México, decrece el porcentaje de católicos

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 12 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «México, decrece el porcentaje de católicos».

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Aunque en números reales aumentó al número de católicos en México, su porcentaje sigue descendiendo. En el año de 1950, éramos el 98.21 por ciento; en 1960, el 96.47; en 1970, el 96.17; en 1980, el 92.62; en 1990, el 89.69; en 2000, el 88.22. Ahora, somos sólo el 83.9. Disminuimos en un 4.32%, en relación a la década anterior.

En contraparte, aumentan los protestantes o evangélicos. En 1950, eran el 1.28 por ciento; en 1960, el 1.65; en 1970, el 1.82; en 1980, el 3.29; en 1990, el 4.89; en 2000, el 5.21; ahora son el 7.6. Lo más preocupante es el aumento de quienes se declaran sin religión. En el año 2000, eran el 3.5; ahora son el 4.6

En Chiapas, el Estado con menor porcentaje de católicos en el país, sucede un fenómeno semejante. Pasamos de ser el 91.2 por ciento en 1970, al 76.9 en 1980; al 67.6 en 1990; al 64.16 en 2000, y al 58.30 en 2010. Los protestantes han ido aumentando de 4.8 por ciento en 1970, al 11.5 en 1980; al 16.3 en 1990; al 22.59 en 2000, y al 27.35 en 2010, cifra inferior a quienes sostienen que son más del 40%. Los que dicen no tener religión, en 1970 eran el 3.5 por ciento; en 1980, el 10.0; en 1990, el 12.7; en 2000, el 12.16; en 2010, el 12.10. No todos los que dejaron de ser católicos se pasaron al protestantismo, pues nosotros disminuimos en un 5.86%; mientras ellos aumentaron sólo en un 4.76%. Creció significativamente el número de quienes no especificaron su religión: de ser el 0.79% en el año 2000, ahora son el 2.14%. Son los que se quedan en la incertidumbre, en la duda y en la indefinición. A éstos deberíamos buscar más, para ofrecerles -no imponerles- la luz del Evangelio.

JUZGAR

Estos datos son un fuerte llamado a revisarnos, para ver en qué estamos fallando y por qué no satisfacemos el hambre de Dios que tiene nuestro pueblo. El fenómeno no es sólo chiapaneco ni del sur del país, ni una razón más para desconfiar de la pastoral de una diócesis, sino que es nacional, e incluso mundial.

Pudo haber influido el descrédito generado por los casos de pederastia clerical, o por las deficiencias personales e institucionales. Sin embargo, las causas más profundas son el relativismo, que lleva a que cada quien se haga una religión al gusto; por ello proliferan los grupúsculos de nuevas religiones, que se subdividen de otras más históricas y formales. Varios andan de una en otra, inventan una nueva, o se quedan sin nada. Se dejan seducir por nuevos líderes.

Influyeron la desacralización creciente, el materialismo y el hedonismo reinantes, que no toleran que haya un Dios que ofrece un camino de vida plena e indica lo perjudicial que puede ser un pecado. Muchos medios de comunicación fincan su éxito económico en desprestigiar a las instituciones y promueven un liberalismo sexual y económico, donde ellos son los dioses que marcan la ruta, y rechazan cualquier criterio que venga de una religión.

Como dijo el Papa Juan Pablo II, «hay que preguntarse si una pastoral orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios, no haya terminado por defraudar el hambre de Dios que tienen esos pueblos, dejándolos así en una situación vulnerable ante cualquier oferta supuestamente espiritual. Por eso, es indispensable que todos tengan un contacto con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y transformante, especialmente mediante la predicación en la liturgia» (EAm 73).

ACTUAR

Analicemos nuestras fallas y qué encuentran las personas en otras religiones, pues tenemos todo lo que podrían necesitar, y mucho más. Incrementemos la formación religiosa, cimentada en la Palabra de Dios, no sólo para responder a los ataques, sino para que sea el camino hacia un encuentro vivo con Jesucristo, presente en la Eucaristía.

Debemos promover que los fieles no sólo conozcan más su fe, sino que se conviertan en misioneros dinámicos y evangelizadores creativos, para llegar a tantas partes a donde no llegamos. Hay que incrementar la pastoral vocacional, para que haya más sacerdotes, religiosas, misioneros y misioneras, consagrados y laicos, dedicados a la evangelización integral, para que los pueblos tengan vida plena en Cristo.

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ZENIT Staff

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