “Como a tu divino Maestro”.

“Murió el 22 de julio calculando que eran las 4:00 de la tarde. Habíamos terminado de comer y rezado el rosario cuando llegaron aquellas hordas y empezaron a matarlos primero con hachas, luego con tiros y después a cuchilladas”, dijo un testigo de su muerte.

“Yo me había subido con otros al piso de arriba, oí la voz aunque no entendí lo que decía. Después por rumor de la calle he sabido que les decía que mataran a ellos y no a los demás que eran padres de familia”, recordó.

Los otros mártires

Dentro de este grupo se encuentra también el padre Eliseo Durán quien nació en 1906, entró a la comunidad en 1924 y fue ordenado en 1932.

Junto con el padre José María, ofreció su vida por los padres de familia. Se ocupaba de la formación de los chicos, era alegre, jovial, y sencillo. “Tenía fama ante todos de religioso bueno y muy querido de todos, por su humildad y sencillez”, dice uno de los testigos en la Positio.

También estaba en este grupo el hermano Jaime María Carretero, nacido en 1911. Entró en 1929 y murió en el año en que había hecho su profesión solemne: 1936. Sus hermanos lo veían como un “modelo de obediencia” y algunos lo llamaban el “pequeño santo”

También fue asesinado allí Ramón Pérez Sousa, quien había entrado a la comunidad sólo tres años antes de su muerte, cuando tenía 33 años. Pese a que recientemente había terminado el noviciado, tenía una fuerte convicción de su vocación.  De él sobresalían su “obediencia y su austeridad”.

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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